Decisiones y despedidas

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Leonard sentía cómo las manos frías de los guardias lo apretaban firmemente, obligándolo a caminar. Cada paso lo alejaba más de todo lo que había conocido, de sus amigos, de su vida en la academia, y, sobre todo, de Albert. Sabía que la decisión que había tomado lo cambiaría todo, pero no tenía otra opción. Para proteger a aquellos que amaba, debía sacrificarse.

El aire se sentía denso a su alrededor, la oscuridad de la noche envolvía el ambiente con un manto de silencio, solo roto por el sonido rítmico de las botas de los guardias. A su lado, Alaric caminaba con su paso tranquilo, su expresión indescifrable. Leonard lo miró de reojo, sabiendo que su destino estaba ahora en manos de ese hombre.

—¿Estás seguro de lo que pides? —preguntó Alaric, sin mirarlo. Su voz era suave, casi amistosa, pero Leonard sabía que no debía confiar en él.

Leonard asintió, su mandíbula apretada. —Sí. Solo quiero asegurarme de que Freya sea liberada. Y que el mensaje llegue a Albert y a Christian.

Alaric lo observó durante unos segundos, evaluándolo. Luego, tras un breve asentimiento, hizo un gesto a uno de los guardias. —Cumpliremos tu deseo. Freya será liberada, y tu mensaje será entregado.

El alivio que sintió Leonard fue inmediato, pero también desgarrador. Sabía que esto no sería fácil, que sus palabras podían herir a Albert y Christian. Pero era necesario. Tenía que alejarlos de él, de este peligro que crecía a su alrededor como una sombra amenazante.

Llegaron a la celda de Freya, y Leonard se detuvo, su corazón palpitando con fuerza. Freya estaba sentada en el suelo, sus rodillas recogidas contra el pecho, pero cuando lo vio entrar, se puso de pie rápidamente, con la misma mirada determinada de siempre. Era fuerte, siempre lo había sido, pero incluso ella parecía sentir el peso de lo que estaba a punto de ocurrir.

—¿Qué está pasando? —preguntó, su tono severo pero lleno de preocupación.

Leonard tragó saliva. Este momento era más difícil de lo que había imaginado.

—Freya, ellos van a liberarte —empezó, su voz temblorosa—. Vas a regresar a la academia, a salvo. Pero necesito que me hagas un favor.

Freya lo miró, sorprendida. —¿Liberarme? ¿Y tú?

—Yo... —Leonard vaciló, tratando de controlar el temblor en su voz—. Yo no voy a volver, al menos no ahora. Necesito que le entregues un mensaje a Albert y a Christian. Diles que no se preocupen por mí, que no me busquen. Voy a colaborar con Alaric, por el bien de todos. Es mejor así.

El rostro de Freya se endureció, su ceño fruncido. —¿Colaborar? ¡Leonard, esto es una locura! ¡No puedes simplemente entregarte a él!

Leonard negó con la cabeza. —No hay otra opción. Si me resisto, solo causaría más daño a los que me rodean. Tienes que confiar en mí.

Freya lo observó por un largo momento, con una mezcla de incredulidad y tristeza en sus ojos. Finalmente, exhaló lentamente y asintió. —Entiendo. Pero sabes que ellos no aceptarán esto tan fácilmente.

—Lo sé —respondió Leonard, su voz apenas un susurro—. Pero tienes que decirles que lo hago por ellos, por todos. Y Freya... hay algo más que necesito que le digas a Albert.

Freya lo miró, esperando.

Leonard se sintió vulnerable como nunca antes. Sus manos temblaban, y su corazón latía desbocado, pero debía decirlo. —Dile que lo amo. Y que no quiero que desperdicie su vida buscándome. Tiene un sueño, Freya. Quiere unirse al ejército del reino. Dile que lo haga. Que cumpla su sueño por mí, que no lo pierda por estar buscándome.

Freya asintió lentamente, su mirada más suave ahora, casi compasiva. —Se lo diré.

Leonard sonrió débilmente. Sabía que Freya cumpliría su palabra. Pero el dolor en su pecho no disminuía. Sabía que lo que pedía de Albert era cruel, pero si eso lo alejaba del peligro, entonces debía hacerlo.

Un guardia se acercó y abrió la celda de Freya. Antes de que pudieran llevársela, Leonard dio un paso adelante y la abrazó con fuerza. Freya, un poco sorprendida, correspondió el abrazo.

—Cuídate —susurró Leonard—. Eres más fuerte de lo que crees.

Freya no dijo nada, pero cuando se separaron, sus ojos lo decían todo. A pesar del poco tiempo que se conocían, los dos habían desarrollado un gran entendimiento mutuo, y si hubiesen estado en otra situación podrían haber sido muy buenos amigos. Con ese ultimo pensamiento, se la llevaron, y Leonard se quedó solo en la celda vacía.

Pasaron unos minutos eternos antes de que Alaric se acercara de nuevo. Leonard, de pie junto a la puerta, sintió que todo a su alrededor se derrumbaba, pero su resolución se mantenía firme. Sabía que había hecho lo correcto.

—Es hora —dijo Alaric—. Te has entregado a esto. No puedes volver atrás.

Leonard lo miró, con determinación en los ojos. —Lo sé.

Lo escoltaron fuera de la celda, pasando por largos pasillos oscuros hasta una entrada donde los esperaba un carruaje negro y elegante. Alaric caminaba a su lado, siempre en silencio, pero con una presencia que llenaba el aire.

Cuando llegaron a la entrada, Leonard miró hacia el cielo nocturno. Las estrellas brillaban débilmente, como si apenas pudieran atravesar la oscuridad que lo rodeaba. Sabía que esta sería su última visión de libertad por mucho tiempo.

Vio cómo Freya era llevada, dormida, hacia el exterior. Pronto sería liberada, y el mensaje que había dejado viajaría de vuelta a Albert y Christian. Una parte de él deseaba poder volver atrás, cambiar las cosas, pero ya no era posible.

—¿Listo? —preguntó Alaric, observándolo con una mirada de satisfacción. Había conseguido lo que quería.

Leonard respiró hondo y asintió. —Sí. Estoy listo.

Con ese último respiro, se subió al carruaje, dejando atrás todo lo que había conocido, sabiendo que su destino ya no estaba en sus manos.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora