Me desperté sintiendo que alguien me sacudía suavemente.
—Amor, ya me voy a clases. Te voy a dejar descansar, porque estás enferma, estás ardiendo en fiebre —dijo Madison con voz preocupada, dejándome un beso en la frente.
Solo asentí, demasiado agotada para decir algo más. La vi salir de la habitación mientras me hundía otra vez en el sueño, envuelta en una sensación de pesadez. La fiebre me hacía delirar, y cada movimiento parecía más difícil que el anterior.
Un rato después, escuché unos golpes suaves en la puerta. Miré el reloj: 11:03 pm.
Mk había dormido todo el día
Suspiré, sintiéndome como si un camión me hubiera pasado por encima. Todo me dolía, y los escalofríos no me dejaban tranquila.
Con esfuerzo, me levanté envuelta en la sábana y abrí la puerta. Ahí estaba Richard, con una expresión incómoda en el rostro. Intenté cerrarla en su cara, pero puso la mano para detenerla.
—Te traje una pastilla de Noxpirin, es buenísima —dijo, con un tono casi suplicante.
Suspiré de nuevo. No tenía la energía para pelear con él en ese momento, así que le abrí la puerta del todo, permitiéndole entrar. Se sentó en la cama mientras yo me acostaba de nuevo, dándole la espalda y hundiéndome bajo las cobijas.
—Te traje esto porque la verdad eres importante para mí... Madison me dijo que te sentías mal —añadió, su voz suave, como si tratara de medir mis emociones.
—Bueno, ya me la dejaste. Puedes irte —respondí, seca, pero sin tanta fuerza. Me estiré para tomar mi Stanley, bebí un sorbo de agua y me tomé la pastilla.
El silencio llenó la habitación por unos segundos, pero sabía que él no se iría sin decir algo más.
—Espero que podamos quedar como amigos o algo. No quiero perderte, Max —dijo finalmente, con ese tono que me molestaba. El de alguien que sabe que hizo mal, pero que sigue esperando una salida fácil.
Me quedé en silencio por un momento, el sabor amargo de la fiebre y el resentimiento mezclándose en mi boca. Finalmente, hablé, con la mirada fija en la pared.
—Debiste pensar mejor tus acciones.
Lo escuché respirar profundo, buscando las palabras correctas.
—No entiendo por qué te da tanta rabia si siempre me rechazaste —respondió, como si de verdad no comprendiera.
Me giré lentamente, incorporándome un poco. Lo miré, mi voz quebrada entre la ira y el cansancio.
—Lo que me da rabia, Richard, es que un día me dices que entre nosotros hay algo, y al día siguiente te coges a otra. Y lo peor es que es alguien que acabas de conocer. ¿Acaso crees que ella te hubiera defendido cuando todos te molestaban? ¿Que va a estar siempre ahí para ti? —Me acerqué a él, sintiendo cómo mi enojo subía junto con el dolor de la fiebre—. No te odio, ni nada, pero si quieres ser mi súper mejor amigo, eso no va a pasar. No vas a lograrlo. Sin embargo, no hay rencores. Somos amigos... porque no pienso desgastar mi energía evitándote.
Mis palabras salieron como una ráfaga, más rápida de lo que había planeado. Richard me miró, sorprendido, y luego soltó una media sonrisa, como si no supiera qué más hacer.
—Está bien, Max. No quiero ser una molestia... —murmuró, poniéndose de pie lentamente—. Pero avísame si te sientes mal o si necesitas algo. Puedo traerte algo de comer si quieres.
No le respondí. Me volví a acostar, dándole nuevamente la espalda, esperando que entendiera que la conversación había terminado.
Lo escuché caminar hacia la puerta, y finalmente, el suave clic de la puerta cerrándose detrás de él.
Mientras el silencio regresaba a la habitación, sentí una mezcla extraña de alivio y agotamiento. El conflicto con Richard no se había resuelto por completo, pero ya no tenía la energía ni las ganas de seguirle el juego. Lo único que quería en ese momento era dormir y que la fiebre se fuera lo más pronto posible.
Me acurruqué bajo las sábanas, cerrando los ojos mientras los escalofríos recorrían mi cuerpo.