CAPITULO 5

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ALEX

Ya me había curado la herida. El dolor seguía allí, una punzada constante que me recordaba lo cerca que había estado de perderlo todo. Hace mucho tiempo que no recibía una paliza de tal magnitud. Sin duda, tengo que practicar más. No puedo permitirme estar en desventaja, no en este mundo. Si quiero mantener a los míos a salvo, tengo que ser más fuerte.

Subo las escaleras lentamente, sintiendo el dolor que aún late en mi costado. Llego a la habitación donde está Julia, y una de las empleadas está a la puerta. Marta me mira con una expresión tranquilizadora, y antes de que pregunte, ella ya me está informando.

—¿Cómo está Julia? —le digo, con la voz más firme de lo que en realidad me siento.

—Ya la hemos lavado y curado las heridas, señor. También hemos logrado que entre en calor. Está descansando ahora —responde Marta.

Una ola de tranquilidad me invade, aliviando algo de la tensión que había estado reteniendo desde el momento en que la vi en ese maldito edificio. Asiento y agradezco con un simple gesto de cabeza antes de entrar en la habitación.

Allí está, tumbada en la cama, envuelta en mantas. Su piel sigue pálida, y aunque su cabello está limpio ahora, todavía parece frágil. Su respiración es suave, y veo cómo su pecho sube y baja lentamente. Las marcas de los golpes aún son visibles, y siento una punzada de rabia recorriéndome por dentro, pero trato de mantenerme calmado. Lo importante es que está aquí, que está a salvo.

Me quedo observándola unos segundos más antes de darme la vuelta y salir de la habitación. Hay muchas cosas que tengo que resolver, pero por ahora, necesito un momento para despejar mi mente.

Bajo a la planta de abajo, cada paso resuena en el silencio de la mansión. Llego al salón y me sirvo otro trago de whisky, dejándome llevar por el calor del alcohol. Pero antes de que pueda tomar un sorbo, la puerta principal se abre de golpe, y sé de inmediato quién es.

Dante.

Me giro hacia la puerta, y allí está, cubierto de suciedad, con la ropa rasgada y la expresión endurecida. No está ileso, eso es evidente. Tiene un corte en la mejilla y la camisa manchada de sangre. Su cabello castaño está revuelto, y sus ojos azules, normalmente serenos, reflejan el cansancio de la noche. Es tan corpulento como yo, su figura imponente llena el umbral de la puerta mientras entra, y me doy cuenta de lo cerca que estuvimos todos de perderlo todo.

—¿Estás bien? —le pregunto, dejando el vaso de whisky sobre la mesa.

Dante me mira y asiente lentamente, sus ojos encontrando los míos con esa misma determinación de siempre.

—Sí, pero ha estado cerca, Alex. La pasma estuvo a punto de atraparnos —dice, su voz grave llena de preocupación, mientras se acerca y se desploma en uno de los sillones—. No todos salieron ilesos, pero estamos aquí.

Lo observo un momento antes de servirme un trago más y uno para él. Me acerco y le entrego el vaso, y mientras lo toma, siento el peso de lo que acabamos de pasar. Esto no ha terminado, y lo sabemos.

Nos sentamos en el sofá y, casi como si fuera algo natural, los dos suspiramos al unísono. El cansancio de la noche y las emociones se sentían como un peso sobre nuestros hombros, y por un momento, el silencio en la habitación nos brindaba un breve respiro.

Dante se gira hacia mí, su mirada cansada pero aún alerta.

—Lucas me ha llamado. Hemos perdido hombres, pero la mayoría ya está de vuelta en el pabellón —dice, con una voz que parece contener tanto tristeza como alivio.

Asiento lentamente. Era algo inevitable en este mundo, pero aún así, el peso de la pérdida siempre era difícil de llevar. Cada hombre que había perdido tenía un nombre, una historia, una vida, y ahora eran otro sacrificio en esta guerra interminable.

Dante continúa, pasando una mano por su rostro, como si tratara de borrar el cansancio.

—Laura Molina, la mosca cojonera, estuvo cerca de pillarme —dijo, con una media sonrisa que apenas oculta su frustración—. Como conduce la cabrona, es increíble. Nunca se rinde.

No pude evitar soltar una risa seca. Sabía quién era Laura. Llevaba años tras nosotros, persiguiéndonos como un depredador que no se daba por vencido. Desde lo de mis padres, ella había sido una constante. Una figura siempre presente, una amenaza que nunca desaparecía del todo.

—Sí, sé quién es Laura —dije, mirando el vaso de whisky en mi mano.

Nos ha estado persiguiendo desde lo de mis padres. No sé si es personal o si solo quiere hacer justicia, pero esa mujer no se cansa.

Dante se quedó en silencio, sus ojos observando el techo como si estuviera tratando de encontrar respuestas en las sombras que proyectaban las luces de la habitación.

—Es personal —murmuró—. A veces, cuando me persigue, se nota. Esa determinación... no es solo por trabajo. Tiene algo contra nosotros, contra ti. Y no va a parar hasta que te tenga.

Mi mandíbula se apretó al escuchar esas palabras. Sabía que tenía razón. Laura no se rendía, y cada vez que se acercaba, la amenaza era más real. Si nos dejábamos atrapar, si cometíamos un solo error, todo se acabaría. Y ahora más que nunca, tenía que asegurarme de que todo estuviera bajo control.

—Pues que siga persiguiéndonos, no nos va a encontrar fácil —dije, mi voz llena de una determinación que no dejaba lugar a la duda

Dante asintió, levantando su vaso en señal de brindis.

—Por mantenernos un paso adelante, siempre —dijo.

Choqué mi vaso contra el suyo, y ambos bebimos el whisky en silencio.

—Hija de puta —susurra Dante, con los ojos aún perdidos en algún punto del techo. Sé que todavía está pensando en esa agente, en Laura. Dante es quien se encarga de la mayoría de las cosas relacionadas con encubrir nuestras actividades y asegurarse de que la pasma no se meta. Esa tal Laura, la mosca cojonera como la llama, lo tiene hasta los huevos.

-Sois tal para cual —digo con una risa burlona.
Él solo me mira fijamente, su expresión cargada de seriedad, y en su voz hay una amenaza palpable cuando responde:

—La mataré con mis propias manos.

Yo simplemente me río, sin darle importancia.
Conozco a Dante. Sé que lo dice en serio, pero también sé que es lo suficientemente astuto como para saber cuándo actuar.

Seguimos charlando por un rato más, hablando de los hombres, de lo que se viene, pero mi mente no está del todo aquí. Mis pensamientos vuelven una y otra vez a Julia.

La veo acostada en esa cama, frágil y vulnerable, y algo en mi interior se remueve. Es un sentimiento que había enterrado hace años.
Desde la muerte de mi amada —su nombre no quiero recordar por lo doloroso que fue-, no me había sentido así. No había permitido sentirme así.

Y no me gusta sentirme así.

Me había prometido a mí mismo no volver a ponerme en esta situación. No volver a ser vulnerable, no volver a amar. Y sin embargo, aquí estoy otra vez, deseando cosas que no debería desear, sintiendo cosas que me ponen en peligro, que nos ponen en peligro a todos.

Dante, siempre observador, cambia el tema de la conversación. Me pregunta por Julia, y aunque veo la curiosidad en sus ojos, no estoy dispuesto a hablar de eso. No quiero que nadie vea lo que realmente siento, no quiero darle voz a esta debilidad.

-Es tarde —le digo, con un tono firme.

Él entiende el mensaje y asiente. Ambos nos levantamos del sofá, y Dante se dirige hacia la puerta. Me observa un segundo, como si quisiera decir algo más, pero se da la vuelta y sale de la casa.

Me quedo en el salón, solo, con el sonido del reloj marcando el paso del tiempo. Miro el vaso de whisky vacío sobre la mesa y suspiro antes de decidir subir a mi habitación. Cada paso que doy subiendo las escaleras parece resonar en la oscuridad, cada uno de ellos acompañado por el peso de mis pensamientos.

Julia. No puedo dejar de pensar en ella. La forma en que se veía allí, en la cama, su fragilidad, su valentía. No puedo seguir así.

Esto que siento no me hace bien, me hace débil.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora