Dominio

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El choque entre Leonard y Alaric fue inmediato y brutal. Las sombras que había convocado se entrelazaron en el aire como serpientes enredadas, pero el enemigo era rápido, demasiado rápido. Cada ataque que Leonard lanzaba era contrarrestado con una facilidad insultante.

Alaric se movía con una precisión casi sobrehumana, esquivando sus golpes y lanzando contraataques calculados. La oscuridad que Leonard había aceptado empezaba a volverse inestable dentro de él, como si una parte de ese poder se resistiera a ser controlada.

—Eres fuerte, Leonard, pero no lo suficiente —dijo Alaric con frialdad mientras lo esquivaba con un movimiento fluido—. Aún no sabes quién eres realmente.

Leonard gruñó, empujando sus límites al máximo. Su cuerpo ardía por el esfuerzo, pero cada vez que intentaba concentrar la energía de las sombras, esta se desvanecía o escapaba de su control. Alaric, en cambio, se mantenía sereno, jugando con él como un gato con un ratón.

De repente, Leonard sintió un golpe seco en el estómago que lo dejó sin aliento. Se tambaleó hacia atrás, pero antes de que pudiera recomponerse, otro golpe en la pierna lo hizo caer de rodillas. Alaric lo tenía acorralado y de rodillas frente a él.

—Te advertí que no podías escapar de lo que eres —susurró Alaric mientras colocaba una mano sobre el pecho de Leonard, y con un destello de energía oscura, lo sumergió en un abismo de dolor. La oscuridad dentro de él, en lugar de obedecerlo, se volvió contra él. Se retorció como un animal salvaje, rompiendo su voluntad desde dentro.

Leonard cayó al suelo, jadeando, con el cuerpo tembloroso e incapaz de moverse.

—Aún no estás listo —murmuró Alaric, inclinándose para susurrarle al oído—. Pero lo estarás.

Después de eso, todo se volvió borroso. Voces apagadas. Manos que lo arrastraban. La sensación fría de esposas de metal ajustándose a sus muñecas.



Cuando Leonard volvió a abrir los ojos, estaba en un lugar diferente, un espacio amplio pero sin alma, con paredes grises y una luz pálida que caía desde arriba. Se encontraba en un campamento de entrenamiento, rodeado de otros jóvenes, cada uno con una expresión vacía o desconfiada. Algunos miraban al suelo; otros lo observaban con curiosidad hostil. Todos llevaban el mismo uniforme simple: ropa negra ajustada y sin insignias.

Una figura alta y robusta, con una cicatriz atravesando la cara, caminó hacia el centro del grupo y los miró sin emoción.

—Bienvenidos al Programa R30 —anunció con voz seca—. Aquí aprenderán a controlar lo que llevan dentro, o morirán en el intento. No hay más opciones.

Leonard sintió un escalofrío recorrer su espalda. No solo estaba atrapado: lo habían colocado en medio de un grupo de individuos con habilidades extrañas, cada uno lidiando con poderes desconocidos que parecían consumirlos desde dentro.

A su izquierda, un joven de cabello rubio emitía chispas eléctricas cada vez que movía los dedos. Más adelante, una chica con ojos completamente negros murmuraba palabras ininteligibles, como si hablara con algo que nadie más podía ver. Había personas allí que se movían con la inquietud de animales enjaulados, listos para atacar.

Leonard no era el único que luchaba con la oscuridad dentro de él. Todos los presentes eran armas potenciales, rotas y peligrosas. Y ahora él era uno más.

Un oficial de aspecto severo pasó lista sin interés, pero en vez de decir ombres decía una serie de números . Al terminar, lo miró directamente.

—1567, tú, sigue con el grupo tres. Tienen entrenamiento intensivo esta tarde.

Sin posibilidad de protestar y muy confuso, fue empujado hacia una formación de cinco personas más, cada uno más extraño que el anterior. No había lugar para dudas. Aquí, si no aprendías a usar tu poder, simplemente no sobrevivías.


El entrenamiento era implacable. A lo largo de las horas, Leonard fue forzado a realizar ejercicios brutales: correr hasta que sus piernas ardieran, practicar combate cuerpo a cuerpo hasta que sus músculos gritaran por el dolor. Le recordó a cuando era niño y entrenaba con Muriel, pero en ese momento tenía una motivación que le animaba a seguir. Aquí la única motivación era no morir. Lo más difícil era enfrentar las sesiones de control mental, donde lo obligaban a entrar en contacto directo con la oscuridad que habitaba en él.

Cada vez que intentaba conectar con su poder, el miedo lo envolvía como una niebla espesa. Y siempre, la voz de Alaric resonaba en su memoria: "Acepta lo que eres, o morirás."

Leonard apretaba los dientes, recordando por qué estaba allí. Albert. Christian. Freya. Ellos eran su ancla, la razón por la que no podía permitirse fallar. Aunque estuviera atrapado en ese lugar infernal, algún día regresaría con ellos.

"Volveré," se prometió a sí mismo una y otra vez. "Lo prometí. No importa cuánto tarde. No importa lo que tenga que hacer."

Pero sabía que para salir de ese lugar y cumplir su promesa, tendría que sobrevivir primero. Tendría que convertirse en algo más fuerte. Tendría que dominar su poder, sin dejar que lo dominara a él.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora