Estaba sentada en una banca de cemento, con las piernas cruzadas, mientras Madison mordía una manzana con tranquilidad. Yo, en cambio, me estaba comiendo unas papitas picantes, disfrutando del crujido en cada mordisco.— Yo creo que él solo quiere darte celos — comentó Madison, mirándome de reojo.
— Claro que no, y eso para qué — respondí, rodando los ojos. No quería darle más vueltas al asunto de Richard, pero ahí estaba ella, metiendo más leña al fuego.
— Pues la verdad — continuó Madison — yo creo que él quiere que tú aceptes que te gusta. Además, ya deja de negarlo, Max. Lo que tú tienes son celos, y bien fuertes.
Solté una carcajada irónica, aunque por dentro me incomodaba que tuviera razón, o al menos en parte.
— ¡Ay claro que no! — repliqué con molestia, haciendo énfasis en cada palabra — Yo no tengo celos de nadie. Y, aparte de todo, Richard ni siquiera me gusta. ¡Él es un X al lado mío, la verdad!
Madison se encogió de hombros, sonriendo con suficiencia.
— Deja de negarlo — insistió, mordiendo otro trozo de su manzana — Deja de negar que te gusta el nerdito.
— ¡Que no me gusta ese hijueputa Galufo! ¿Cómo te lo tengo que explicar? — contesté, mi tono subiendo una octava mientras sentía cómo la rabia comenzaba a hervir.
Madison soltó una carcajada, disfrutando mi reacción, justo cuando Lucho gritó desde la mesa cercana.
— ¡Chicas, chicas, vengan! —
Madison se levantó al instante, pero la detuve tomándola del brazo.
— No vas a ir, ¿verdad? — le pregunté, buscando una excusa para no acercarme.
Miré hacia la mesa y allí estaba ella, Patricia, hablando y riendo con Richard como si estuvieran en su propio mundo. Mi estómago dio un vuelco, y apreté las papitas con tanta fuerza que algunas se rompieron en mis manos.
— Vamos un momento, ignóralo — dijo Madison con naturalidad — Si él quiere que te pongas celosa, demuéstrale que no te interesa. Según tú, no te interesa.
Tomé una respiración profunda, enderezándome. Sabía que tenía razón, no podía seguir dándole el control. Me puse de pie con autoridad, ajustando mi falda corta de uniforme. Sabía que, a pesar de ser una de las chicas más difíciles de tratar, atraía muchas miradas, especialmente de los chicos. Y si Richard quería jugar, yo también podía.
Caminé hacia la mesa como si fuera la dueña del colegio, con paso firme y segura de mí misma. Al llegar, me senté justo al lado de Carrascal, mi amigo de toda la vida, y le di un golpe suave en el brazo a modo de saludo.
— ¿Qué pasa? — preguntó Madison mientras se sentaba a mi lado, pegada a Daniel, a quien saludó con un beso en la mejilla.
— Patricia nos invitó al cine hoy. Al que está dentro del internado. ¿Quieren ir? — dijo Lucho, emocionado.
— ¿Y qué películas hay? — pregunté con un tono desinteresado, mientras masticaba chicle y fingía no importarme demasiado.
— Creo que van a poner una de miedo — respondió Lucho.
Rodé los ojos como si la idea no me emocionara demasiado, pero al final asentí.
— Está bien — dije, levantándome bruscamente de la mesa.
Madison me miró, extrañada.
— ¿Adónde vas?
— Pacífica me pidió que le ayudara con unos ejercicios de matemáticas. Voy a encontrarme con ella — respondí.
Richard, que había estado callado hasta ese momento, se inclinó ligeramente hacia mí y dijo con una sonrisa casi burlona:
— Puedo ayudarte. Sé que no eres tan buena en matemáticas.
Lo miré con una mezcla de desprecio y frustración.
— No necesito que me ayudes, la verdad — respondí con frialdad antes de girarme y alejarme de la mesa sin decir más.
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Más tarde, me encontré con Pacífica en su habitación. Estaba sentada en su escritorio, con un libro de matemáticas abierto frente a ella, mirando los ejercicios con una expresión de confusión.
— ¿Qué es lo que no entiendes? — le pregunté, sentándome a su lado.
— Estos problemas de álgebra — dijo en voz baja, señalando los ejercicios — Me cuesta entender cómo se resuelven.
Pasé los siguientes veinte minutos explicándole los conceptos básicos de álgebra. Aunque no era mi materia favorita, logré hacer que entendiera algunos de los ejercicios.
— Lo estás haciendo bien, solo necesitas practicar más — le dije, dándole una palmada en la espalda.
— Gracias, Max. En serio, eres muy buena enseñando — dijo ella con una pequeña sonrisa.
Después de ayudarla, volví a mi habitación, me tiré en la cama y me quedé dormida un rato. Cuando desperté, Madison ya estaba allí, también durmiendo. Me levanté para bañarme, y cuando salí de la ducha, me puse unos jeans ajustados, un top y mis tenis favoritos.
Madison se levantó también y comenzó a arreglarse mientras hablábamos.
— ¿Lista para el cine? — le pregunté mientras me cepillaba el cabello.
— Sí, aunque preferiría quedarme aquí — dijo Madison, haciendo una mueca.
— Vamos, al menos será entretenido ver una de miedo — le contesté.
A las ocho, estábamos listas y salimos rápidamente hacia el cine del internado. Nos encontramos con Carrascal, Lucho, Daniel, Richard y Pacífica ya esperando en la entrada.
La sala estaba casi vacía, así que escogimos los asientos en el centro. Daniel se sentó al lado de Madison, luego Lucho, Carrascal, yo, Richard, y finalmente Pacífica. Sentía la presencia de Richard a mi lado, pero decidí ignorarlo.
— ¿Quién quiere palomitas? — preguntó Lucho.
— Yo quiero — dijo Madison. Pedimos palomitas y refrescos, y cuando comenzó la película, me acomodé en mi asiento, tratando de ignorar a Richard y sus intentos de llamar mi atención. Sabía que él estaba usando a Pacífica para molestarme, pero no iba a darle el gusto de verme afectada.
A mitad de la película, sentí que Richard se inclinaba hacia mí.
— ¿No tienes miedo? — me susurró al oído, su voz suave pero llena de burla.
— No — respondí en un tono bajo pero afilado, sin mirarlo.
Él soltó una pequeña risa.
— Siempre tan dura, Max. No sé por qué sigues fingiendo.
Giré la cabeza lentamente para mirarlo a los ojos, y con una sonrisa sarcástica le respondí.
— Y yo no sé por qué sigues creyendo que me importas.