☰ROUND 42☰

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Ambos cuerpos se entregaban el uno al otro en una danza silenciosa, una coreografía de dos almas que, unidas por el destino, se encontraron atrapadas en las circunstancias que los llevaron hasta este preciso momento. Desde el día en que cruzaron sus caminos, sus destinos habían quedado entrelazados, y ahora, mientras sus cuerpos se buscaban y se completaban, se consumaba algo que iba más allá de lo físico. Para el mundo exterior, lo que compartían era un pecado, pero para ellos era su derecho, un escape, una forma de liberarse de las cadenas que les habían impuesto. Ambos habían sido engañados, traicionados por quienes debían amar, y ahora, junto con el deseo, llevaban la venganza en sus corazones.

¿Sería posible cumplir esa venganza que tanto anhelaban?

Quizá no lo sabían con certeza, pero aún quedaba mucho por vivir, mucho por luchar. Y mientras tanto, ambos se deleitaban en el instante presente, en ese espacio donde sus cuerpos se buscaban desesperadamente, donde cada toque, cada beso, cada caricia se convertía en algo adictivo. Era un pecado, sí, pero para ellos era como un tesoro, tan valioso como el oro. Un pecado forjado en oro.

Nayoung, en su intento de escapar de la opresión de su esposo, siempre volvía a los brazos de Jungkook, donde encontraba la calma y la protección que tanto anhelaba. Para Jungkook, la presencia de Nayoung era su refugio, el único que lograba apaciguar sus celos y deseos descontrolados. Entre ambos, el fuego que había surgido desde su primer encuentro solo crecía con cada roce, con cada palabra compartida.

Él la hacía suya una y otra vez, susurrándole al oído dulces palabras que la llenaban de ternura, pero también otras, cargadas de un deseo crudo, sucio, que revelaban lo mucho que la quería solo para él. Nayoung las recibía con gusto, saboreando el poder que tenía sobre él, y aunque nunca imaginó que se permitiría caer en algo tan prohibido, ahora, al vivirlo, no le parecía tan horrible. Al contrario, lo disfrutaba tanto como él, entregándose a ese pecado compartido, un pecado que los envolvía en su propia verdad, lejos del juicio del mundo.

Las manos de Jungkook se movían con firmeza, tomando control absoluto de cada centímetro de los muslos de Nayoung, como si quisiera memorizar el calor de su piel, la suavidad de su textura. El placer de sentirla tan cerca, tan entregada, hacía que cada toque fuera un deleite indescriptible para él. A cada caricia, sus dedos exploraban más profundo, buscando conocer todos los rincones de su cuerpo, como si no quisiera dejar nada sin descubrir.

Nayoung, por su parte, no solo lo sentía, sino que lo admiraba con un deseo insaciable. Sus manos exploraban el torso de Jungkook, un cuerpo esculpido que parecía haber sido creado para ella. Sus músculos se tensaban bajo su tacto, y cada vena que sobresalía en sus manos y antebrazos la hacía arder más de deseo. La forma en que su piel se estiraba sobre su monte de Venus la hacía estremecer, encendiendo en ella una excitación que no podía contener. Jungkook no era solo un hombre; era una fuerza, un deseo palpable hecho realidad. Todo en él gritaba poder y atracción, y Nayoung sabía que, en ese momento, lo tenía completamente para ella.

Mientras él empujaba con fuerza dentro de ella, Nayoung no podía evitar observar cada expresión en su rostro. Ver cómo sus ojos se cerraban de placer, cómo mordía su labio con cada embestida, y los gruñidos que salían de su garganta le provocaban una mezcla de satisfacción y deseo profundo. Jungkook estaba perdido en el éxtasis del momento, y Nayoung lo sentía en cada movimiento. El ritmo de sus cuerpos era una danza perfecta, sincronizada, donde cada choque de sus pieles generaba una explosión de sensaciones.

Sus miradas se encontraban una y otra vez, cargadas de una lujuria pura, pero también de una conexión íntima que los hacía sonreír, como si supieran que se pertenecían por completo en ese instante. Jungkook, perdido en el placer, no podía evitar admirar la forma en que los senos de Nayoung rebotaban con cada embestida, y los gemidos que salían de sus labios eran música para sus oídos. Cada vez que ella pronunciaba su nombre entre jadeos, algo en él se encendía más. Era como si el sonido de su voz lo empujara a ir más profundo, a tomarla más fuerte, a demostrarle que no había otro hombre en su vida que pudiera hacerla sentir de esa manera.

GOLDEN JWAE - JKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora