Dos semanas después
Dos semanas enteras encerrada en mi cuarto, sin saber qué hacer. Dos semanas sin contestarle a Richard, ignorando sus llamadas, sus mensajes. Dos semanas en las que él vino a mi casa casi a diario, pero le pedí a mi mamá que le dijera que no estaba. Dos semanas de angustia, con mi mente hecha un caos, porque no sabía cómo decirle la verdad, ni siquiera quería pensar en ello.
Era martes, ocho de la noche. No había comido bien en todo el día, y ni me había bañado. Estaba acostada en mi cama, mirando el techo, cuando escuché la voz de mi mamá rompiendo el silencio:
—¡Hija, te buscan!
Suspiré. Pensé que era Madison, como de costumbre. Me puse las chanclas arrastrando los pies y bajé las escaleras, pero al llegar a la sala, lo vi. Ahí estaba él. Richard. Junto a mis padres.
Mi primer impulso fue salir corriendo de vuelta a mi habitación, pero Richard fue más rápido. Me agarró del brazo antes de que pudiera escaparme.
—Mamá, ¿qué hiciste? —le pregunté, mirando a mi mamá con los ojos bien abiertos, desesperada.
—Fue tu papá —respondió ella, mirando a mi papá con una mezcla de resignación y enojo.
—Ay, no es que él me dijo que me iba a dar una camiseta de Lucho Díaz firmada, ¡¿y yo cómo iba a decir que no a eso?! —dijo mi papá, levantando las manos como si su razonamiento fuera la cosa más lógica del mundo.
—¡Papá! —le fulminé con la mirada, apretando los puños. No podía creer lo que estaba pasando. Richard me soltó un poco el brazo, pero no me dejó ir.
—Mami, por favor, decime pues... ¿qué es lo que te pasa? —dijo Richard, con un tono entre desesperado y dolido. —No entiendo qué te hice. Lo último que pasamos juntos fue tan lindo , ¿por qué ahora ni me querés ver? ¿Por qué me bloqueaste de Instagram? ¿Por qué tu mamá siempre me dice que no estás? ¿Encontraste a otro o qué? —Su voz temblaba, pero trataba de mantener la calma.
Me quedé en silencio. Sentí que la garganta se me cerraba. Sus palabras dolían porque sabía que, aunque no podía decirle la verdad en ese momento, él no tenía idea de lo que estaba pasando.
—y ustedes son novios acaso ¿Qué? ¿Yo me perdí de algo o qué? —intervino mi papá, con una sonrisa burlona, totalmente fuera de lugar.
—¡Roberto, cierre esa boca! —le soltó mi mamá, fulminándolo con la mirada. —Deje de meterse donde no lo llaman, hombre.
Richard seguía con los ojos clavados en mí. Estaba desesperado, lo veía en su cara. Y yo... yo no podía más. Me temblaba el cuerpo entero. No sabía cómo seguir ocultando lo que sentía, pero tampoco podía soltarle la verdad así, de la nada.
—Respóndeme, mami, ¿qué te hice? ¿Por qué me estás tratando así? —preguntó Richard, su acento paisa acentuando el dolor en su voz. Me soltó el brazo, pero no dejó de mirarme, esperando una respuesta.
Y en ese momento, todo lo que había contenido durante esas semanas explotó.
—¡No quiero volver a verte más nunca en mi vida! —le grité sin pensarlo, alejándolo. —¡Vete de mi casa! ¡No te quiero ver, te odio!
La cara de Richard se transformó en un segundo. Su expresión pasó de la confusión a un dolor profundo. Su respiración se aceleró, y no dijo nada por un momento. Mi papá soltó una carcajada pequeña, pero mi mamá le lanzó una mirada que lo hizo callarse de inmediato.
—¡Mami, ¿qué estás diciendo?! —Richard balbuceó, como si no pudiera creer lo que escuchaba. —Yo pensé que éramos algo serio, que lo que habíamos vivido... —Su voz se quebró, y dio un paso atrás. —¿Me odiás? ¿Es en serio?
No aguanté más. No sabía qué hacer, todo era demasiado para mí.
—¡Ush! ¡Vete ya, que no quiero volver a verte nunca más! —repetí, mi voz rota por la frustración. —No puedo... no puedo, Richard. ¡Simplemente vete! —Le solté, mientras las lágrimas empezaban a caer.
Mi papá, que hasta entonces había estado observando todo como si fuera una película, dejó escapar un suspiro de resignación.
—Ah, bueno, pero por lo menos la camiseta de Lucho Díaz, ¿sí me la va a dar, no? —dijo, intentando romper el momento con una sonrisa.
—¡Papá! —grité, mientras mi mamá lo fulminaba de nuevo con la mirada.
Pero Richard no sonreía. Apenas movió la cabeza, y con un gesto derrotado, se giró hacia la puerta.
—Si eso es lo que querés, pues me voy... —dijo él, con un tono apagado, como si cada palabra le costara. —Pero quiero que sepas que yo te amo, No importa lo que me digás ahora, siempre te voy a amar. Si me estás escondiendo algo, yo voy a estar acá cuando estés lista para decírmelo. —Me miró una última vez, con los ojos vidriosos, y salió de la casa sin decir más.
Me quedé ahí, temblando, con el corazón hecho pedazos. Corrí a mi habitación, cerrando la puerta con fuerza detrás de mí, y me tiré en la cama, dejando que las lágrimas me ahogaran. ¿Cómo se supone que iba a lidiar con todo esto? ¿Cómo le iba a decir que estaba embarazada?
—Ay, Dios mío, Roberto, vea lo que hizo. —escuché a mi mamá suspirar al otro lado de la puerta.
—Pero si yo qué... ¿no era solo por la camiseta? —se defendió mi papá, en tono jocoso.
—¡Haga silencio, hombre, no ve que la niña está mal! —le regañó mi mamá.
Y en mi cuarto, sola, las lágrimas seguían cayendo. Mi vida se había vuelto un caos, y no sabía cómo iba a salir de esto.