Mientras estábamos sentados en el frío suelo del baño de hombres, saqué mi vaporizador y ofrecí una calada a Richard antes de tomar una yo misma. El olor a menta llenó el espacio reducido, creando una burbuja temporal de paz. Richard me miró, sus ojos un reflejo de la tormenta que parecía agitarse dentro de él.
—Venga, Richard, no sea estúpido —dije, pasándole el vaper—. No dejes que gente como ella te llegue. No vale la pena.
Él tomó el vaporizador, sus dedos rozando ligeramente los míos, y se llevó el dispositivo a los labios. Exhaló una nube densa y luego se pasó una mano por el cabello, visiblemente frustrado.
—Lo sé, lo sé —murmuró—. Es solo que... no esperaba que me atacaran así. No aquí.
—Pero siempre te atacan, ¿no? —pregunté, más curiosa que acusatoria—. Siempre es por lo mismo, porque te destacas, porque no te dejas llevar por las idioteces de los demás.
Él asintió, clavando su mirada en algún punto indeterminado en frente de él.
—Sí, pero usualmente puedo manejarlo solo. No necesito que nadie intervenga, menos aún que alguien... que tú te metas en problemas por mí.
—Richard, no me metí en problemas —repliqué con una sonrisa torcida—. Me metí porque quise. Porque... —dudé un instante, evaluando mis palabras— porque me importas, más de lo que debería, probablemente.
Un silencio incómodo se instaló entre nosotros. Richard finalmente dejó el vaporizador a un lado y se volvió hacia mí.
—¿Por qué? —su voz era suave, casi inaudible—. ¿Por qué te importo?
Tomé una profunda respiración, pensando en cómo expresar sentimientos que ni siquiera yo entendía completamente.
—Porque veo en ti algo que no veo en los demás aquí —admití finalmente—. Hay una... autenticidad en ti que falta en otros. Y sí, tal vez también porque hemos compartido más de lo que la gente piensa. Los trabajos en grupo, las partidas de COD, defenderte...
—Pero nunca hemos sido amigos, ¿verdad? —dijo él, y por un momento, el dolor en su voz me golpeó más fuerte de lo esperado.
—¿Quieres serlo? —pregunté, mi voz apenas un susurro.
Richard se movió ligeramente, acortando la distancia entre nosotros. Su mano encontró la mía en el suelo frío, sus dedos entrelazándose con los míos.
—Sí, quiero serlo. Y tal vez algo más, si tú también lo quieres.
—¿Cómo sueñas, gafo? —bromeé, dándole un ligero empujón en la cabeza con mi mano libre. Él se echó a reír, una risa genuina que llenó el pequeño espacio.
—Eso espero, de verdad.
Nos quedamos allí, riendo un poco más, antes de que me levantara del suelo. Le ayudé a levantarse, aún sonriendo.
—Vamos, tenemos que salir de aquí antes de que alguien comience a preguntar demasiado —dije, mientras nos dirigíamos hacia la puerta.
Salimos del baño y regresamos al ruido y las luces del pasillo, llevando con nosotros un pequeño secreto compartido y la promesa de algo nuevo que explorar juntos.
Lecciones de vida con Max.