El Reino

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El trayecto hasta el reino había sido sencillo. Muriel y Leonard se colaron en una de las carretas que transportaba comida al mercado, escondidos entre sacos de harina y barriles de frutas. Leonard se había sorprendido de lo fácil que resultaba pasar desapercibido en medio del bullicio y la actividad cotidiana del reino. El arte del incógnito, como lo llamaba Muriel, era algo más que habilidad física; requería saber cuándo actuar y cuándo permanecer en las sombras.

Al llegar, Muriel y él se deslizaron entre la multitud. El reino era mucho más pintoresco de lo que Leonard había imaginado. Las calles estaban llenas de vida: los comerciantes regateaban, los niños corrían jugando, y las casas, aunque modestas, tenían un encanto especial, con techos de paja y balcones de madera adornados con flores. Leonard se permitió un momento para observar todo a su alrededor. Era la primera vez que podía detenerse a admirar los alrededores desde que había llegado a este mundo. Por un instante, olvidó la historia de la novela, el peligro que le aguardaba, y simplemente se dejó llevar por la belleza del lugar.

Muriel lo guió hasta la plaza de comercio, un lugar lleno de puestos donde los comerciantes ofrecían todo tipo de productos: desde frutas frescas hasta armas y pociones exóticas. El bullicio de la plaza resultaba abrumador para alguien de su tamaño, pero Leonard mantenía los ojos bien abiertos. Sabía que esta visita al reino no era solo un paseo. Siempre había una lección que aprender con Muriel.

Mientras el viejo compraba provisiones, algo interrumpió la calma del mercado. Unas trompetas resonaron por toda la plaza, y el bullicio se apagó de inmediato. Las personas a su alrededor se pegaron a los lados de las calles, dejando un amplio espacio libre. Leonard, que no alcanzaba a ver lo que ocurría, sintió la curiosidad morderle. No podía quedarse quieto.

Con una mezcla de determinación y la agilidad que había desarrollado durante el último mes, Leonard escaló uno de los puestos de frutas cercanos. El techo de tela apenas sostenía su peso, pero le proporcionaba la vista que necesitaba. Desde allí, pudo ver un grupo de caballeros que se acercaban. Sus armaduras doradas brillaban bajo el sol, y sus rostros eran serios y solemnes.

Lo que más llamó la atención de Leonard no fue el desfile de guardias, sino el carruaje que protegían. Era imponente, decorado con detalles en oro y plata. Cuando pasó frente a él, Leonard pudo ver una ventana abierta en el lateral del carruaje, y entonces lo vio. Albert.

El príncipe. El protagonista de la novela.

Por un instante, sus miradas se cruzaron. Leonard sintió que el tiempo se detenía. Sabía que ese encuentro no debía haber ocurrido, pero allí estaban, mirándose. Una versión de Albert de 6 años, con su cabello dorado y su porte regio, parecía todo lo que un héroe debía ser. Leonard, por otro lado, era un simple niño pobre en un mundo que no le pertenecía.

Y entonces, el techo debajo de Leonard crujió. Antes de que pudiera reaccionar, la tela cedió, y con un estruendo, cayó sobre el puesto de frutas, lanzando manzanas, peras y naranjas por todos lados. El impacto fue brutal. Leonard sintió el dolor en cada centímetro de su cuerpo mientras las frutas rodaban a su alrededor. Pero lo peor no fue la caída en sí, sino lo que vino después.

Uno de los trozos de fruta voló en dirección al carruaje y, con una puntería irónica, aterrizó directamente sobre la cara de Albert, manchando su cabello dorado y su ropa impecable. El silencio que siguió fue absoluto. Leonard apenas podía procesar lo que había sucedido, pero cuando miró a su alrededor, vio que todos lo observaban con ojos muy abiertos. Los guardias habían detenido el desfile, y el dueño del puesto donde había caído estaba rojo de ira, gritando improperios a pleno pulmón.

—¡Maldito niño! ¡Mira lo que has hecho! —vociferaba el comerciante.

Los guardias comenzaron a moverse, tensos y alerta. La mirada de Albert no se despegaba de Leonard, pero no era de ira. Era curiosidad, mezclada con una pizca de desconcierto.

Y entonces, Muriel apareció brevemente a su lado. No le dedicó más que una mirada rápida, pero sus palabras fueron claras.

—Corre.

Eso fue todo lo que necesitó escuchar. Leonard, como si hubiera despertado de un trance, saltó del puesto y salió corriendo por la plaza, con el corazón latiéndole a toda velocidad. Los gritos de los guardias resonaban detrás de él, y podía escuchar el retumbar de sus pasos mientras lo perseguían.

Muriel había desaparecido, dejándolo solo para salvarse. Leonard sintió una punzada de traición, pero no se permitió detenerse a pensar en eso. En este mundo, la supervivencia era lo único que importaba.

Leonard corrió por las estrechas calles del reino, esquivando a la gente, girando en cada esquina para perder a los guardias. Cada músculo en su cuerpo le dolía, pero no podía permitirse detenerse. Sabía que si lo atrapaban, las consecuencias serían graves. No era solo un niño que había causado un alboroto; era alguien que había interrumpido la marcha del príncipe, y eso no quedaría impune.

Los callejones se volvieron su refugio, pero los guardias seguían acercándose. Sabía que no podía huir para siempre. Giró una última vez y, para su horror, se encontró en un callejón sin salida. Las paredes eran demasiado altas para trepar, y no había más salidas.

El sonido de los guardias acercándose se hacía más fuerte, y Leonard sintió el pánico apoderarse de él. No tenía salida. ¿Era este el final? ¿Había escapado de la muerte solo para caer en las manos del destino de nuevo?

Pero entonces, justo cuando los pasos estaban a punto de alcanzarlo, sintió unas manos frías que lo agarraron del brazo. Antes de que pudiera gritar o resistirse, lo arrastraron hacia una puerta oculta en la pared. La puerta se cerró de golpe detrás de él, silenciando el mundo exterior.

Leonard jadeaba, su cuerpo temblando por el esfuerzo y el miedo. Estaba a salvo, al menos por ahora. Pero ¿Quién lo había salvado? ¿Y por qué?

Giró lentamente, encontrándose cara a cara con la figura que lo había rescatado.

El Príncipe y el Villano (BXB)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora