41

5 3 3
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


El pasado (2).

Un pequeño de alrededor de ocho años corre por el gran palacio donde vive, el tiempo ha hecho su trabajo y el infante crece con normalidad. Sus cabellos azabaches se mueven cada vez que da pasos apresurados mientras observa por las ventanas de la gran sala. Eleck se detiene apegándose a la misma, su nariz se aplasta contra el vidrio debido a su curiosidad y ansias, los niños fuera están jugando a atrapar haditas con sus manos y estas les revolotean juguetonas; también quiere jugar, pero las criaturitas no se le acercan por ser solo un humano, para el menor era complicado vivir en Khandrya, no encajaba del todo con los hábitos y juegos de otros niños, nunca podía integrarse a los juegos debido a que no existe para los demás, sin mencionar que en ese mundo todo giraba en torno a los poderes que se desarrollaban en los infantes gracias a su imaginación e ilusión y era cuando la mentecita del infante era puesta a prueba para poder jugar solito sin aburrirse, haciendo castillos de arena, soldaditos con hojitas y palitos, jugar con sus juguetes y pelotas, pasear por los alrededores de su hogar sin alejarse demasiado siempre con un custodio a su lado o una de las sirvientas.

La servidumbre y los guardias tenían pleno conocimiento de qué y quién era Eleck en ese castillo de falsas ilusiones pero a para ninguno fue impedimento encariñarse con el niño. Siempre fue uno más, siempre.

Su madre le tenía prohibido alejarse más de lo necesario, siempre que estuviera rondando los jardines debía asegurarse de que pudieran verlo desde dentro, nunca hablar con desconocidos y no mencionar nada sobre su falta de magia para evitar habladurías en su nombre pero solo era una excusa para que nunca hablara con nadie, Eleck debía ser un secreto a voces en ese palacio de cristal.

—¿Qué estás viendo, Eleck? —su madre lo observa desde la entrada de la sala apreciando su pequeña complexión.

—Los niños están jugando con las haditas, mami —sonrió observando desde el ventanal—. Me gustaría poder hacerlo también pero no puedo salir de aquí, es peligroso.

—Oh, cariño, es porque debemos cuidarte, pero pasará pronto —sopesó—. No te preocupes, puedes solo contemplar lo bonitas que las hadas son. Sé que no es tan divertido como te gustaría pero no tengo más para darte con respecto al tema.

—No importa, estoy bien así —asintió algo desganado, observó a su lado atento a Merlín que llegaba de una reunión.

—Debería salir, ir con ellos a jugar, no todo lo hacen con magia —susurró Mirena viendo de reojo a su esposo, dándole un beso en la cabecita al menor, qué más quería ella que pudiera disfrutar de su niñez todo lo que pudiera.

—Sabes que no se puede —negó el hombre.

—¿No quieren jugar conmigo? Ayer fueron al lago de nenúfares para ver a las ninfas pero yo no podría haber ido, no puedo atravesar las barreras sin magia —puchereó.

El blanco de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora