CAPITULO 30

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Una noche, casi cinco años atrás, la mansión Moretti brillaba con una calidez inusual. El reciente nacimiento de Nicolás había inundado el hogar de alegría y esperanza. Las paredes antes silenciosas ahora resonaban con los suaves murmullos y risas que solo un bebé podía traer.

Nicolás, un niño de cabellos rubios como el sol y ojos azules profundos como el mar, dormía plácidamente en una cuna adornada con finos bordados italianos. Su piel era tan suave como el terciopelo, y sus pequeñas manos se abrían y cerraban como si estuviera atrapando sueños.

En el amplio salón principal, Alex observaba a su hermano menor con una sonrisa que rara vez adornaba su rostro. A sus veintitrés años, ya cargaba con muchas responsabilidades, pero en ese momento todo parecía esfumarse ante la inocencia de Nico.

—Es increíble, ¿no crees? —dijo Elena, la madre de ambos, acercándose a Alex mientras sostenía una taza de té humeante.

—¿El qué? —preguntó Alex, sin apartar la mirada del bebé.

—Cómo alguien tan pequeño puede traer tanta alegría —respondió ella, colocando una mano cariñosa sobre el hombro de su hijo mayor.

Alex asintió lentamente.

—Sí, es... distinto. Nunca pensé que me sentiría así.

Elena sonrió, viendo la ternura en los ojos de Alex.

—Tienes un vínculo especial con él. Lo noto.

—¿Tú crees? —Alex la miró de reojo, un destello de inseguridad cruzó su mirada—. No estoy seguro de saber cómo ser un buen hermano.

Ella rió suavemente.

—No hay manual para esto, Alex. Solo sigue tu corazón. Además, míralo, ya te adora.

Como si entendiera que hablaban de él, Nico abrió los ojos y fijó su mirada azul en Alex. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios antes de soltar un suave balbuceo.

Alex se acercó a la cuna y extendió un dedo, que Nico agarró con sorprendente firmeza.

—Vaya, tiene agarre —comentó, sorprendido por la fuerza del pequeño.

—Será un hombre fuerte, como su hermano —dijo Elena con orgullo.

Se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad de la noche y de la compañía mutua. El fuego en la chimenea crepitaba suavemente, llenando la habitación de un calor acogedor.

—¿Sabes, mamá? —Alex rompió el silencio—. A veces me preocupa el mundo en el que crecerá. Quiero protegerlo de todo.

Elena suspiró, entendiendo la carga que sentía su hijo.

—Lo sé, cariño. Pero no podemos controlar todo. Lo mejor que podemos hacer es estar ahí para él, guiarlo y amarlo incondicionalmente.

Alex asintió, pero la preocupación no abandonaba sus ojos.

—Prométeme que siempre estaremos juntos, que cuidaremos de él.

Ella lo miró con ternura.

—Te lo prometo, Alex. Somos familia, y eso es lo más importante.

Nico soltó una pequeña risa, como si se uniera al compromiso de sus seres queridos. Ambos rieron ante la reacción del bebé.

—Parece que está de acuerdo —bromeó Alex.

—Claro que sí. Sabe que está rodeado de amor —respondió Elena, acariciando suavemente la mejilla de Nico.

La puerta del salón se abrió y entró el padre de Alex y Nico, llevando una bandeja con galletas recién horneadas.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora