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El sol seguía brillando con fuerza, a pesar de que ya era más tarde. Estábamos en la cancha, Madison, un par de chicas más y yo, jugando al voleibol sin mucha seriedad. La clase de gimnasia había terminado, pero nosotras seguíamos allí, riendo y bromeando mientras nos lanzábamos la pelota sin reglas. Todo iba bien hasta que, de repente, una voz fuerte interrumpió el momento.

—¡Max! —gritó la profesora desde la otra esquina—. Ven, por favor, que te necesito para algo.

Suspiré y les hice un gesto a las chicas para que siguieran jugando sin mí. Me acerqué lentamente a la coordinadora, la señora Morales, quien tenía esa expresión seria que solía poner cuando algo importante pasaba.

—Dígame, profesora, —le respondí, cruzando los brazos.

—Verás, han llegado un par de estudiantes nuevas —comenzó, revisando una lista en su mano—. Y sé que necesitas mejorar tus notas en humanidades. Bueno, y también considerando que tu comportamiento estos últimos años no ha sido precisamente el mejor... pensé en darte una tarea que podría ayudarte con eso.

Rodé los ojos internamente, ya viendo venir lo que me iba a pedir.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté, tratando de sonar neutral.

—Hay una chica nueva, es un poco tímida, y sus padres pidieron que fuéramos pacientes con ella. Necesita que alguien le muestre las instalaciones y la ayude a adaptarse. Es unos años menor que tú, pero pensé que podrías encargarte de esto.

Asentí, aunque por dentro no me hacía gracia tener que ser niñera de nadie.

—Claro, no hay problema, —dije, intentando sonar más entusiasta de lo que me sentía.

—Se llama Pacífica, —continuó la profesora—. Puedes empezar mañana, pero quiero que la conozcas ahora.

Comencé a seguirla, pero cuando nos dirigimos hacia las gradas, donde Richard y su grupo de amigos solían sentarse, sentí un nudo en el estómago. No me hacía ninguna gracia acercarme allí, especialmente porque últimamente había habido demasiado drama entre Richard y yo, y no quería añadirle más tensión a la situación.

Cuando llegamos, vi a dos chicas. Una estaba hablando muy animada con Richard, claramente cómoda y riendo, mientras que otra, más callada, se encontraba un poco más apartada, sentada cerca, pero observando en silencio. La chica que hablaba con Richard parecía de mi edad y, por alguna razón, el verlos tan cercanos me hizo apretar los dientes.

—Mira, ella es Patricia, la hermana mayor de Pacífica, —dijo la profesora, señalando a la chica que no paraba de hablar con Richard, casi pegada a él.

Mi expresión se tensó. Doble los ojos y puse una cara de fastidio al verla tan cómoda con él. No podía evitarlo; el simple hecho de verlos juntos me molestaba.

—Y ella es Pacífica, —añadió, señalando a la chica más tímida que estaba sentada más atrás, observando todo.

—Mucho gusto, soy Max, —le dije a Pacífica, extendiendo mi mano con una sonrisa. Pero, para ser honesta, ni siquiera saludé a Patricia. Mi atención estaba completamente en Richard y en cómo él y su hermana mayor parecían llevarse tan bien.

Pacífica me dio un apretón de manos tímido, y le devolví la sonrisa, aunque mi mente estaba completamente en otro lugar. Richard levantó la vista en ese momento, y sentí cómo su mirada se posaba sobre mí, recorriendo mi cuerpo desde mis zapatillas hasta mi coleta alta. El uniforme de gimnasia me quedaba bien, y aunque no era mi intención, sabía que estaba llamando su atención.

Pero no le iba a dar el gusto de devolverle la mirada. Sabía que me estaba observando, y que probablemente notaba las gotas de sudor en mi rostro, pero no iba a caer en su juego.

—Voy a ser tu guía por un par de semanas, —le dije a Pacífica, intentando sonar amable, aunque por dentro lo único que quería era salir de allí.

—Gracias, —susurró ella, apenas audible.

—¿Quieres jugar voleibol? —le pregunté, buscando una excusa para alejarme de Richard y Patricia lo más rápido posible.

Pacífica asintió con timidez, y juntas caminamos hacia la cancha. Mientras nos alejábamos, pude sentir la mirada de Richard todavía sobre mí. Me incomodaba, y al mismo tiempo me daba rabia verlo tan entretenido con Patricia, como si yo no existiera.

—¿Quiénes son ellas? —preguntó Madison en cuanto me acerqué, con una sonrisa maliciosa.

—La nueva chica que tengo que cuidar es la que estaba sentada callada. La otra es su hermana, Patricia, —respondí sin ganas, lanzando la pelota con más fuerza de lo necesario—. Está ahí pegada a Richard, como si fuera su mejor amiga.

—Ah, interesante... —dijo Madison con una sonrisa divertida—. Y Richard no te quitaba la mirada de encima.

—¿Y qué si lo hacía? —respondí más rápido de lo que debería, tratando de parecer despreocupada, pero sabiendo que mi tono me había delatado.

Madison alzó una ceja, claramente entretenida con la situación.

Seguimos jugando, pero mi mente estaba lejos de la pelota. Patricia y Richard seguían rondando en mi cabeza, y aunque intentaba concentrarme en el juego, no podía evitar sentirme incómoda con todo. Sabía que el verdadero drama apenas estaba comenzando, y el hecho de que ahora Patricia estuviera involucrada solo complicaba más las cosas.

El niñito ese - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora