Leonard

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Leonard despertó con un dolor agudo en la cabeza, su visión borrosa y su cuerpo pesadamente recostado sobre una superficie dura y fría. El aire a su alrededor olía a humedad, y el eco de gotas cayendo en la distancia solo aumentaba la sensación de aislamiento. Tardó unos segundos en recuperar el sentido, y lo primero que notó fue que sus manos estaban atadas a una silla de hierro. Intentó mover los pies, pero estos también estaban encadenados.

—¿Dónde estoy? —murmuró, con la garganta seca y la voz apenas audible. El silencio fue su única respuesta.

La habitación en la que se encontraba estaba sumida en la penumbra. Podía ver las sombras danzando en las paredes, pero no había ventanas, ni señales de vida. La opresión de la oscuridad lo rodeaba, recordándole lo vulnerable que estaba. Recordó el caos en el patio, la multitud, y la figura misteriosa que lo había capturado. Todo había ocurrido demasiado rápido.

De repente, una puerta al otro lado de la habitación se abrió con un chirrido metálico. La luz de una antorcha iluminó parcialmente la figura que entró: el hombre de la capa oscura que había visto en el patio. Sus ojos seguían siendo igual de fríos, pero ahora estaban llenos de una intensidad aún más peligrosa. Leonard sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral.

—Leonard —pronunció el hombre, su voz suave y casi amistosa, lo cual solo aumentaba la tensión. Se acercó lentamente, arrastrando la silla de madera que llevaba consigo. La colocó frente a Leonard y se sentó con una calma inquietante.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? —preguntó Leonard, forzando su cuerpo a permanecer tranquilo mientras su mente se llenaba de preguntas y miedo.

El hombre lo observó en silencio durante unos segundos, sus ojos recorriendo cada parte del rostro de Leonard, como si lo estudiara minuciosamente.

—Soy Alaric —dijo finalmente—. Pero eso no es lo importante ahora. Lo importante es lo que tú y yo compartimos.

Leonard frunció el ceño, sin entender a qué se refería. Tiró de las cadenas que lo sujetaban a la silla, pero solo consiguió hacer ruido metálico. No tenía claro qué quería este hombre, pero estaba claro que tenía todo el control sobre la situación.

—No entiendo de qué hablas —replicó Leonard con frialdad—. No compartimos nada.

Alaric sonrió con una frialdad que hizo que Leonard sintiera una presión en el pecho. Se inclinó hacia adelante, sus ojos fijándose en los de Leonard.

—Oh, pero sí lo hacemos. Tú y yo somos mucho más parecidos de lo que te gustaría admitir —susurró—. Ambos hemos vivido en las sombras, ambos hemos sido subestimados, y ambos poseemos algo que los demás desean. Tu secreto... tu poder.

Leonard sintió un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. ¿Alaric sabía la verdad sobre él? Sobre el animal que había invocado, sobre el lobo negro que llevaba consigo ese misterio, esa conexión oscura con algo más grande.

—No sé de qué estás hablando —repitió Leonard, aunque cada vez menos seguro.

—Claro que lo sabes —replicó Alaric, con una sonrisa venenosa—. El lobo negro. No es solo un simple animal. Es un símbolo, Leonard. Un símbolo de un poder mayor. Un poder que te conecta conmigo, y que te aleja de todos esos débiles que te rodean. Xander, Christian... Albert... ellos no te entienden, pero yo sí.

Leonard se sintió invadido por una sensación de peligro inminente. Alaric no solo sabía de su animal, sino que parecía obsesionado con él, como si viera en Leonard algo que ni siquiera él mismo había comprendido completamente. El terror comenzó a asentarse en su pecho.

—Estás loco —siseó Leonard, tratando de mantener la calma—. No sabes nada sobre mí.

Alaric se echó hacia atrás, riéndose suavemente. —¿Loco? Quizá. Pero soy lo único que te queda ahora. Estás solo, Leonard. Nadie va a venir por ti. Ni Xander, ni Christian, ni siquiera ese estúpido novio tuyo Albert. Todos esos a los que llamas amigos... no te entienden como yo.

Leonard apartó la mirada, sintiendo la desesperación apoderarse de él. Alaric continuó hablando, su voz serpenteante y manipuladora.

—¿No lo ves? Te han abandonado porque temen lo que eres. Pero yo no. Yo estoy aquí porque te necesito, porque juntos... juntos podemos controlar lo que los demás ni siquiera comprenden.

Leonard comenzó a respirar con dificultad, sus pensamientos corriendo a mil por hora. Sabía que no podía confiar en Alaric, pero sus palabras se clavaban en lo más profundo de sus inseguridades. La verdad era que, en ese momento, se sentía increíblemente solo. La presión de su secreto, de su poder, lo estaba consumiendo. Y ahora estaba atrapado en manos de alguien que claramente lo quería por razones oscuras.

—Te haré una propuesta, Leonard —continuó Alaric, inclinándose hacia él de nuevo—. Únete a mí. Juntos podemos desatar el verdadero poder del lobo negro. Tú serás mi compañero, mi aliado, y juntos reclamaremos lo que es nuestro por derecho. Nadie podrá detenernos.

Leonard cerró los ojos, tratando de bloquear las palabras venenosas de Alaric. La idea de unirse a alguien tan peligroso lo llenaba de repulsión, pero la desesperación y el miedo seguían en su interior.

—Jamás estaré contigo —susurró finalmente Leonard, abriendo los ojos y enfrentando la mirada de Alaric con decisión—. Prefiero morir antes que seguirte.

Alaric no pareció sorprendido, más bien complacido. Simplemente sonrió, esa sonrisa cruel que lo había acompañado desde el principio.

—Lo sabía —dijo, poniéndose de pie—. No esperaba menos de ti, Leonard. Pero no te preocupes. Tendrás tiempo para reflexionar sobre tu decisión. Por ahora, descansarás aquí, hasta que cambies de opinión. Porque, créeme, lo harás.

Con esas palabras, Alaric se giró y salió de la habitación, dejando a Leonard solo, encadenado y sumido en una oscuridad aún más densa que antes.

Leonard respiró hondo, tratando de calmar su mente. No iba a ceder. No podía. Pero, por primera vez en su vida, sintió el peso de su propio poder como una maldición que lo hundía más y más en un abismo del que no sabía si podría salir.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora