¿Amigo?

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Leonard se giró rápidamente, con el corazón aún latiendo a mil por hora después de la huida desesperada. Frente a él se encontró con un chico de aproximadamente seis o siete años, con cabello pelirrojo y ojos verdes que brillaban con una mezcla de curiosidad y astucia. Unas pequeñas pecas adornaban sus mejillas, dándole un aspecto infantil y travieso.

Antes de que Leonard pudiera articular una sola palabra, el chico le tapó la boca con una mano firme pero delicada, indicándole con un gesto que guardara silencio. Ambos permanecieron en un tenso silencio mientras los pasos de los guardias resonaban fuera de la puerta. Leonard aguantó la respiración, temiendo que en cualquier momento lo descubrieran. Pero, finalmente, los sonidos de los guardias se desvanecieron, dejando atrás solo el susurro del viento.

Cuando ya era seguro hablar, el chico misterioso retiró la mano de la boca de Leonard y le ofreció una sonrisa amistosa.

—Puedes relajarte ahora. Se han ido —susurró el chico.

Leonard se levantó, con la ayuda del pelirrojo, y de inmediato notó la diferencia de altura entre ambos. Leonard siempre había sido bajo para su edad, pero esperaba que al crecer, su estatura cambiara. Aún así, el chico que tenía enfrente parecía más robusto y atlético que él.

—Gracias —murmuró Leonard, limpiándose la ropa polvorienta. Luego, se atrevió a preguntar—: ¿Quién eres?

—Me llamo Christian —respondió el chico, con una sonrisa juguetona—. ¿Y tú?

—Leonard —dijo, aún algo desconfiado. Christian no parecía tener malas intenciones, pero Leonard había aprendido que en este mundo, confiar en alguien podía ser un lujo.

—Bueno, Leonard, es mejor que te muevas. No es seguro aquí —dijo Christian, señalando hacia la puerta. Leonard no tenía muchas opciones, así que asintió y siguió al chico.

Caminando por callejones estrechos y oscuros, Leonard sintió una mezcla de tensión y curiosidad. ¿Quién era este chico y por qué lo ayudaba? Finalmente, llegaron a una casa que no se veía como las otras en el reino. No estaba decorada ni tenía adornos, pero algo en ella transmitía una sensación acogedora y tranquila. Al entrar, Leonard se dio cuenta de que ya no estaban en el centro del reino, sino más hacia el sur, cerca de la frontera donde se encontraba la cabaña de Muriel.

Dentro de la casa, Christian le indicó que se sentara en una silla de madera junto a una mesa de roble.

—Déjame ver esas heridas —dijo Christian, sacando un pequeño botiquín improvisado de un estante cercano.

Solo entonces, cuando el chico pelirrojo empezó a curarle las rodillas y los codos, Leonard se dio cuenta de lo maltrecho que estaba. La adrenalina de la huida había enmascarado el dolor, pero ahora, sentado y relajado, cada raspón y golpe le recordaba su desafortunado espectáculo.

—Te vi allá afuera... Fue todo un espectáculo —dijo Christian, refiriéndose al momento en que Leonard había interrumpido el desfile del príncipe Albert.

Leonard sintió el calor subir a sus mejillas. ¿Espectáculo? Era la última palabra que quería oír para describir lo ocurrido. Había sido todo menos discreto, y lo peor de todo: había llamado la atención de Albert. Exactamente lo que no quería.

—No fue intencional —murmuró Leonard, mirando hacia el suelo.

Christian se rió suavemente, notando la vergüenza de Leonard.

—No te preocupes. No eres el primero en meter la pata en grande aquí —dijo con una sonrisa tranquilizadora—. Además, nadie se atreve a lanzarle fruta al príncipe. Deberías estar orgulloso.

Leonard suspiró, frustrado consigo mismo. Quería desaparecer, ser invisible, y en lugar de eso, había dejado una impresión inolvidable. Se sentía completamente inútil. Todo su plan de mantenerse lejos de Albert para evitar su destino ya estaba en peligro.

—Tranquilo, todo el mundo se equivoca alguna vez —dijo Christian, notando la decepción en su rostro—. Ya está hecho, no te tortures más por eso.

Leonard, sin embargo, seguía sintiéndose mortificado. Christian terminó de curar sus heridas y luego se levantó.

—Ven, te enseñaré el lugar —dijo, y Leonard lo siguió.

La casa resultó no ser exactamente lo que parecía a primera vista. Leonard estaba comenzando a relajarse hasta que, caminando por uno de los pasillos, se cruzaron con dos mujeres desnudas pasando por el pasillo sin ninguna preocupación. La escena lo dejó en shock.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Leonard, completamente desconcertado.

Christian se rió al ver la reacción de Leonard.

—Es un burdel. Tranquilo, si vienes más a menudo, te acostumbrarás a ver tanto hombres como mujeres caminando así. No te preocupes.

Leonard estaba tan abrumado por la situación que apenas podía pensar con claridad. En su vida anterior, apenas había tenido tiempo para desarrollar relaciones con nadie, y ahora estaba enfrentando un mundo completamente diferente. Ver a una mujer desnuda era algo que nunca había experimentado, y la incomodidad era evidente en su rostro.

Christian se rio de su inocencia y continuaron hasta la cocina, donde una mujer mayor los recibió con una sonrisa amplia.

—¿Quién es este niño tan lindo? —preguntó la mujer, tomando a Leonard por los mofletes.

—Es un amigo mío —respondió Christian, lo que sorprendió a Leonard, ya que apenas lo conocía.

De repente, Leonard recordó algo importante.

—¿Qué hora es? —preguntó con urgencia.

Habían pasado ya cuatro horas desde el incidente del desfile. Leonard se dio cuenta de que tenía que volver a la cabaña para asegurarse de que Muriel no se preocupara por él.

—Tengo que irme. Gracias por todo, Christian —dijo Leonard, mientras se apresuraba hacia la salida. 

Leonard estaba a punto de salir corriendo cuando sintió una mano suave pero firme que lo detenía por la manga. Se giró rápidamente, viendo a Christian con una sonrisa confiada y despreocupada en el rostro.

—Espera un momento —dijo el pelirrojo, con un brillo travieso en los ojos—. Puedes volver cuando quieras, ya lo sabes, ¿verdad? Esta casa es un poco rara, pero aquí no hacemos muchas preguntas.

Leonard se quedó en silencio un segundo. A pesar de la extrañeza del lugar, la amabilidad de Christian había sido genuina. Sintió una punzada de gratitud, pero también de cautela. Sabía que no podía decirle dónde vivía. Muriel había sido claro: mantener la ubicación de la cabaña en secreto era crucial para su seguridad.

—No puedo decirte dónde vivo —respondió Leonard, mirando hacia abajo con cierto pesar—. El viejo... mi maestro... me ha dicho que es un secreto. Pero... si quieres, podríamos encontrarnos mañana, en la entrada del reino, al atardecer.

Los ojos de Christian brillaron con emoción. Sin dudarlo, asintió rápidamente.

—¡Claro! Eso suena perfecto. Te esperaré allí —dijo, soltándole la manga con una leve sonrisa.

Leonard, agradecido, asintió también y se dio la vuelta para salir de la casa.

—¡Nos vemos mañana entonces! —exclamó Christian mientras Leonard comenzaba a correr hacia la puerta.

Con una última mirada rápida, Leonard se despidió con la mano antes de desaparecer por las estrechas calles, su mente volviendo al bosque donde se encontraba la cabaña de Muriel. Mientras corría, su mente se llenó de pensamientos contradictorios. Había sido un día completamente caótico. Su plan de pasar desapercibido había fracasado estrepitosamente, y ahora, había añadido a Christian a la ecuación, un chico que parecía inofensivo pero que Leonard aún no sabía si podía confiar plenamente.

Los pasos de Leonard resonaban contra las piedras del camino mientras el sol comenzaba a descender en el horizonte.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora