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Después de esa confrontación con Richard, decidí que lo mejor era mantenerme lo más alejada posible de todo el drama. Quería concentrarme en mí misma, en mis estudios, en cualquier cosa que no incluyera a Richard o a Patricia. Pero, por supuesto, en un internado, era imposible escapar de los chismes.

Durante los días siguientes, el audio de Patricia y Richard seguía siendo el tema principal entre los estudiantes. Todos tenían algo que decir, incluso aquellos que nunca hablaban de nada. Los rumores se multiplicaban, cada versión más exagerada que la anterior.

Madison, como siempre, intentaba distraerme.

— Ya deja de pensar en ese idiota, Max — me dijo una mañana mientras nos arreglábamos para las clases. Ella estaba sentada en su cama, peinándose mientras yo me sentaba en el escritorio, escribiendo en mi cuaderno.

— No estoy pensando en él — respondí, aunque sabía que no era del todo cierto. Richard ocupaba más espacio en mi cabeza del que quería admitir.

— Pues tu cara dice otra cosa — bromeó, lanzándome una mirada divertida.

— Solo quiero que todo este asunto termine de una vez. Estoy cansada de los chismes y las miradas.

Madison suspiró, comprendiendo mi frustración.

— Va a pasar, Max. Solo es cuestión de tiempo. Pero hasta entonces, necesitas distraerte. Y por suerte para ti, esta noche hay una fiesta.

Me giré hacia ella, levantando una ceja.

— ¿Otra fiesta? No estoy de humor para eso.

Madison dejó su cepillo a un lado y se acercó a mí, mirándome con esa expresión decidida que siempre ponía cuando no aceptaba un "no" por respuesta.

— Precisamente porque no estás de humor es que necesitas ir. Vamos, Max. Será divertido. Nos arreglamos, bailamos, y nos olvidamos de todos esos idiotas por una noche.

Suspiré, sabiendo que Madison no iba a dejarlo pasar.

— Está bien — dije finalmente —, pero no prometo quedarme mucho tiempo.

Madison sonrió victoriosa.

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Esa noche, el ambiente en el internado estaba cargado de emoción. Todos hablaban de la fiesta que se celebraba en el ala sur del edificio, en un salón que a menudo se usaba para eventos especiales. Las luces de colores se reflejaban en las ventanas, y la música ya se escuchaba desde el pasillo.

Madison y yo llegamos un poco tarde, lo que era parte de nuestro plan para no ser las primeras en llegar. Cuando entramos, la sala estaba llena de gente bailando, charlando y riendo. Las luces intermitentes hacían que todo se viera irreal, como si estuviéramos en otra dimensión.

Nos dirigimos a la mesa de bebidas, donde Lucho y Carrascal ya estaban sirviéndose. Cuando nos vieron, sonrieron y nos hicieron señas para que nos uniéramos.

— ¡Por fin llegan! — exclamó Lucho, sirviéndonos unos vasos de ponche —. Pensé que no iban a venir.

— No podíamos perdernos esto — respondió Madison, cogiendo su vaso con una sonrisa.

Yo me mantuve en silencio, mirando alrededor, buscando sin querer a Richard. No lo había visto desde nuestra conversación, y parte de mí esperaba que no viniera.

Pero, por supuesto, ahí estaba. Al otro lado de la sala, hablando con algunos de los chicos. Mi estómago se tensó al verlo. Parecía relajado, como si nada hubiera pasado. Y, por supuesto, Patricia estaba cerca de él, riéndose como si no hubiera ningún problema en el mundo.

Madison notó hacia dónde estaba mirando y me dio un suave codazo.

— No pienses en eso — susurró —. Esta noche es para divertirnos.

Asentí, pero no pude evitar sentir un nudo en el pecho. La música cambió, y Madison me agarró de la mano, arrastrándome hacia la pista de baile. Al principio me resistí, pero poco a poco me dejé llevar por el ritmo, intentando desconectar.

— ¡Eso es! — gritó Carrascal, uniéndose a nosotras en la pista.

A medida que pasaba el tiempo, empecé a relajarme un poco. La música, el ambiente, las risas... todo comenzaba a hacerme sentir un poco más ligera, como si los problemas se desvanecieran momentáneamente.

Hasta que sentí una mano en mi hombro.

Me giré y me encontré cara a cara con Richard. Su expresión era seria, como si todo lo que había pasado entre nosotros aún estuviera presente en su mente.

— ¿Podemos hablar? — preguntó, su voz apenas audible entre la música.

Lo miré, dudando. No quería hablar con él, no aquí, no ahora. Pero algo en su mirada me hizo asentir.

— Está bien — respondí, señalando hacia una esquina más tranquila del salón.

Nos dirigimos hacia un rincón oscuro, lejos de la pista de baile. Richard parecía nervioso, lo que me sorprendió. Él siempre era tan seguro de sí mismo, pero ahora parecía que no sabía cómo empezar.

— Max... yo... — comenzó, pero se detuvo, como si las palabras no fueran suficientes.

Lo miré, cruzándome de brazos.

— ¿Qué es lo que quieres, Richard? — pregunté, sin ocultar mi impaciencia.

Él suspiró, pasándose una mano por el cabello.

— Quiero aclarar lo que pasó. No debería haberte hablado así la última vez que nos vimos. Y lo de Patricia... fue un error. Un gran error.

Sentí un nudo en la garganta, pero me negué a mostrarlo.

— Ya me lo dijiste. Y también me dijiste que entre nosotros había algo — dije, con una amargura que no podía ocultar.

Richard asintió lentamente.

— Lo dije porque lo siento. Pero también entiendo que la he cagado demasiado como para que me creas. Solo... no quiero que termines odiándome.

Lo miré fijamente, tratando de leer su expresión. Todo lo que había pasado entre nosotros, todas las emociones, todo el drama, se acumulaba en mi pecho.

— No te odio, Richard — dije finalmente, con voz suave —. Pero no puedo seguir con este juego. No sé qué es lo que quieres de mí, pero yo ya no quiero nada de ti.

Richard abrió la boca, como si quisiera decir algo más, pero luego la cerró, asintiendo lentamente.

— Lo entiendo — murmuró —. Supongo que es lo mejor.

Sin decir nada más, me giré y volví hacia la pista de baile. Dejé que la música me envolviera de nuevo, intentando dejar atrás todo lo que acababa de pasar. Pero, en el fondo, sabía que este no era el final de mi historia con Richard.

El niñito ese - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora