La Escuela

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El día había llegado. La escuela comenzaba. Leonard se despertó antes del amanecer, su cuerpo tenso por la ansiedad. A lo largo de los años, había enfrentado muchas cosas: entrenamientos duros, peligros en el bosque, hasta la constante incertidumbre sobre su futuro en este mundo. Sin embargo, nada se comparaba con lo que sentía al saber que en tan solo unas horas estaría en el mismo lugar que Albert Vasserac, el príncipe que en la historia original estaba destinado a matarlo.

Se vistió rápidamente y salió de la cabaña en silencio. Muriel ya estaba despierto, como de costumbre, y lo observaba desde la mesa, tomando una taza de té caliente.

—Hoy es el gran día —dijo Muriel con voz áspera, pero sin apartar la vista de su taza.

—Sí —respondió Leonard, tratando de ocultar el nerviosismo en su voz. Se acercó a la puerta sin decir más, pero antes de salir, Muriel lo detuvo.

—Leonard. —El chico se giró hacia él, sorprendido—. No olvides quién eres. Y no dejes que nadie te haga creer lo contrario.

Muriel no era un hombre de muchas palabras, pero cuando las decía, solían quedarse grabadas en la mente de Leonard. Asintió, sin saber cómo responder, y salió de la cabaña.

El viaje hacia la ciudad fue silencioso. El cielo estaba aún oscuro, pero ya se podía sentir la energía del día que estaba por comenzar. Las calles comenzaban a llenarse, con niños y adolescentes de todo el reino dirigiéndose hacia la gran academia. Leonard se sentía fuera de lugar, aunque había pasado una década en este mundo, seguía sintiendo que no pertenecía allí. Sabía que la escuela era solo el primer paso hacia los eventos que cambiarían todo.

Christian lo esperaba en la entrada del reino, como siempre. Su mejor amigo ya tenía el uniforme puesto, una camisa blanca y pantalones oscuros que contrastaban con su cabello rojo. Christian lo saludó con una sonrisa amplia, como si este fuera cualquier otro día, como si nada malo pudiera suceder.

—¡Por fin llegó el día, Leo! —exclamó Christian, rodeándole los hombros con su brazo—. ¿Estás listo?

Leonard intentó devolverle la sonrisa, pero fue más un esfuerzo que una verdadera emoción.

—Supongo que sí. —Respondió, encogiéndose de hombros—. Aunque no sé si alguna vez estaré completamente listo.

Christian soltó una carcajada, sin notar el miedo que Leonard intentaba ocultar.

—Vas a estar bien. Además, ¡ahora que somos mayores, podremos hacer todo tipo de cosas interesantes! He escuchado que la escuela tiene entrenamiento avanzado, e incluso torneos. Imagínate, ¡podríamos competir!

Leonard asintió, aunque su mente estaba en otro lugar. Mientras Christian hablaba con entusiasmo sobre los próximos días, Leonard solo pensaba en Albert. Sabía que tarde o temprano se encontraría con él, y la imagen del sueño —el Albert de la historia, con su espada atravesando su garganta— estaba grabada en su mente. Tenía que evitarlo a toda costa.

La academia era imponente, una enorme construcción de piedra con torres que se alzaban hacia el cielo. Estaba situada en el centro del reino, lo que le daba un aire majestuoso y dominante. Los estudiantes se amontonaban en las puertas, algunos nerviosos, otros emocionados. Leonard observó a su alrededor, buscando cualquier señal de Albert, pero no lo vio. Por un momento, se sintió aliviado.

Entraron en el salón principal, donde todos los nuevos estudiantes se reunirían antes de comenzar el primer día de clases. Había filas de sillas dispuestas frente a un gran escenario, y en el centro, un hombre de aspecto severo se preparaba para dar el discurso de bienvenida. Leonard y Christian tomaron asiento entre los demás, rodeados de niños y adolescentes de su edad.

El ambiente estaba cargado de expectativas, pero Leonard solo podía pensar en sobrevivir.

El director, un hombre con cabello canoso y mirada firme, comenzó a hablar. Explicó las reglas básicas de la escuela, las expectativas y, por supuesto, la importancia de la transformación animal. En ese momento, Leonard sintió una punzada de ansiedad. Mientras todos los estudiantes esperaban con ansias su transformación, él seguía dudando de si sería capaz de lograrlo. Su mente no pertenecía a este mundo, y eso podría impedir que despertara su animal. Y si eso sucedía, sería un desastre.

Después del discurso, los estudiantes fueron divididos en grupos. Leonard y Christian estaban juntos, lo cual fue un alivio para Leonard, ya que tener a su amigo a su lado hacía que todo fuera un poco más llevadero. Los llevaron a través de los pasillos hacia sus dormitorios, donde pasarían la mayor parte de su tiempo fuera de las clases.

Cuando llegaron, Leonard no pudo evitar notar que uno de los dormitorios tenía un símbolo dorado en la puerta. Un dragón. Sabía lo que significaba: Albert Vasserac. Ese era su dormitorio.

Se le hizo un nudo en el estómago. Aunque sabía que el príncipe estaba en la escuela, verlo tan cerca hacía que todo se sintiera mucho más real. Leonard intentó tranquilizarse. No tenía que cruzarse con él, podía pasar los próximos años evitándolo. Podía lograrlo. Tenía que hacerlo.

—¿Todo bien? —preguntó Christian, notando su tensión.

—Sí, todo bien —mintió Leonard.

El primer día transcurrió sin demasiados incidentes. Las primeras clases fueron más teóricas, repasando las bases del reino, la historia y la importancia de las familias nobles. Leonard se esforzaba por mantenerse concentrado, pero su mente siempre volvía a la puerta con el dragón.

Por la tarde, después de las clases, Christian lo convenció de dar una vuelta por los terrenos de la escuela. Era un lugar impresionante, con jardines enormes y patios de entrenamiento. Pero incluso en medio de la belleza del lugar, Leonard no podía sacudirse la sensación de peligro. Sabía que Albert estaba cerca, y eso lo mantenía en vilo.

Justo cuando comenzaba a relajarse un poco, lo vio. Albert Vasserac.

Estaba al otro lado del patio, rodeado de otros estudiantes nobles, todos vistiendo el uniforme con el emblema de la familia Vasserac. Albert no lo había visto, pero eso no calmó el miedo que Leonard sentía. El príncipe parecía mayor y más intimidante de lo que recordaba. Su cabello rubio y sus ojos dorados le daban una presencia imponente.

Leonard tragó saliva, dándose la vuelta antes de que Albert pudiera notar su presencia.

—Vámonos —murmuró Leonard, tomando a Christian del brazo.

Christian lo miró extrañado, pero no dijo nada. Los dos se alejaron del patio rápidamente, y aunque Leonard había logrado evitar el encuentro, sabía que no podría hacerlo para siempre.

El juego había comenzado.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora