Los Días Previos

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Habían pasado diez años desde aquel primer encuentro entre Leonard y Christian. Ahora, a sus 15 años, Leonard caminaba por el reino, dirigiéndose a la casa de Christian, mientras sus pensamientos lo invadían. En dos días comenzaba la escuela, y eso significaba enfrentarse a lo inevitable: el encuentro con Albert Vasserac, el príncipe y, en el futuro, su verdugo, si no cambiaba las cosas.

Christian ya había cumplido los 16 años hace un par de semanas, y aunque Leonard estaba a solo meses de llegar a esa edad, la diferencia parecía más abismal que nunca. La transformación animal era una de las tradiciones más importantes del reino, y Christian había despertado su poder de una forma espectacular. Nadie se sorprendió cuando resultó ser un Lince, una criatura majestuosa y veloz. Leonard, sin embargo, temía el día de su propio despertar. ¿Y si no lo lograba? Sabía que la habilidad no solo dependía de la sangre, sino también del estado mental, y él... bueno, su mente pertenecía a otro mundo.

Leonard llegó a la casa de Christian, o mejor dicho, al burdel donde este vivía. A estas alturas ya se había acostumbrado a los hombres y mujeres que rondaban por el lugar, muchos de ellos trabajadores del sitio. Con los años, había dejado de sentir cualquier tipo de incomodidad. Ya nada le sorprendía, y, de hecho, ese desinterés parecía desconcertar a Christian. En una noche, cuando tenían 12 años, Christian le había confesado a Leonard que era gay. Leonard no se sorprendió, lo que sí le sorprendió fue la confianza que Christian le había mostrado al contárselo.

—¡Leo! —gritó Christian desde la entrada, con su característico cabello rojo ondeando en el viento. Su rostro había madurado con los años, con una mandíbula más afilada y pecas apenas visibles—. ¿Listo para entrenar?

Leonard sonrió y asintió. Durante los últimos años, había logrado convencer a Muriel de que dejara a Christian unirse a su entrenamiento diario. Gracias a eso, ambos habían desarrollado cuerpos fuertes y ágiles. Sin embargo, Christian siempre bromeaba sobre lo delgado que seguía siendo Leonard, a pesar de su fuerza.

El entrenamiento era algo que Leonard disfrutaba, aunque ese día su mente estaba en otro lugar. Durante toda la semana, había estado tenso. La escuela significaba enfrentar a Albert, y aunque el príncipe parecía haberse olvidado de él durante todos estos años, la sensación de peligro no desaparecía. El cartel de "Se Busca" con su rostro había quedado olvidado, aunque el recuerdo aún lo perseguía en sueños.

—Te noto distraído, Leo —dijo Christian, mientras giraba sobre sí mismo, lanzando un golpe que Leonard logró esquivar fácilmente.

—No es nada —mintió Leonard, concentrándose nuevamente en la pelea.

Los dos intercambiaron movimientos rápidos, pero al final, Leonard logró desarmar a Christian y dejarlo en el suelo, apuntándole con una espada de madera.

—Gané. Otra vez. —Leonard sonrió con satisfacción, pero Christian simplemente soltó una carcajada.

—Lo sé, lo sé. Pero tú sigues tenso —respondió Christian, levantándose del suelo y sacudiéndose el polvo—. No tienes nada que temerle a la escuela, te irá bien.

Christian no tenía idea de la verdadera razón por la que Leonard temía ir a la escuela. Para su amigo, era solo un paso más en la vida, algo emocionante. Pero para Leonard, la escuela significaba enfrentarse a un destino que había leído en los libros. Sabía lo que sucedería si no cambiaba las cosas. Sabía que Albert era su mayor amenaza.

Después de despedirse de Christian, Leonard se dirigió a la cabaña. El día había sido agotador, pero no lo suficiente para distraerlo de sus pensamientos. Muriel lo estaba esperando, sentado en la mesa, como siempre. Aunque su relación había mejorado mucho, todavía había momentos de silencio incómodo entre ellos, pero eso no le molestaba a Leonard. Con los años, había llegado a considerar a Muriel como un padre, aunque Muriel, siempre con su actitud reservada, negaba ese vínculo cada vez que podía. Sin embargo, Leonard sabía que Muriel lo trataba como a un hijo.

—Te he preparado algo de cena. —La voz áspera de Muriel lo sacó de sus pensamientos.

—Gracias —respondió Leonard, sentándose a la mesa. A pesar de todo, siempre agradecía el gesto.

Después de comer, Leonard se tomó un baño rápido y se fue a acostar. Esa noche los sueños lo acecharon.

El paisaje era oscuro, y el aire estaba cargado de tensión. Leonard se veía a sí mismo, pero no era él. Era el Leonard de la novela original, el Leonard que estaba destinado a morir a manos de Albert. Podía ver la pelea desarrollándose ante sus ojos. Las chispas de las espadas chocando, el sudor goteando por sus frentes, y la furia en los ojos del príncipe. Albert se movió rápido, demasiado rápido. Con un movimiento certero, le atravesó la garganta con la espada. Leonard sintió el dolor como si fuera real, el frío acero cortando su carne. No era un sueño, era un recordatorio, una advertencia de lo que estaba por venir.

Despertó de golpe, su corazón martillando en su pecho. El sudor frío empapaba su cuerpo, y su mente seguía procesando el sueño. Era una memoria de la historia original, un recordatorio de que el peligro estaba siempre presente. Si no se andaba con cuidado, su destino sería el mismo. Tenía que evitar a Albert a toda costa.

El amanecer comenzó a filtrarse por la ventana, pero Leonard apenas lo notó. Solo había un pensamiento en su mente: sobrevivir. La escuela comenzaría pronto, y su destino pendía de un hilo.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora