El Nuevo

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Leonard despertó al sonido de un fuerte silbato que resonaba por todo el recinto. El frío de la mañana le calaba los huesos, y su cuerpo seguía adolorido por la batalla perdida contra Alaric. Se obligó a sentarse, todavía sintiendo el peso de la derrota. Estaba en una habitación pequeña con una litera y un armario metálico oxidado. No había ventanas, solo una puerta de hierro reforzada con una pequeña rejilla.

Cuando intentó incorporarse, sintió las cadenas mentales del agotamiento y la incertidumbre, pero había algo más: una sensación creciente de que el lugar en el que estaba no iba a darle tregua. El entrenamiento ya había comenzado desde el momento en que lo habían traído aquí.

—Levántate o te quedas sin desayuno —dijo una voz áspera desde la puerta.

Leonard miró hacia arriba y vio a un guardia uniformado, corpulento y sin expresión. Sin mediar más palabras, el hombre golpeó la puerta con el bastón, marcando que debía salir de inmediato. Leonard se levantó como pudo, ajustando el uniforme oscuro que le habían dado. No había tiempo para cuestionar nada. Si no se movía rápido, estaba claro que las consecuencias serían graves.


En el comedor, otros jóvenes ya estaban sentados en largas mesas de metal. La mayoría comía en silencio, con miradas frías y desconfiadas. Había algo en su comportamiento que ponía los pelos de punta a Leonard: no había camaradería, solo supervivencia.

Apenas tomó su bandeja de comida—un líquido pastoso y un pedazo de pan duro—, sintió una mirada fija en él. Un chico alto, con una cicatriz en la mejilla y cabello oscuro, sonrió con sorna.

—El nuevo, ¿eh? —dijo el chico, inclinándose hacia él desde el asiento de la esquina—. Espero que sobrevivas al primer día.

Leonard decidió ignorarlo y tomó asiento en silencio. Sabía que cualquier interacción mal manejada podría acabar en pelea, y no tenía fuerzas para eso todavía. Además, su mente seguía atrapada en la promesa que había hecho a Freya: "Volveré." Pero primero tendría que sobrevivir.


Tras el desayuno, el grupo fue conducido al patio de entrenamiento, una vasta extensión de tierra seca rodeada de muros altos. Los instructores no perdían tiempo. Apenas pisaron el suelo, comenzaron las órdenes.

—¡A sus posiciones! —gritó uno de ellos, un hombre alto con la mandíbula apretada y un ojo cubierto por un parche—. El que no pueda seguir el ritmo no tiene cabida aquí. Y créanme, nadie llorará por su partida.

Leonard fue asignado al Grupo Tres, una mezcla de seis individuos con habilidades tan variadas como inquietantes. Había un chico capaz de manipular electricidad, una joven cuyos ojos oscuros revelaban conexiones con entidades desconocidas, y otro que podía cambiar de forma durante breves instantes. Cada uno era una anomalía, igual que él.

—Primera regla —anunció el instructor, caminando entre ellos—: Aprenderán a usar lo que tienen, o lo perderán para siempre. Aquí no hay compasión. Si fallan, fallan solos.


El primer ejercicio fue simple pero brutal: combate cuerpo a cuerpo sin descanso. Leonard fue emparejado con la chica de ojos oscuros, cuyo nombre descubrió que era Lyra. No había presentación ni cortesías. Apenas se encontraron frente a frente, ella lanzó un golpe directo a su rostro.

Leonard apenas tuvo tiempo de esquivar, sintiendo el aire desplazarse cerca de su mejilla. Respondió con un movimiento instintivo, intentando derribarla, pero Lyra era más rápida y flexible. Lo pateó en el abdomen, dejándolo sin aliento y tirado en el suelo.

—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló, mirándolo con desprecio.

El dolor irradiaba por todo su cuerpo, pero Leonard apretó los dientes y se obligó a ponerse de pie. Cada segundo que pasaba era una prueba no solo física, sino mental. Sabía que, si se permitía rendirse, no habría regreso. Albert. Christian. Freya. Los rostros de quienes había dejado atrás se aferraban a su mente, empujándolo a seguir adelante.


El siguiente ejercicio fue aún más cruel: una sesión de control de habilidades. Cada uno de los reclutas debía invocar o usar su poder en un tiempo límite, sin margen para errores. Leonard se plantó en medio del círculo, rodeado por los demás.

—Convoca tu oscuridad —ordenó el instructor con frialdad.

Leonard cerró los ojos, sintiendo cómo la oscuridad dentro de él se agitaba. Pero aún no la controlaba. Era un animal salvaje, dispuesto a devorarlo si bajaba la guardia. Respiró hondo e intentó concentrarse.

"No le temas." Las palabras de Alaric resonaron en su mente. "Hazlo tuyo."

La oscuridad empezó a emerger lentamente de su cuerpo, como un humo denso que envolvía sus manos. Por un momento, creyó que lo lograría. Pero entonces sintió que el control se le escapaba. El poder tembló, inestable, y las sombras comenzaron a retorcerse fuera de su alcance.

El instructor lo observaba con desaprobación.

—Otra vez —dijo, sin ninguna emoción en su voz—. O te quedarás aquí hasta que lo consigas.

Leonard tragó saliva. Sabía que el camino por delante sería largo y peligroso. No había margen para la duda, ni para el fracaso.


Esa noche, al regresar a su celda, Leonard se dejó caer en la cama, sintiendo cada músculo adolorido. Pero no se permitió quebrarse. Sabía que la promesa que había hecho no podía romperse.

"Albert, no te preocupes. Volveré."

Se lo repetía como un mantra. No importaba cuánto tiempo tuviera que pasar en ese lugar, ni cuántas veces cayera. Iba a dominar la oscuridad. Iba a sobrevivir.

Y cuando lo hiciera, volvería con los que amaba, más fuerte que nunca.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora