El día siguiente amanecí con la misma sensación de incomodidad. El aire frío del cuarto no ayudaba, y aunque el sol ya se filtraba por las cortinas, no tenía ganas de moverme de la cama. Me quedé unos minutos más tirada allí, mirando el techo, recordando lo sucedido anoche.La cosa con Richard me dejó una espinita, pero tampoco iba a amargarme la vida por eso. No, yo no soy así. No me voy a poner en ese plan. Me levanté de un salto, sacudí la cabeza y decidí que lo mejor era moverme. Tenía cosas que hacer.
Después de una ducha rápida, me vestí con algo cómodo: un jean desgastado, una camiseta ajustada y mis zapatillas blancas. Nada del otro mundo, pero lo suficiente para salir y despejar la mente. Me puse a pensar en qué haría hoy, y mientras cepillaba mi cabello frente al espejo, recibí una llamada de Madison.
—¡Ey, Max! ¿Qué haces? —dijo su voz animada al otro lado del teléfono.
—Nada, amanecí con ganas de desaparecer del planeta —respondí, secándome el cabello con la toalla.
—¡No jodas! ¡Hoy no, mija! Vamos a salir, te recojo en una hora. —Madison no aceptaba un no por respuesta.
—¿Y pa' dónde o qué? —pregunté, levantando una ceja.
—Vamos a un bar con Carrascal y los otros manes. Y no te pongas en ese mood dramático que pa' eso tengo suficiente con Daniel, que anda celoso de todo —dijo ella, soltando una carcajada.
—¿Qué hizo ahora ese muchacho? —pregunté, medio intrigada.
—Ay, no te imaginas. Lo de siempre: que si estoy muy pegada a Carrascal, que si me mira mucho... Yo no entiendo a los manes celosos. —Su tono sonaba irritado, pero sabía que le daba risa.
—Bueno, bueno, me convence la idea. Me cambio y te espero, ¿va?
—Eso, mija. Prepárate que esta noche toca despejarse. —Madison colgó sin esperar respuesta, como siempre.
Suspiré, resignada. En el fondo, necesitaba esa distracción. Así que me puse a revisar el armario buscando algo más "de salida". Opté por un vestido sencillo, negro, ajustado pero no demasiado llamativo. Lo justo para sentirme bien sin dar mucho de qué hablar. Además, sabía que en cuanto Madison llegara, nos íbamos de una, sin perder tiempo.
Pasó poco más de una hora cuando el carro de Madison apareció frente a mi casa, con Carrascal en el asiento del copiloto. Bajé rápido, saludando con una sonrisa y me subí en la parte de atrás.
—¡Ve, miren a Max, toda lista y reluciente! —dijo Carrascal con su acento cartagenero, girando la cabeza para mirarme—. Hoy sí que te vas a robar las miradas, niña.
—Ay, Carrascal, no me eches flores, que tú siempre andas diciendo lo mismo —le contesté, riéndome.
Madison no aguantó la risa mientras giraba el volante para salir de la calle.
—Ese man no puede con su genio. Daniel se va a poner de los nervios —añadió, guiñándome un ojo.
El trayecto fue corto, llegamos al bar, un lugar medio oscuro pero con buen ambiente. Las luces tenues y la música electrónica de fondo creaban el mood perfecto para olvidar las preocupaciones. Nos acomodamos en una mesa al fondo, como siempre, y a los pocos minutos llegaron Daniel, James y Mojica. Pero el que me dejó fría fue Richard.
Él llegó un poco más tarde, saludando con esa sonrisa suya de niño bueno. Por dentro, sentí un cosquilleo incómodo, pero lo ignoré.
Nos sentamos todos y empezamos a pedir. Al principio, estábamos tranquilos, hablando de cosas casuales, riéndonos de alguna que otra anécdota. Carrascal, como siempre, era el alma de la fiesta, lanzando chistes y coqueteando con Madison cada vez que Daniel no miraba.
—Oye, Madison, si te quedas mucho rato conmigo, te vas a pegar todo lo bueno que tengo —le soltó Carrascal, guiñándole un ojo.
—¿Y qué es lo bueno? ¿El ego o el acento? —respondió Madison entre risas, mientras Daniel le echaba una mirada fulminante.
Yo no pude evitar reírme y Carrascal solo sonrió más.
—A ver, a ver, que lo que tengo es magia, mi amor. Lo sabes tú y lo sabe el resto —respondió él, dándole un codazo suave.
—Déjame de inventos, tú —dijo Madison, intentando no carcajearse demasiado.
Daniel, mientras tanto, no podía ocultar la incomodidad. Sus manos estaban tensas sobre la mesa, y cada vez que Carrascal decía algo, él fruncía el ceño un poquito más.
—Oye, ¿todo bien, Daniel? —le pregunté, intentando que se relajara un poco.
—Todo bien, Max. Solo que... ya sabes, hay cosas que molestan, pero nada grave —dijo él, encogiéndose de hombros.
Yo lo entendía. Carrascal tenía una forma de ser que no todo el mundo aceptaba con facilidad, y Daniel era un poco territorial cuando se trataba de Madison.
—Relájese, hermano, que aquí nadie le va a quitar la novia —le dijo James, dándole una palmadita en el hombro.
—Eso espero —murmuró Daniel, lanzando una mirada rápida a Carrascal, que seguía en su onda de galán caribeño.
Richard, que había estado callado la mayor parte del tiempo, me miraba de reojo mientras jugaba con su vaso de ron en la mano.
—¿Está enojada todavía? —me dijo en voz baja, inclinándose hacia mí.
—¿Por qué debería estarlo? —respondí con indiferencia, mirando hacia otro lado.
Él suspiró y puso una mano en mi rodilla.
—Max, venga, no sea así. Yo sé que me porté mal anoche, pero...
—¿Anoche? —lo interrumpí—. Richard, no tiene sentido seguir hablando de eso. Lo que pasó, pasó.
Me encogí de hombros, tratando de disimular mi molestia. Aunque no era tan fácil como pensaba.