Epílogo

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El momento en que Niesse Donovan regresó a Cathair Ghrian portando los emblemas del rey y el poder de Merlín fue una declaración a gritos de que la guerra se terminaba, ya no había por qué pelear. Cuando se supo la verdadera procedencia de la Pimeys y de lo que significaba que tuviera la luz y la oscuridad en su ser fue el instante en que toda criatura existente le reverenció sin objeción, brujas, magos, hechiceros, ManeKatt que asistieron a la presentación formal, hadas, ninfas que se hicieron presentes de diversas maneras, todo Khandrya vitoreó el nombre de la descendiente de Morgainne y Niss sintió que su vida no podía ser más maravillosa e increíble que esa.

Lo primero que se hizo luego de los festejos pertinentes fue abrir los caminos a todas las aldeas, tener formas de que todos los seres pudieran ir y venir por el reino sin problemas, con educación variada para que fueran todos capaces de saber y hacer lo mismo; Niesse cumplió su palabra, ningún otro Pimeys volvió a ser marginado o herido por ser quien era.

Las lápidas de Merlín, Mirena y Lía fueron renovadas, homenajeadas y su historia contada a todo el mundo como la de Morgainne y todo su linaje que se ocultó en el mundo humano, ¿la joven volvió a ver a sus padres? Claro que sí, regresó a Estados Unidos para abrazarlos y decirles lo mucho que los amaba pero no les reveló el secretito que llevaban de generación en generación, lo mejor era que todo quedara allí, más no se privó de presentarles a Eleck a quien recibieron con gran emoción.

Eleck conservó el apellido que Merlín le dio alguna vez, aquel vacío que sintió tras saber quién era en realidad desapareció al darse cuenta de que tuvo una madre que lo amó a pesar de no ser hijo biológico, un padre que lo protegió a su manera hasta el último momento, ahora tenía amigos, hermanos, compañeros y a su amor, su brujita.

Ambos viven en palacio, la alegría surca ese lugar como nunca y Eleck se divierte siendo un humano más, al fin; su falta de magia no es más que una forma de ser muy protegido y mimado por su pareja —pequeña ventaja que usa a su favor cada vez que le place—, es un gran alivio para el joven no tener que cargar con pesos que no le corresponden, solo vive. Como siempre debió ser.

—¿Eleck? —Niesse busca por la habitación pero no encuentra al escurridizo muchacho—. ¿Dónde estará?

—Aquí —las manos del mencionado cubren desde atrás los ojos de la reina mientras ríe—. Sorpresa.

—Eres difícil de encontrar, ¿Sabías? —voltea en el lugar para enredar sus brazos en el cuello ajeno y atraerlo hacia sí debido a la diferencia de altura—. ¿Ya estás listo?

—Sí, lo estoy, Ónice y Rayna nos esperan en la entrada de su aldea —asintió—. Serán unos lindos días los que pasaremos ahí.

—Claro que sí, planeo aprovecharlos al máximo —asintió dando caricias circulares entre las hebras oscuras de su chico—. Quiero que nos divirtamos mucho.

—Sé a qué te refieres —asintió con una sonrisa—. Alistair y Silvano no irán, al parecer tienen sus propios planes, irse a vivir juntos y la mudanza es ardua.

—Esos dos... —ella negó feliz—. De acuerdo, seremos tú y yo, Equu e Irina no pueden dejar sus deberes, a Cira no la invité y Eldor quedó en ver a Agatha.

—Eso quiere decir que tenemos todo el tiempo para nosotros solos, ¿No? —suspiró—. Quiero que vayamos al Estanque de Nenúfares, las ninfas cantan hermoso y el Bosque de las Hadas es lo más bello que hay, o eso escuché, quiero ir a todos los lugares que de niño no pude visitar.

—Perfecto, a tus órdenes y cómo vas conmigo, la magia no es problema —guiñó un ojo.

—¿Me vas a besar ya? —ladeó la cabeza Eleck, suplicando con la mirada por un beso de su amada.

—Te amo, lucecita, todos mis besos son tuyos —ambos compartieron un lento vaivén de belfos para quedarse abrazaditos, con el muchacho posando su mejilla sobre la cabeza de su pareja viendo por el gran ventanal de la alcoba como el sol tintaba de calorcito todo a su paso y sin saber que sus ojos negros se encendieron en plata unos leves segundos.

—Te amo más, mi reina —murmuró Eleck.

Tal vez no fuera un mago, pero Eleck nunca dejaría de ser mágico en tanto la reina estuviera viva, después de todo, eran uno solo, en todo sentido, y vivirían felices muchos siglos más.


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El blanco de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora