Cuando la película terminó, las luces se encendieron lentamente. Aún con el corazón en la garganta, no tanto por la película de terror, sino por la tensión que había sentido durante toda la función. Richard no había dejado de lanzarme miradas y yo había hecho un gran esfuerzo por ignorarlo. Me concentré en la trama más de lo que debía, como si con eso pudiera bloquear el resto del mundo, o al menos a Richard.—¿Qué tal la película? —preguntó Lucho mientras se estiraba y se ponía de pie.
—Estuvo bien, pero esperaba más sustos —respondió Madison, acomodándose el cabello.
—Eso es porque ya te sabes todas las escenas, ni te asustas —dijo Daniel, dándole un empujón suave, haciéndola reír.
Yo me levanté al mismo tiempo que Carrascal, dándole un empujón juguetón en el brazo. Necesitaba despejarme y olvidar la incomodidad que había sentido durante la película. Richard había estado sentado al lado mío, pero su cercanía, sus movimientos, todo había sido un recordatorio de la tensión entre nosotros. Y, para rematar, Patricia estaba a su lado,
—Voy por más palomitas para llevar —dijo patricia tímidamente, levantándose.
Richard, sin decir nada, se levantó detrás de ella, siguiéndola como si fuera su sombra, y lo peor de todo: con una sonrisa en el rostro.
—¡Ugh! —solté, cruzándome de brazos—. ¿Puede ser más obvio?
—No sé, Max —dijo Carrascal, sonriendo burlonamente—. Parece que alguien sí tiene celos después de todo.
—¡Que no tengo celos! —repliqué, esta vez más alto de lo que quería.
—Claro que no —agregó Daniel entre risas.
Rodé los ojos, completamente irritada, y empecé a caminar hacia la salida del cine, ignorando los comentarios de los chicos. Madison me seguía, pero antes de llegar a la puerta, sentí una mano firme en mi brazo. Richard.
—Max, ¿podemos hablar? —dijo en un tono que no permitía objeción, aunque trataba de sonar calmado.
Me giré hacia él, exasperada. —¿De qué, Richard? No tengo nada que hablar contigo.
Madison y los demás se alejaron, dejándonos solos. Sabían que cuando Richard y yo estábamos en esa sintonía, era mejor no meterse.
—No entiendo por qué sigues actuando así —dijo, cruzando los brazos—. Como si no te importara nada.
—¿Así cómo? —respondí, imitándolo y cruzando mis propios brazos—. ¿Como alguien que no tiene tiempo para tus jueguitos?
Richard frunció el ceño, pero luego, para mi sorpresa, dejó escapar una pequeña risa, como si encontrara todo esto gracioso.
—Eres increíble —dijo con una media sonrisa—. Siempre tan dura, pero yo sé que esto te afecta. Sabes que te molesta verme con patricia.
—No seas ridículo, Richard —dije, soltando una carcajada sarcástica—. No me importa con quién estés ni lo que hagas. Si quieres andar detrás de ella o cualquier otra, hazlo. Pero no pienses ni por un segundo que me afecta.
Me miró directo a los ojos, como si quisiera ver más allá de lo que decía.
—Claro, Max. No te afecta en lo absoluto, ¿verdad? —dijo, pero había un tono en su voz, una ligera duda—. Tú siempre haces esto. Pones esa barrera, esa actitud de que nada te importa, pero yo sé que detrás de eso hay algo más.
—¿Algo más? —repliqué, sintiendo la sangre hervir—. Richard, no sé en qué mundo vives, pero ya te lo dije: no me interesas, no tengo celos y no tengo tiempo para esto.
Me giré, dispuesta a irme de una vez. Pero justo cuando iba a dar el primer paso, su voz me detuvo.
—Tú y yo... —dijo él, bajando un poco el tono, como si dudara de lo que iba a decir—. Hay algo, Max. Y sabes que es así, aunque no quieras admitirlo.
Me quedé congelada por un segundo, apretando los puños. No quería escuchar esas palabras, no de él. Pero, al mismo tiempo, no quería que las retirara.
—Ay, por favor —respondí, llevándome la mano a la frente—. No empieces con esas tonterías. Te lo he dicho mil veces: no estoy interesada en nadie, y mucho menos en ti.
Él suspiró, esa sonrisa burlona ya había desaparecido de su rostro. Me miraba como si intentara entender algo que ni yo misma tenía claro.
—Siempre te haces la dura —murmuró—. Pero, ¿hasta cuándo, Max? ¿Hasta cuándo vas a seguir fingiendo que nada te importa?
Lo miré, mis ojos encontrándose con los suyos. Había una mezcla de frustración y algo más en su expresión, pero no podía permitirme ceder.
—Esto ya no tiene sentido, Richard. Déjame en paz —le solté con firmeza, retrocediendo un paso.
Él me miró por un largo segundo, como si estuviera considerando sus próximas palabras, pero finalmente solo asintió lentamente, con una leve resignación.
—Como quieras, Max —dijo, su tono más suave, casi en un susurro—. Pero no te sigas mintiendo a ti misma.
Lo vi alejarse, caminando hacia donde Pacífica lo esperaba. Observé cómo le sonreía a la niña, esa sonrisa que antes parecía dirigida solo a mí, y sentí una punzada de algo en el pecho, algo que no quería reconocer. ¿Celos? No. No podía ser.
Sacudí la cabeza, intentando borrar esos pensamientos, y me dirigí hacia Madison y los demás. Cuando llegué, ella me lanzó una mirada interrogativa.
—¿Todo bien? —preguntó, ofreciéndome una botella de agua.
—Sí, todo bien —mentí, tomando un sorbo.
Mientras caminábamos de regreso al internado, mis pensamientos seguían enredados en lo que había pasado con Richard. No quería admitirlo, pero quizá Madison tenía razón. Quizá, muy en el fondo, había algo que no estaba lista para aceptar.