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La noche continuaba, y el ritmo de la fiesta comenzaba a descontrolarse. Las luces parpadeaban con más intensidad, y la música retumbaba en las paredes del salón con un volumen que hacía vibrar el suelo. El ambiente estaba cargado de emoción, y la euforia empezaba a ser contagiosa. Era una de esas noches en las que todo parecía posible.

Madison regresó de la mesa de bebidas con dos vasos en la mano, pero esta vez, en lugar de agua, me ofreció uno que olía claramente a alcohol.

—No te preocupes, no es tan fuerte. Solo lo suficiente para que te relajes un poco —me dijo, con una sonrisa pícara.

La miré, dudando por un momento. No solía beber, y mucho menos en fiestas donde todo podía salirse de control. Pero, después de todo lo que había pasado últimamente, sentí que tal vez, solo tal vez, merecía desconectar de una manera diferente.

—Vale, pero solo uno —dije, tomando el vaso de sus manos.

Madison sonrió triunfante.

—Solo uno, lo prometo.

El líquido bajó con un ardor suave por mi garganta, pero a medida que lo bebía, sentía cómo mi cuerpo se relajaba un poco más. La música sonaba más clara, las luces parecían más brillantes, y todo a mi alrededor comenzaba a perder su forma rígida y definida. Para cuando terminé el vaso, me sentía más ligera, más despreocupada.

—¡Eso es, Max! —gritó Lucho, que apareció de repente, tambaleándose un poco y con una sonrisa enorme en la cara—. ¡Por fin te unes al lado oscuro!

Me reí, sintiendo cómo el alcohol empezaba a hacer efecto. Las inhibiciones se desvanecían, y por primera vez en mucho tiempo, me dejaba llevar por el momento.

—¡Vamos a bailar! —exclamó Madison, tirando de mi brazo.

Nos dirigimos al centro de la pista de baile, donde ya se habían reunido varios de nuestros amigos. Daniel estaba ahí, con una botella en la mano, riéndose a carcajadas mientras Carrascal intentaba hacer un paso de baile ridículo, tropezándose con sus propios pies.

—¡Esto es una locura! —grité por encima de la música, riendo junto a Madison mientras intentábamos seguir el ritmo de la música.

—¡Es lo mejor que nos ha pasado en semanas! —respondió ella, alzando su vaso al aire antes de darme un pequeño empujón amistoso.

A mi alrededor, todo comenzaba a parecer surrealista. La gente se movía con una energía descontrolada, algunos saltando, otros riendo, y un par incluso subidos en las mesas, gritando y cantando a pleno pulmón. Parecía como si el mundo exterior hubiera dejado de existir y solo importara lo que sucedía dentro de esas cuatro paredes.

De repente, Daniel apareció a mi lado, dándome un golpecito en el hombro.

—¡Max! ¡No te había visto! —dijo, con la voz algo arrastrada por el alcohol—. ¡Tienes que beber conmigo!

Me mostró la botella que tenía en la mano, y antes de que pudiera negarme, ya había servido un trago más en mi vaso.

—¡No puedo dejarte beber sola! —insistió, brindando conmigo antes de que pudiera responder.

El segundo trago bajó aún más rápido que el primero, y aunque sabía que probablemente estaba cruzando una línea peligrosa, me dejé llevar. Esta noche, todo parecía posible. Sentí la adrenalina correr por mi cuerpo, mezclada con el alcohol, y de repente, todo lo que había estado pesando sobre mí —los problemas con Richard, los chismes, las responsabilidades— desapareció en la neblina de la fiesta.

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Las horas pasaron en un borrón de luces, música y risas. La fiesta se había convertido en un caos absoluto. En algún momento, alguien decidió que era una buena idea abrir las ventanas, y la lluvia empezó a colarse en el salón. Pero en lugar de arruinar la fiesta, solo la hizo más salvaje. La gente corría bajo la lluvia, gritando y bailando empapados, mientras otros simplemente se dejaban caer en el suelo, riendo a carcajadas.

Madison apareció con un sombrero de vaquero en la cabeza, probablemente robado de algún disfraz de la sala de teatro del internado, y comenzó a hacer movimientos de baile exagerados frente a Lucho, que la animaba a gritos.

—¡Esta es la mejor fiesta de la historia! —gritó Carrascal, subido a una de las mesas, mientras intentaba mantener el equilibrio.

—¡Solo falta que nos echen! —bromeó Daniel, tambaleándose un poco mientras trataba de mantenerse de pie.

Y, como si alguien hubiera oído su comentario, de repente, las luces se apagaron. La música se cortó, y un silencio incómodo cayó sobre la sala. Todos se miraron entre sí, sin saber exactamente qué había pasado.

—¿Qué...? —empecé a decir, cuando de repente, un destello iluminó la sala. No era una luz de fiesta, sino el destello de una linterna.

—¡Viene la seguridad! —gritó alguien desde el otro lado de la sala.

En un instante, todo el mundo entró en pánico. La gente comenzó a correr en todas direcciones, intentando encontrar una salida o, al menos, esconderse. Era como una escena sacada de una película, el caos total.

—¡Max, corre! —gritó Madison, agarrándome del brazo y tirando de mí hacia la puerta trasera del salón.

Nos escabullimos entre la multitud, empapadas por la lluvia que seguía cayendo, resbalando en el suelo mojado. Mi corazón latía a mil por hora mientras intentábamos llegar a los pasillos del internado, donde tal vez podríamos escapar del desastre.

Cuando finalmente llegamos a un rincón oscuro del pasillo, nos detuvimos, jadeando por el esfuerzo y riéndonos de lo absurdo de la situación.

—¡Dios, eso fue una locura! —dije, riendo mientras me apoyaba contra la pared.

—¡Lo sé! —Madison se dejó caer a mi lado, respirando con dificultad—. Pero valió la pena, ¿verdad?

Asentí, aunque todo el alcohol y el caos de la noche comenzaban a pasar factura. Sentí una leve punzada en la cabeza, y el mundo a mi alrededor comenzó a dar vueltas.

—Creo que necesito sentarme —dije, dejándome caer al suelo.

—¿Estás bien? —Madison me miró con preocupación.

—Sí, solo un poco mareada —admití, cerrando los ojos mientras intentaba que el mundo dejara de girar.

Madison me abrazó y soltó una carcajada.

—¿Ves? Sabía que esta noche te haría olvidar todo. ¡Esto es lo que necesitabas!

Y mientras me dejaba caer contra su hombro, agotada pero feliz, supe que, a pesar de todo, esta noche sería una de esas que nunca olvidaríamos.

El niñito ese - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora