Incognito

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El aire de la mañana era fresco, cargado con el aroma de las flores que comenzaban a florecer en los alrededores de la cabaña. La primavera había llegado, trayendo consigo una brisa suave y el canto de los pájaros. Leonard se despertó con una sensación de inquietud que no podía ignorar. La luz del sol se colaba entre las cortinas raídas de la ventana, iluminando el pequeño espacio donde había vivido el último mes.

Había pasado un mes desde que empezó su entrenamiento con Muriel, y aunque su cuerpo aún era pequeño y frágil, había comenzado a notar el cambio. Sus músculos, aunque diminutos, eran más fuertes, y su mente estaba más afilada. Cada día, Muriel lo ponía a prueba, desafiándolo a pensar más rápido, a resistir más dolor, a aprender a leer a sus oponentes antes de atacar. No era solo fuerza lo que Leonard estaba desarrollando; estaba aprendiendo a sobrevivir.

A pesar de lo mucho que había mejorado, Leonard  sabía que todavía le faltaba mucho. Y sabía que no podía permitirse ningún error si quería evitar su destino.

Se levantó, estirándose con cuidado mientras sus pensamientos regresaban a su vida anterior. Había sido una vida difícil, llena de decepciones. En su mundo anterior, había tenido sueños, sueños que quedaron aplastados bajo el peso de las circunstancias. Quería ser médico, salvar vidas. Pero la muerte de su madre cuando tenía 16 años lo había obligado a dejar esos sueños a un lado. Su padre, enfermo y débil, dependía de él, y Leonard había sacrificado todo para cuidarlo. Cuando su padre finalmente murió, Leonard ya tenía 27 años, y cualquier esperanza de retomar su vida se había desvanecido.

Los últimos tres años de su vida antes del accidente fueron una espiral de soledad y desolación. Se había distanciado de la gente, saltando de trabajo en trabajo, apenas sobreviviendo. Y luego, el día de su trigésimo cumpleaños, había llegado el accidente que lo trajo aquí. Había muerto solo y olvidado.

Pero esta nueva vida... era diferente. Aquí, en este mundo de fantasía, tenía una oportunidad de demostrar que existía, que podía sobrevivir por sí mismo. Y si había algo que tenía claro después de un mes de entrenamiento, era que debía mantenerse alejado del príncipe Albert a toda costa. Sabía que en la historia original su destino estaba ligado a la muerte en manos del príncipe. Si nunca se cruzaba con él, nunca tendría que enfrentarse a ese futuro.

Sin embargo, mientras se vestía con la ropa gastada que Muriel le había dado, una sensación de mal presentimiento lo invadió. Algo no estaba bien. Los pájaros cantaban demasiado alto, y el aire se sentía tenso, como si algo estuviera por suceder. No pudo evitar sentirse nervioso.

Muriel, como de costumbre, estaba en la cocina cuando Leonard llegó, el olor del pan tostado llenando el aire. El hombre lo miró brevemente mientras ponía un plato frente a él.

—Come rápido. Hoy será diferente.

Leonard levantó la vista, sorprendido. Durante el último mes, la rutina había sido siempre la misma: correr por el bosque, entrenar con cuchillos, aprender a leer el entorno. Pero hoy, había algo distinto en la forma en que Muriel lo miraba.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, tomando un pedazo de pan, su estómago revolviéndose por la expectativa.

Muriel se cruzó de brazos, con una ligera sonrisa que no había visto antes. Había algo de emoción en sus ojos, algo que hizo que la inquietud de  Leonard creciera aún más.

—Hoy vamos a practicar el arte del incógnito.

Leonard se detuvo, el pan a medio camino de su boca. "¿El arte del incógnito?" Muriel rara vez hablaba de sus planes de antemano, pero esta vez su tono sugería que lo que estaba a punto de enseñar era más que una simple lección de supervivencia.

—Vas a aprender a desaparecer, a no ser visto cuando no quieres serlo, y lo más importante, a aparentar ser alguien que no eres. —explicó Muriel—. No todo en una pelea es fuerza o velocidad,  Leonard. Si puedes moverte entre las sombras sin ser detectado, si puedes caminar entre tus enemigos sin que sepan quién eres, tendrás la ventaja.

Leonard asintió lentamente, comprendiendo lo que eso significaba. El arte de desaparecer no solo sería útil para sobrevivir, sino también para evitar a Albert y cualquier otra persona que pudiera sellar su destino. Pero algo más en las palabras de Muriel lo inquietaba.

—¿Vamos a salir del bosque? —preguntó finalmente.

Muriel asintió.

—Hoy iremos al reino.

El corazón de Leonard dio un vuelco. Había estado evitando el reino desde el día en que despertó en este mundo. Sabía que el príncipe vivía allí, y aunque Albert aún no lo conocía, el solo hecho de estar cerca del palacio lo ponía nervioso. ¿Y si lo veía por accidente? ¿Y si todo lo que estaba haciendo para cambiar su destino no servía de nada?

—¿Es necesario? —preguntó, sin poder evitar el nerviosismo en su voz.

Muriel lo miró fijamente, con una expresión más seria de lo habitual.

—No puedes aprender a desaparecer si nunca enfrentas el lugar donde más se te puede ver. Si logras moverte en el reino sin ser detectado, sabrás que puedes hacerlo en cualquier parte. Y créeme, hay muchas más razones para que aprendas esto de las que te he contado. —Hizo una pausa, como si sopesara sus próximas palabras—. Además, es hora de que conozcas un poco más sobre el lugar que un día podría ser tu enemigo.

Leonard tragó saliva, sintiendo una mezcla de miedo y emoción. Sabía que no podía escapar para siempre. Tarde o temprano tendría que enfrentar el reino, enfrentar el lugar donde se desarrollaría la historia de la novela, y donde él tendría que luchar por sobrevivir.

Muriel se levantó y comenzó a recoger sus cosas. Le lanzó una capa oscura y una pequeña bolsa de cuero que contenía algunas provisiones. Leonard se puso la capa, notando lo grande que le quedaba, pero también lo bien que cubría su pequeño cuerpo.

—Recuerda,  Leonard. Hoy no eres un niño pobre que vive en una cabaña en el bosque. Hoy eres nadie. No dejes que nadie te vea, ni siquiera me sigas demasiado cerca. Si te descubren, estarás solo. Esta es tu primera lección en el arte del incógnito. Aprende bien, porque de esto podría depender tu vida algún día.

Leonard asintió, sintiendo que la tensión en su pecho crecía. El miedo estaba ahí, pero también algo más: la determinación de sobrevivir. No era solo un niño perdido en una novela; era alguien que había decidido cambiar su destino.

Salieron de la cabaña poco después, y mientras caminaban hacia el reino, Leonard sintió cómo sus pensamientos se arremolinaban. Muriel tenía razón. Si quería sobrevivir, tendría que aprender más que a luchar. Tendría que aprender a desaparecer.

Y mientras la silueta del reino se alzaba a lo lejos,  Leonard supo que aquel día sería crucial para su futuro.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora