CAPÍTULO 44

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AMERYAN

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AMERYAN

ESA NO ERA LA FORMA EN LA QUE ESPERABA SER RECIBIDO POR Altojardín en su regreso. Imaginó el momento en numerosas ocasiones. Las puertas de su hogar serían abiertas para él y su nueva familia. Altojardín entero se llenaría de celebraciones para darles a la bienvenida a él y a su esposo, llevados en un desfile de corceles y flores. Allí, lunas después, comprendió lo peligroso que era dejarse llevar por las fantasías en un mundo donde la felicidad era el premio en una ruleta de la suerte.

No todos lograban conseguirla, no todos podían aspirar a tener su gran final feliz. Algunos vivirían con la idea de la felicidad, pero sin llegar a tocarla realmente.

Ameryan la tocó, la tuvo en sus manos por un tiempo, hasta que el mismo causante de esa felicidad se la terminó arrebatando. Pudo sentir lo que era la verdadera felicidad, le dieron una probada de lo que sería alcanzar su sueño, solo para que esas mismas manos firmes y seguras lo dejaran caer al final, cuando su corazón se encontraba en el punto más alto.

El punto de no retorno.

Sus últimos momentos en Desembarco del Rey pasaron en un parpadeo. La fiebre aún controlaba su mente, el dolor en su cuerpo lo convirtió en una marioneta más. Sentía las manos que limpiaron y vistieron su cuerpo, los susurros lejanos de Cregan y su padre, junto a las quejas altas y claras de Evelya. Intentó protestar al divisar la salida de la fortaleza, pero sus quejas silenciosas no fueron escuchadas.

Su único arrepentimiento fue no poderse haber despedido de los que fueron buenos con él.

Una vez que estuvieron dentro del carruaje, seguros y preparados, no hubo forma en que Cregan y su padre accedieran hacer una breve pausa para que él se despida. Lanzaron sus órdenes a los guardias y, tal y como llegaron, la caravana de Altojardín comenzó su retirada de Desembarco del Rey.

—Duerme todo lo que desees. —Cregan dejó una caricia sobre su espalda—. Mereces descansar.

No habría lugar más seguro que ese para cuidar de sus sueños.

Protegido por la convicción de Cregan y el inconmensurable amor de su padre, por la fortaleza de Evelya y la lealtad de sus aliados, Ameryan cerró los ojos y durmió.

Contrario a lo que se temía, dormir no fue nada complicado. Su mente se apiadó de él, las voces y los pensamientos se detuvieron cuando el sueño golpeó su cuerpo, permitiéndole descansar de todo el ruido, de todo el dolor.

Durmió por horas, lo supo por el sonido de las campamas que lo recibieron al despertar, puesto que anunciaban la llegada a la mitad del camino. Permaneció con los ojos cerrados por un momento más. Los últimos rayos de la tarde calentaban su rostro y él no deseaba sentir ese candor sobre sus ojos hinchados.

La conversación que se llevó a cabo fue la forma ideal de evitar volver a caer dormido.

—¿Por qué se tardaron tanto? —protestó Evelya.

LACUNA, Jacaerys Velaryon.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora