Leonard despertó en la oscuridad. Su cabeza pulsaba con dolor, como si hubiera sido golpeada varias veces. Al intentar moverse, sintió el frío del metal sobre su muñeca: estaba encadenado. Su cuerpo temblaba por la frialdad y el miedo, pero más que nada, por la incertidumbre de dónde estaba.
Se sentó lentamente, apoyándose contra la pared de piedra húmeda. El aire era denso y olía a moho, y las sombras parecían bailar a su alrededor, asfixiantes. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, pudo distinguir los contornos de la pequeña celda en la que estaba atrapado. Las paredes eran de piedra gris y el único sonido era el goteo constante de agua en algún lugar cercano.
—¿Dónde estoy...? —murmuró para sí, pero nadie respondió.
De repente, escuchó un sonido, un susurro que venía de más allá de su celda. Era una respiración controlada, casi inhumana en su calma. Entonces, una voz femenina rompió el silencio, seca y firme.
—Leonard, ¿verdad?
La voz venía de la celda contigua. Leonard se arrastró hacia la pared para escuchar mejor. Reconoció esa voz: fría, controlada, pero cargada de una tensión latente.
—¿Freya? —preguntó, sorprendido. No podía creer que ella también estuviera ahí.
—Sí —respondió Freya, sin emoción—. Parece que estamos en la misma situación.
Leonard trató de calmarse. Freya Freefield. Sabía de ella, todos lo sabían. Era miembro de una de las familias más influyentes del reino, los Freefield, de las Águilas. Siempre la había visto distante, rodeada de nobles y mostrando una actitud impenetrable. Ahora, estaba en una celda al lado de la suya.
—¿Qué... qué está pasando? —preguntó Leonard, tratando de darle sentido a todo—. ¿Por qué estamos aquí?
Freya guardó silencio por un momento, y Leonard pudo escuchar el leve roce de las cadenas mientras se movía en su celda. Cuando habló de nuevo, su tono era frío y cortante.
—No sé los detalles, pero parece que somos piezas en el juego de alguien. Y no es un juego en el que querríamos estar. Alaric... ¿lo conoces?
Leonard asintió, aunque sabía que Freya no podía verlo. Alaric, el hombre de las sombras, el líder del R30, y ahora la figura que acechaba en sus pensamientos. Si ese hombre lo había capturado, significaba que sabían su secreto. Sabían lo que él realmente era.
—Sí —murmuró—. Ya lo he conocido... pero no sé qué quiere de mí.
Freya dejó escapar un pequeño suspiro, casi imperceptible. —No lo sé con certeza, pero sé que quiere algo. Y si estamos aquí, es porque somos útiles para él de alguna manera. Esos hombres no toman prisioneros por capricho.
Leonard sintió una presión en el pecho. Sabía que lo habían raptado por su invocación del lobo negro, pero no podía imaginar cómo Freya encajaba en esto.
—¿Y tú? —preguntó finalmente—. ¿Por qué te raptaron a ti?
Freya se quedó en silencio por unos instantes antes de responder. —Mi familia es influyente. Los Freefield están vinculados con muchas de las facciones de poder del reino. Si Alaric me tiene a mí, tiene una herramienta para negociar. Pero eso no cambia lo que realmente importa aquí: necesitamos encontrar la forma de escapar.
Leonard asintió en la oscuridad. Estaba asustado, más de lo que quería admitir. Pero Freya... ella parecía tan serena, tan controlada. Era difícil no sentirse diminuto en comparación. Sin embargo, sabía que tendría que superar ese miedo si quería sobrevivir.
De repente, el sonido de pasos resonó en el pasillo de piedra. Leonard se tensó, y pudo escuchar a Freya moverse sutilmente en su celda. La puerta de su celda se abrió con un chirrido agudo, y una figura apareció en la entrada.
Era Alaric.
—Leonard —dijo su nombre con una suavidad que contrastaba con la violencia de sus actos—. Vamos a tener una charla.
Leonard sintió cómo el miedo lo invadía mientras era arrastrado fuera de la celda. Las manos fuertes de los guardias lo sujetaron, pero la mirada de Alaric era lo que lo mantenía paralizado. Ojos oscuros, vacíos de compasión, pero llenos de una peligrosa inteligencia.
Lo llevaron a una habitación pequeña y apenas iluminada, donde Alaric lo observaba con una expresión pensativa. No había nada en la habitación excepto una silla de madera, en la que Leonard fue forzado a sentarse. Alaric se mantuvo de pie, mirándolo de arriba a abajo.
—Sabes, si no fueses tan importante ya estarías gimiendo en mi cama —dijo Alaric, su tono lascivo y peligroso—. Eres un ser especial, Leonard. Muy especial. Pero lo que tienes dentro... es peligroso. Más peligroso de lo que puedes imaginar.
Leonard tragó saliva, tratando de controlar su respiración. No quería mostrar debilidad, no frente a Alaric.
—No sé de qué hablas —respondió, tratando de sonar firme.
Alaric sonrió, pero no había calidez en su expresión. —Claro que lo sabes. El lobo negro. Lo invocaste, y eso te convierte en alguien muy valioso para nosotros.
Leonard sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Por qué era tan importante esa invocación? ¿Qué significaba realmente?
—Déjame ser claro —continuó Alaric, inclinándose hacia él, dejando sus caras a escasos centímetros de distancia—. Puedo convertir tu vida en un infierno. Puedo destruir todo lo que amas. Pero si colaboras conmigo, si haces lo que te pido, tal vez puedas salir de esto con vida. Tal vez.
Leonard apretó los puños. Sabía que no podía confiar en él. Pero también sabía que no tenía muchas opciones.
Después de lo que parecieron horas de amenazas y advertencias, Alaric lo devolvió a su celda. Leonard se sentía agotado, emocional y físicamente, pero cuando vio a Freya de nuevo al otro lado de las rejas, algo dentro de él se encendió. No podía rendirse.
—¿Qué te dijo? —preguntó Freya en cuanto lo vio regresar.
—Quiere que coopere —respondió Leonard, frotándose las muñecas donde las cadenas habían dejado marcas—. Pero no sé qué puedo hacer. Sabe sobre el lobo negro.
Freya lo observó en silencio por un momento. Luego, su voz firme cortó el aire. —No importa lo que quiera. No podemos quedarnos aquí esperando. Necesitamos salir de este lugar.
Leonard la miró, intentando encontrar alguna chispa de esperanza en su situación.
—¿Tienes un plan?
Freya asintió lentamente. —Estamos solos en esto, Leonard. No podemos confiar en nadie más. Pero juntos, tal vez tengamos una oportunidad.
Los ojos de Leonard se encontraron con los de Freya. En medio de la oscuridad y el miedo, una determinación comenzó a crecer dentro de él. Sabía que ella tenía razón. No había tiempo para dudar o titubear.
—¿Cómo lo hacemos? —preguntó finalmente, con la voz más firme.
Freya esbozó una ligera sonrisa, una que no llegó a sus ojos. —Vamos a empezar observando cada movimiento de los guardias. Necesitamos encontrar un patrón, un error. Y cuando lo encontremos, estaremos listos.
Leonard asintió. Sabía que sería peligroso, y sabía que no podían fallar.
Alaric era implacable.
Pero no se rendirían sin luchar.
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El Príncipe y el Villano (BXB)
RomanceLeonard nunca pensó que su vida acabaría a los 30 años en un trágico accidente de tráfico, pero lo que menos esperaba era despertar en un mundo de fantasía, habitando el cuerpo de uno de los villanos secundarios de su novela favorita. Ahora, como un...