El Comienzo

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Leonard sentía el dolor antes de que sus ojos se abrieran. Era un dolor profundo, como si su cuerpo hubiera sido lanzado contra una pared una y otra vez. El frío de las piedras bajo él se filtraba en sus huesos, y el sabor metálico de la sangre llenaba su boca. Tardó unos segundos en recordar que había muerto. ¿No había sido un accidente? El sonido de las bocinas, los gritos y el crujido del metal se le antojaban lejanos ahora, como si pertenecieran a otra vida. ¿Por qué estoy aquí? Pensó, desconcertado, mientras trataba de mover sus miembros entumecidos.

Finalmente, sus párpados cedieron y un callejón sombrío apareció ante él. Las paredes estaban cubiertas de mugre, y el olor a orina y basura le revolvía el estómago. Se incorporó, jadeando del dolor, y fue entonces cuando lo notó: su cuerpo no era el suyo. Sus manos, pequeñas y sucias, no eran las de un hombre adulto. El pánico comenzó a apoderarse de él cuando sus dedos recorrieron su rostro y descubrieron rasgos más juveniles, la piel delgada y tersa de un niño.

"¿Qué demonios...?" murmuró, su voz infantil resonando en la oscuridad.

De repente, un torrente de recuerdos ajenos inundó su mente, casi haciéndolo caer de nuevo. Este no era su mundo. De alguna manera, él, Leonard, había sido arrojado a la trama de una novela que solía leer: una historia de romance y fantasía, en la que Albert, el príncipe héroe, luchaba contra villanos oscuros y crueles para proteger a su reino. Leonard recordaba bien la trama. Pero lo que lo llenó de terror no fue la historia en sí, sino el papel que ahora le correspondía jugar.

Él no era el héroe. Era el villano.

Había despertado como el Leonard de la novela, un personaje destinado a morir de la manera más miserable a manos de Albert cuando este descubriera sus intrigas y traiciones. "No, no, no..." murmuró Leonard para sí mismo, intentando recordar el final de ese villano. No era un final feliz. Albert lo asesinaba después de luchar contra él. Un estremecimiento recorrió su pequeña columna vertebral. Tenía que cambiar el rumbo de la historia.

Su primer impulso fue levantarse del sucio callejón. Las heridas que cubrían su cuerpo le dolían con cada movimiento, pero sabía que quedarse ahí no era una opción. Los recuerdos del Leonard original le mostraban que este lugar no era seguro, que la miseria y la muerte estaban siempre a la vuelta de la esquina en esos barrios. Cojeando, avanzó por las estrechas calles tratando de orientarse. Su visión aún estaba algo borrosa, y su cuerpo temblaba, pero la adrenalina le daba fuerzas.

No pasó mucho tiempo antes de que atrajera la atención no deseada. Unos guardias, con sus armaduras brillantes y sus ojos sospechosos, lo vieron vagando solo y herido. Leonard supo que no podía quedarse allí ni un segundo más. "¡Oye, tú!" gritó uno de los guardias, comenzando a caminar hacia él.

El miedo recorrió su cuerpo como una corriente eléctrica. Giró sobre sus talones y comenzó a correr, sus pequeños pies chocando contra el pavimento empedrado. Los gritos de los guardias lo persiguieron por las callejuelas hasta que logró perderse en los laberintos de la ciudad. Siguió corriendo, saliendo de los muros del reino, hasta que el bosque comenzó a cerrar el paso a su alrededor.

Cansado y con el corazón martillando en su pecho, se detuvo frente a una pequeña casa a las afueras, apartada del camino. Parecía abandonada, pero la chimenea emitía una delgada columna de humo, lo que indicaba que alguien vivía allí. La desesperación de Leonard por encontrar refugio lo llevó a acercarse sigilosamente, intentando colarse por una ventana lateral rota. Estaba decidido a pasar la noche allí, lejos de los peligros de la ciudad, aunque fuera solo por un momento.

Mientras entraba, un crujido lo delató.

"¿Qué haces aquí, niño?"

Una voz profunda y áspera lo hizo congelarse. Delante de él estaba un hombre de apariencia intimidante, con el rostro curtido por los años y una cicatriz que atravesaba su mejilla. Tenía un aire peligroso y autoritario, como si en algún momento hubiera sido algo más que un simple campesino. A su alrededor, la casa estaba llena de armas antiguas y libros empolvados, lo que dejaba claro que este hombre no era un civil común. Sus ojos grises lo examinaban con dureza.

Leonard tragó saliva, sus pensamientos corriendo a mil por hora. Este era el tipo de hombre que no dudaba en matar si se sentía amenazado. Pero también era su única oportunidad.

"Por favor... necesito un lugar para quedarme." Su voz, pequeña y frágil, sonó lastimera. Pero el hombre no se inmutó, sus ojos seguían fijos en los de Leonard, evaluándolo. "Te pagaré. O te ayudaré. Solo... enséñame. Enséñame a sobrevivir."

El hombre levantó una ceja, sorprendido. "¿Enseñarte a sobrevivir?" repitió, como si no hubiera oído bien. Leonard asintió rápidamente. Sabía que no tenía tiempo que perder. Si quería vivir en este mundo y cambiar su destino, tenía que hacerse fuerte. Tenía que aprender a luchar, a ser más inteligente que los demás.

Hubo un largo silencio antes de que el hombre exhalara, como si considerara la absurda petición de un niño herido. Finalmente, soltó una risa áspera.

"Eres valiente, al menos." murmuró, y entonces se dio la vuelta. "Quédate. Veremos si sobrevives la noche."

Con esas palabras, Leonard supo que había dado el primer paso para cambiar su destino.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora