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Un beso puede ser el momento más glorioso de la vida, darlo a la persona que nos atrae, que hace que nuestras más grandes barreras bajen, que los nervios surjan, que seamos torpes, que fantaseemos con ser correspondidos; puede ser un pequeño acto de amor o uno de protección, tal vez una promesa silenciosa o la forma de desatar el más ardiente deseo que nos inspira la persona que nos interesa... O, en este caso, una forma de con un dulce contacto entregarle al otro afecto, ilusión, esperanza, compañía...

Ahí estaban Eleck y Niesse, tendidos en la cama de la muchacha mientras sus bocas danzaban con parsimonia, sin miedo ni prisas, degustándose, suspirando entre besos, escuchando la respiración ajena y los chasquidos que se producían cuando sus belfos se acariciaban con lentitud; de espaldas al lecho se encontraba Niss con su cabeza reposando sobre uno de los brazos del Valaisin mientras este la veía desde arriba pues se mantenía apoyado sobre su peso solo para poder ver en su totalidad el rostro de la mujercita pudiendo así besarla como quería, con sus manos libres entrelazadas a la altura del pecho de los dos, importando poco en realidad que los estuvieran esperando, ese momento era suyo. Solo suyo.

—Nos van a regañar por tardar —sonrió Eleck—. Tus besos son como una droga para mí, mira donde hemos terminado.

—Mi idea de disimuladamente traerte a mi cama salió mejor de lo que esperaba —rió bajo la muchacha que no podía dejar de sonreír—. Tenía tiempo que quería hacer esto, pero no encontraba oportunidad, alguien nos interrumpía o tú te ponías demasiado nervioso.

—Lo siento —volvió a reír no pudiendo creer que en verdad se llegó a sentir tan nervioso—. Es que tú eres muy directa, no sabía cómo responderte.

—Qué tierno —besó su nariz.

—Te ves más tranquila que cuando llegué, ¿Lo ves? Conmigo estás a gusto y no me has hecho daño —murmuró viéndola con un brillo en sus ojos que cautivó a la Pimeys—. Pase lo que pase, nunca harás algo por lo que yo deba tenerte miedo.

—Confías mucho en mí —ella apretó los labios para sonreír luego—. ¿Nunca vas a dejar de ser mi lucecita?

—Nunca, siempre voy a estar contigo, Nissi, te voy a guiar y a apoyar en lo que me pidas —asintió decidido—. Es una promesa.

—No hace falta que me prometas nada —negó, observó la unión de sus manos, el hilo seguía allí—. ¿Puedes ver algo en nuestras manos?

—Mmm... No, no veo nada —frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Solo preguntaba —se encogió de hombros, si Eleck no lo veía entonces no tenía por qué mencionarlo para que tuviera otra cosa en mente.

—Cuando hayamos encontrado al hijo de Merlín, ¿Vendrías al palacio conmigo? De seguro podrías ser parte de la guardia real, te encantará —sonrió.

—Oh, suena interesante, aunque esperaba conocer más el reino, aprender... —sopesó la bibliotecaria—. No sé si estoy hecha para ser guardia real, soy más como una golondrina solitaria que busca dónde estará cómoda.

El blanco de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora