Llaves

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Leonard se había acostumbrado al constante sonido de las gotas de agua, el eco lejano de pasos en el pasillo y la voz firme de Freya. La oscuridad de la celda, que antes lo asfixiaba, se había convertido en un recordatorio constante de su situación. Pero, curiosamente, esa misma oscuridad le había traído un extraño sentido de claridad. Estaba atrapado, sí, pero no derrotado. Aún no.

Día tras día, él y Freya habían comenzado a observar. Cada cambio de guardia, cada paso, cada pequeño detalle que pudiera ayudarlos a encontrar un patrón. Era estresante y agotador. A veces, mientras contaba los pasos de los guardias, sus pensamientos vagaban hacia Albert, Christian, incluso hacia Xander. ¿Estarían buscándolo? ¿Sabrían siquiera dónde estaba?

Freya, por otro lado, no hablaba mucho de su familia. Aunque Leonard sabía que los Freefield eran influyentes, parecía que Freya no esperaba ningún rescate. Era como si, desde el principio, hubiera asumido que tendría que salir de este lugar por su cuenta.

Una noche, después de lo que parecía una eternidad, Freya rompió el silencio.

—He encontrado algo —susurró desde la celda contigua.

Leonard se levantó de su rincón frío y húmedo, acercándose al muro que los separaba.

—¿Qué cosa?

Freya hablaba despacio, cada palabra medida y calculada. —Uno de los guardias, el más joven, parece descuidado. Su ruta es irregular, y tarda más de lo necesario en ciertos tramos. Si podemos atraerlo lo suficiente, podríamos crear una distracción.

—¿Una distracción? —repitió Leonard, tratando de seguir su línea de pensamiento.

—Sí, algo que lo obligue a salir de su rutina, a cometer un error. Entonces, cuando esté distraído, podríamos quitarle las llaves. He visto que las lleva colgando de su cinturón, expuestas.

Leonard frunció el ceño, nervioso. —Es un buen plan, pero nos estaríamos arriesgando demasiado, ¿y si fallamos?

Freya soltó un leve suspiro. —Leonard, todo esto es arriesgado. ¿Quieres quedarte aquí esperando que Alaric decida qué hacer contigo? Porque te garantizo que, si se aburre, será peor.

Sabía que Freya tenía razón. No había lugar para el miedo o las dudas. Si no actuaban pronto, podrían perder cualquier oportunidad de escapar.

—Está bien. Hagámoslo. —Leonard tomó una respiración profunda, su mente ahora enfocada en el plan. Tenía que mantenerse firme.

Esa misma noche, pusieron en marcha la primera fase de su plan. El guardia más joven, al que Freya había estado observando, hacía su ronda habitual. Leonard comenzó a quejarse en voz alta, fingiendo estar herido. A medida que el sonido de sus quejidos resonaba por el pasillo, Freya golpeaba las paredes, creando un eco rítmico que se sumaba a la confusión.

—¡Ayuda! —gritó Leonard, su voz rasgando el silencio de la celda.

Los pasos del guardia se acercaron, y Leonard sintió cómo su corazón se aceleraba. El guardia apareció finalmente frente a su celda, su rostro mostrando una mezcla de nerviosismo y molestia.

—¿Qué demonios te pasa? —dijo el guardia, visiblemente irritado.

Leonard se retorció en el suelo, fingiendo un dolor insoportable. —No puedo respirar... algo... algo me duele mucho. —Intentó sonar lo más convincente posible.

El guardia, mirando a ambos lados para asegurarse de que nadie lo observaba, abrió la puerta de la celda con un chasquido.

Freya, desde su celda, observaba con atención. Cuando el guardia se agachó para revisar a Leonard, sus dedos se movieron rápidamente, deslizándose hacia el cinturón del guardia. En un movimiento casi imperceptible, quitó las llaves de su lado.

Leonard aprovechó el momento y, con un rápido movimiento, golpeó la pierna del guardia, lo suficiente como para desestabilizarlo. El hombre cayó hacia un lado con un gruñido, sorprendido.

—¡Corre! —gritó Freya mientras giraba las llaves y abría su propia celda.

Leonard se levantó de inmediato y salió corriendo detrás de ella. El guardia, aturdido, tardó unos preciosos segundos en recuperarse y dar la alarma. Para entonces, Freya y Leonard ya habían tomado una ventaja considerable.

—¿Sabes a dónde vamos? —preguntó Leonard mientras corrían por los angostos pasillos de piedra.

—No exactamente —respondió Freya, con la respiración entrecortada—. Pero cualquier lugar es mejor que donde estábamos.

Los pasillos se retorcían y giraban, y Leonard sentía que estaban corriendo en círculos. Sin embargo, Freya se mantenía firme, dirigiéndolos con una determinación feroz. Leonard confiaba en su juicio, pero no podía evitar sentir que estaban siendo observados.

Finalmente, llegaron a un gran salón vacío, con una única puerta al fondo. Leonard casi suspiró de alivio, pensando que quizás habían encontrado una salida. Pero entonces, esa sensación de vigilancia se volvió más intensa.

Alaric estaba allí, parado frente a la puerta. Los esperaba, con una sonrisa que le heló la sangre a Leonard.

—¿De verdad pensaron que podrían escapar tan fácilmente? —preguntó Alaric, su voz llena de un peligroso tono de burla—. Soy paciente, pero mi paciencia tiene límites.

Freya se interpuso rápidamente entre Alaric y Leonard, levantando las manos en un gesto defensivo. —No nos rendiremos sin luchar.

Leonard, detrás de Freya, sintió una mezcla de miedo y furia. Estaba harto de ser una marioneta en este juego. Apretó los puños, dispuesto a pelear si era necesario.

Alaric sonrió, casi complacido por su resistencia. —Me alegra ver que no has perdido tu espíritu, Leonard.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora