Cuando desperté, la luz del amanecer se colaba por las ventanas de la habitación de Daniel. Un dolor punzante en mi cabeza me recordó que últimamente había estado bebiendo demasiado seguido. Sí, tal vez me estaba matando lentamente, pero al mismo tiempo, había algo satisfactorio en disfrutar de mi último año en el internado de esta manera, viviendo al máximo.Me estiré en la cama y, al mirar a mi alrededor, vi a Carrascal dormido a mi lado con una botella medio vacía en la mano. Me reí para mis adentros. Era una imagen tan típica de él, siempre el que acababa con una botella en mano, sin importar la hora o el lugar.
Miré hacia la cama de Daniel buscando a Madison, y ahí estaban, arrunchados bajo las sábanas, abrazados tan fuerte que parecían uno solo. Sonreí, sabiendo que ella estaba realmente feliz con Daniel, y la verdad, me alegraba por ambos. Esa pareja me gustaba desde el principio.
Agarré mi celular y miré la hora: las 6 de la mañana. Aún tenía tiempo antes de que comenzaran las clases, que hoy eran más tarde de lo habitual. Quizás, si lograba salir de aquí, podría dormir un poco más en mi propia cama.
Me levanté con cuidado para no despertar a Carrascal y caminé hacia la puerta. Intenté abrirla, pero estaba cerrada con llave. Solté un suspiro, pensando en mis opciones. Lo primero, obviamente, era buscar las llaves.
Revolví el cuarto, con cuidado de no hacer mucho ruido. Revisé los bolsillos de Lucho, la mesita de noche de Daniel, debajo de la cama... nada. Maldije en silencio mientras intentaba levantar a Lucho, pensando que tal vez él tenía las llaves. Pero lo único que conseguí fue un golpe de almohada en la cara mientras murmuraba algo incomprensible.
Bufé, frustrada, y luego intenté con Daniel. Me acerqué a su lado de la cama y lo sacudí suavemente del hombro, pero todo lo que hizo fue abrazar más fuerte a Madison y meterse aún más bajo la cobija.
— Hijueputas — susurré, sin ocultar mi molestia.
Mi última opción era Richard, que seguía dormido en su cama, al otro lado de la habitación. No sé si lo mencioné antes, pero Richard compartía habitación con Daniel y Lucho, lo cual no hacía mi vida más fácil en lo absoluto. Me acerqué a su cama y, con el mayor cuidado posible, le toqué el brazo, intentando no despertarlo de golpe.
Richard se movió un poco, murmurando algo ininteligible antes de abrir los ojos lentamente.
— Buenos días, gafufo — dije en tono de broma, aunque sabía que la sonrisa que acompañaba esas palabras era genuina.
Él entrecerró los ojos, todavía medio dormido, y se puso las gafas con un movimiento torpe. Luego se sentó en la cama, frotándose la cara.
— ¿Qué hora es? — preguntó, con la voz ronca por el sueño.
— Las seis. Y necesito que abras esa puerta porque quiero irme — respondí, señalando hacia la entrada.
Richard asintió lentamente, todavía adormilado, y buscó sus llaves en el bolsillo del pantalón que estaba tirado al lado de la cama. Se levantó con esfuerzo y caminó hacia la puerta, dándome un pequeño empujón amistoso en el camino.
— Aquí tienes — dijo, mientras giraba la llave en la cerradura y abría la puerta con un suave clic.
Suspiré aliviada y lo miré antes de salir.
— Gracias, gafufo. Te debo una — le dije, sonriendo.
Él sonrió de vuelta, aunque con el cansancio aún pintado en su rostro.
— De nada, Max. Avísame si necesitas otra cosa — respondió antes de volver a su cama.
Cerré la puerta detrás de mí y caminé por el pasillo vacío, sintiendo cómo la resaca se intensificaba con cada paso. Pero, al menos, tenía tiempo para descansar un poco más en mi cama antes de enfrentar otro día en el internado.