La tarde pasó lenta, y aunque no estaba completamente segura de querer ir a la fiesta, la idea comenzó a rondarme la cabeza mientras el cielo se teñía de tonos anaranjados y rosados al atardecer. Madison, como siempre, no dejó de insistir, enumerando las razones por las que debía salir y despejarme. No me molestaba, porque en el fondo sabía que tal vez necesitaba distraerme un poco más.
Cuando llegó la noche, ya había decidido que iría. Me había convencido a mí misma de que no tenía por qué quedarme toda la fiesta, solo el tiempo suficiente para que Madison no me molestara más y, con suerte, podría disfrutar un rato sin pensar demasiado.
—¡Sí! Sabía que no me fallarías —dijo Madison, mientras se daba los últimos retoques frente al espejo. Llevaba un vestido ajustado negro, que resaltaba sus curvas y la hacía ver más segura que nunca. La luz del cuarto reflejaba en su cabello perfectamente peinado. Siempre sabía cómo arreglarse para cualquier ocasión.
—Tampoco te emociones tanto, no prometo quedarme hasta tarde —le advertí mientras me miraba en el espejo, aún en duda sobre qué ponerme.
—No importa, el simple hecho de que vengas ya es suficiente. Vas a divertirte, lo sé. Ahora, apúrate, ya casi es la hora.
Finalmente, opté por algo sencillo. Me puse unos jeans negros ajustados y una blusa roja de tirantes. Lo suficiente para sentirme cómoda pero arreglada. Me miré al espejo una última vez, suspiré y tomé aire. Esta noche sería diferente, o al menos eso intentaría.
—¿Lista? —preguntó Madison, con una sonrisa que parecía iluminar toda la habitación.
—Lista —respondí, aunque no estaba del todo segura de ello.
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Cuando llegamos al ala oeste, el sonido de la música ya retumbaba en las paredes. La fiesta estaba en pleno apogeo, y los pasillos del internado estaban más vivos que nunca. Las luces de colores parpadeaban, creando una atmósfera de euforia que contrastaba con el silencio habitual del lugar.
Madison me tiró del brazo y me guió hacia el centro de la sala, donde ya había grupos de estudiantes bailando, charlando y bebiendo. Las risas se mezclaban con el bajo de la música, creando una energía casi contagiosa.
—Voy por algo de tomar. ¿Quieres? —preguntó, inclinándose para hacerse oír sobre la música.
—Agua, por favor —respondí. No estaba de humor para tomar alcohol, no con el cuerpo aún recuperándose de la fiebre.
Ella asintió y desapareció entre la multitud. Mientras esperaba, me apoyé contra una pared, observando la escena a mi alrededor. Lucho y Carrascal estaban en la pista de baile, moviéndose con total desenfreno, como si no hubiera preocupaciones en el mundo. Me hicieron un gesto para que me uniera a ellos, pero me limité a sonreírles desde la distancia.
De repente, sentí una presencia familiar cerca de mí. Giré la cabeza y ahí estaba Richard, apoyado en una pared opuesta, mirándome. Mis músculos se tensaron al instante, pero intenté mantener la compostura. No quería más drama esta noche.
Él caminó hacia mí, con las manos en los bolsillos, y se detuvo a unos pasos de distancia.
—Me alegra que hayas venido —dijo, levantando la voz lo suficiente para que lo oyera.
—No vine por ti —respondí, mi tono más frío de lo que esperaba. No quería ser grosera, pero las emociones aún estaban a flor de piel.
—Lo sé, pero igual me alegra verte aquí —insistió, con una sonrisa cautelosa.
Antes de que pudiera responder, Madison apareció de nuevo, con dos vasos en la mano. Me pasó el mío y luego notó la presencia de Richard. Su expresión cambió al instante.
—Oh, qué sorpresa verte aquí —dijo Madison con tono sarcástico, claramente no muy emocionada por su presencia—. ¿Qué pasa, Richard? ¿No puedes dejar a Max tranquila ni un segundo?
Richard suspiró, sabiendo que la situación no iba a mejorar si seguía insistiendo.
—Solo vine a saludar —respondió él—. No quiero causar problemas.
Madison cruzó los brazos, mirándolo fijamente.
—Pues sería genial si lo evitaras. Esta noche es para que Max se divierta, no para que vuelvas a traerle más problemas.
—Madison, está bien —intervine, cansada de la tensión—. No quiero discutir. No esta noche.
Madison me miró, sorprendida, pero luego asintió con un suspiro.
—Como quieras. Pero ya sabes dónde estaré si necesitas que alguien lo ponga en su lugar.
Richard miró hacia el suelo por un segundo, antes de alzar la vista hacia mí.
—Lo siento, Max. De verdad. No quiero que sigas enfadada conmigo. Sé que cometí errores... muchos, pero no quiero que esto termine mal entre nosotros.
Lo miré, sin saber realmente qué decir. Parte de mí seguía resentida, dolida por todo lo que había pasado, pero también sabía que no podía quedarme anclada en ese enojo para siempre.
—No estoy enfadada, Richard —dije, con un tono más suave—. Solo estoy cansada. Cansada de todo esto. No quiero que sigamos dando vueltas sobre lo mismo.
Él asintió, aparentemente entendiendo.
—Te prometo que no volveré a molestar. Solo quería que supieras que lamento todo.
Sin esperar una respuesta, Richard se giró y se perdió entre la multitud. Lo vi alejarse, y aunque sentí algo de alivio, también quedé con una sensación extraña, como si algo dentro de mí no terminara de cerrarse.
—Ese tipo nunca aprende, ¿verdad? —murmuró Madison a mi lado.
—No... pero al menos parece que está intentando cambiar. —Tomé un sorbo de agua, tratando de no pensar demasiado en ello—. Esta noche, solo quiero olvidar todo eso y divertirme.
Madison sonrió y me dio un golpe suave en el hombro.
—Eso es lo que me gusta oír. Vamos a bailar.
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La noche continuó y, aunque aún tenía un poco de fiebre en el cuerpo, el ambiente de la fiesta me ayudó a desconectarme. Bailamos, reímos y disfrutamos como si nada más importara. Por unas horas, me permití olvidar el drama, las complicaciones y el caos que había sido mi vida últimamente.
Me perdí en la música y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí libre.