El dolor de cabeza era insoportable. Sentía como si un tambor retumbara en mi cráneo. Abrí los ojos con cuidado, intentando no mover demasiado la cabeza, y lo primero que noté fue el frío que invadía mi cuerpo. Me estremecí al sentir la respiración de Richard en mi cuello. Estaba profundamente dormido, como un bebé. Suspiré, tratando de ignorar el hormigueo que recorría mi cuerpo al recordar la noche anterior.
Quité su mano con delicadeza y me incorporé lentamente. El cuarto estaba sumido en una oscuridad casi total, solo un rayo de luz se filtraba por la cortina. Caminé casi a tientas por la habitación, buscando mi ropa. Cada paso me recordaba lo que había sucedido: el dolor en mi vientre, la incomodidad en mis piernas.
Encontré mis prendas dispersas por el suelo y me vestí lo más rápido posible. Mi teléfono estaba muerto, así que ni modo de saber la hora exacta, pero por la luz que entraba por la ventana, debía ser más de las diez de la mañana. Tomé un último vistazo a Richard, aún dormido, con su respiración tranquila y profunda. No podía creer lo que había pasado. ¿Cómo había terminado así?
Salí de la habitación en silencio, caminando casi en cuclillas. Me sentía como una ladrona escapando de la escena del crimen. Ya en la calle, tomé un taxi de inmediato y le di la dirección de una tienda cerca de mi casa. Necesitaba algo que me ayudara a recuperarme. Llegué, compré un Gatorade y caminé con pasos lentos hacia mi casa. Cada paso me recordaba lo cansada que estaba y el dolor que sentía en el vientre.
Al abrir la puerta, mis padres estaban en la cocina. Los miré sin mucho ánimo, solo quería tirarme en la cama y dormir por horas.
—Buenos días —dije, intentando sonar casual.
—Muy buenos días, al parecer —respondió mi mamá, mirándome con esa mirada que lo dice todo.
Fruncí el ceño, sin entender del todo, hasta que mi papá hundió un dedo en una parte de mi cuello. Retrocedí de inmediato, corriendo hasta el espejo del pasillo. Ahí lo vi. Todo. El desastre.
—Mierda... —murmuré al ver los moretones repartidos por todo mi cuello. Parecía un campo de batalla.
—Espero que hayas usado protección —dijo mi papá con una sonrisa burlona.
El pánico se apoderó de mí. El condón. ¡Mierda! ¿Lo habíamos usado? Intenté recordar, pero mi cabeza estaba en un lío completo. Me llevé una mano a la frente, respirando profundamente.
—Sí, claro, papá... —mentí rápidamente— Estoy guayabada. Voy a dormir.
Me escapé de la cocina antes de que pudieran hacer más preguntas y cerré la puerta de mi habitación de un portazo. Me dejé caer en la cama, cubriendo mi cara con una almohada. Pero por más que intentaba descansar, el estrés no me dejaba. Necesitaba hablar con alguien.
Tomé el teléfono, lo conecté para cargarlo, y apenas tuvo algo de batería, marqué el número de Madison.
—¿Hola? —contestó ella, con esa voz de "dime todo".
—No te imaginas el desastre en el que estoy metida —dije sin rodeos.
—¡Ay, Dios! ¿Qué hiciste ahora, Max? —preguntó, ya con tono dramático.
—No sé ni por dónde empezar. Pero... estoy preocupada. No usamos condón, Madi. Y tengo el cuello lleno de moretones. Mis papás lo notaron y estoy al borde del colapso.
Madison soltó un suspiro largo al otro lado de la línea.
—¿Con Richard? ¿En serio? Max, pensé que eso ya era agua pasada...
—Yo también lo pensé, créeme. Pero, anoche... todo se salió de control. Fue todo tan rápido, ni siquiera recuerdo los detalles.
—Bueno, lo primero es que vayas a tomarte una pastilla, por si acaso. No te puedes confiar —dijo Madison, con el tono serio que usaba cuando sabía que yo estaba en problemas.
—¿Y qué les digo a mis papás? —pregunté, casi desesperada.
—Diles que saliste con alguien... pero no entres en detalles. No necesitan saber todo. Y bueno, lo de los moretones... Diles que fue una fiesta loca. Siempre lo puedes manejar, Max.
Colgué el teléfono, y me quede profundamente dormida