CAPITULO 34

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ALEX


El beso de Julia me dejó paralizado por un segundo. Sentí sus labios suaves contra los míos, y en ese instante, todo el caos a nuestro alrededor desapareció. Fue como si por un momento, en medio de todo, ella hubiera detenido el tiempo. Me dijo que me quería. Y yo... joder, yo también la quería. Sabía que era verdad, aunque no había querido admitirlo antes. Se lo dije sin pensarlo, porque no podía guardarlo más. Pero apenas las palabras salieron de mi boca, la realidad me golpeó de nuevo.

El miedo que sentía no era solo por la situación en la que estábamos, sino por ella. Porque ahora sabía que la quería y no podía soportar la idea de perderla. Pero también sabía que esto no había terminado. Todavía no.

Dejé a Julia en el garaje, asegurándome de que estuviera lo más protegida posible, aunque dentro de mí sabía que ningún lugar en esta maldita casa era completamente seguro. Me forcé a despejar mi mente y me dirigí hacia el caos, con un solo pensamiento en mente: acabar con todos los que habían invadido mi hogar.

Los sonidos de disparos y gritos llenaban el aire mientras avanzaba por los pasillos de la mansión. El peso del arma en mi mano me reconfortaba, una herramienta con la que podía recuperar el control. Mis pasos eran rápidos, decididos. Sabía que no podía permitirme fallar.

El primer hombre que encontré giraba la esquina con su arma levantada. No me vio venir. Un disparo limpio al pecho y cayó al suelo sin tiempo para reaccionar. No me detuve a mirar. Seguí avanzando, el ritmo de mi corazón marcaba el paso de la adrenalina en mi cuerpo.

Al doblar otra esquina, dos más me vieron y dispararon. Me cubrí detrás de una columna, sintiendo las balas golpear a mi alrededor. Respiré hondo y, en un movimiento rápido, me asomé para devolver el fuego. Mis disparos fueron certeros, uno en la cabeza del primero, el otro en el estómago del segundo. Gritó de dolor antes de caer, pero no me detuve. No había tiempo.

Más adelante, escuché pasos apresurados. Me agaché y avancé en silencio, usando las sombras a mi favor. Al girar hacia la sala principal, vi a tres hombres más intentando forzar la entrada de otra habitación. Probablemente pensaban que encontrarían algo de valor o alguna ventaja. Eran estúpidos si creían que saldrían de esta casa con vida. Me acerqué por detrás y, antes de que pudieran darse cuenta, disparé a dos de ellos. El tercero intentó girarse para defenderse, pero fui más rápido. Lo derribé con un golpe seco en la mandíbula y, antes de que pudiera reaccionar, lo rematé con un disparo en la nuca.

El eco de los disparos resonaba en mi cabeza, pero no sentía nada. Mi cuerpo estaba en piloto automático, entrenado para matar sin pestañear. Era como si las emociones que había sentido hace apenas unos minutos con Julia hubieran quedado enterradas bajo una capa de violencia y sangre.

Seguí avanzando, eliminando a todo aquel que se cruzaba en mi camino. El olor a pólvora y sangre lo llenaba todo, y el sonido de las balas se mezclaba con los gritos de aquellos que intentaban resistir. Pero no había lugar para la resistencia. No en mi casa.

Mantuve mi enfoque, pero con cada disparo, cada golpe, una parte de mí seguía pensando en Julia. En cómo la había dejado sola en el garaje, en cómo la había mirado a los ojos y le había prometido que todo saldría bien. Sabía que tenía que volver a ella, que tenía que terminar con esto rápido antes de que algo más saliera mal.

Mientras avanzaba, matando sin piedad, el miedo seguía latente, recordándome que aunque acabara con todos ellos, el verdadero peligro no desaparecería. No hasta que el último de los Delgado estuviera muerto.

Cuando por fin parecía que la batalla estaba llegando a su fin, me encontré cara a cara con el último hombre. Golpe tras golpe, sentía la adrenalina correr por mis venas, mis puños impactando con toda la rabia acumulada. El cansancio estaba ahí, pero lo ignoraba. Mi cuerpo actuaba por instinto, sin importar el dolor o el agotamiento. Finalmente, después de una pelea brutal, lo derribé y lo rematé con un disparo seco. La intensidad de la lucha resonaba en cada músculo cansado de mi cuerpo.

Justo cuando pensaba que todo había terminado, escuché una voz que me detuvo en seco.

—¡Alex!

Mi corazón se congeló al instante. Giré rápidamente y la vi... Julia. Su respiración agitada, sus ojos llenos de miedo, pero no estaba sola. Iván la tenía agarrada por el cuello, apretándola con una mano, mientras que con la otra sostenía un cuchillo en su costado. La punta del cuchillo estaba clavada justo debajo de sus costillas, y vi con horror cómo un hilo de sangre se deslizaba por su camisa.

—¡Suéltala! —grité, levantando mi arma, apuntando directamente a Iván. Mi voz resonaba con furia y desesperación. No podía fallar. No podía permitir que le pasara nada a Julia.

Iván, en lugar de mostrar miedo, se rió. Una risa amarga que heló el aire a nuestro alrededor.

—¿Suéltala? —dijo burlonamente, sus ojos llenos de locura—. Has acabado con todo lo que tenía, Alex. He intentado destruirte de todas las formas posibles, pero aquí estamos. No me queda nada. ¿Qué más puedo perder?

Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, y sentí el miedo apoderarse de mí al ver a Julia temblando, aterrorizada bajo su agarre. El cuchillo estaba demasiado cerca de su piel, y cada respiración le costaba. Sus fuerzas empezaban a agotarse. Cualquier movimiento en falso podría desencadenar lo peor.

—¡Te lo advierto, Iván! —grité nuevamente, con el dedo firme sobre el gatillo—. ¡Suéltala o te mato!

Julia intentó hablar, pero el dolor y el miedo la ahogaban. La vi esforzarse, sus lágrimas caían por su rostro pálido, y el dolor del cuchillo presionando su piel la estaba destrozando.

—Alex... —susurró apenas, con lo poco que le quedaba de aliento.

Iván la arrastró más cerca de él, levantando el cuchillo, disfrutando del sufrimiento que estaba causando.

—Te dije, Alex —dijo con una sonrisa torcida—. Me he quedado solo. Y me aseguraré de que tú también termines así.

Antes de que pudiera reaccionar, Iván hundió el cuchillo en el costado de Julia. El grito ahogado que soltó me partió el alma. Grité su nombre, el mundo se ralentizó. No pude evitarlo, apreté el gatillo, disparando directamente a la frente de Iván. Su cuerpo cayó hacia atrás, llevándose a Julia con él.

—¡Julia! —corrí hacia ella, arrojando mi arma al suelo y tomándola en mis brazos antes de que golpeara el suelo. Su respiración era débil, la sangre fluía rápido de su costado, empapando mi ropa. El dolor y la angustia me inundaron. No podía perderla. No ahora. No ella.

—¡Ayuda! —grité desesperado, pero mi voz apenas salió. El miedo me estaba ahogando.

Dante llegó corriendo, y al ver a Julia, sus ojos se llenaron de horror.

—Tenemos que llevarla al hospital —gritó, sacándome de mi aturdimiento—. ¡Ahora, Alex! ¡Si queremos salvarla, tiene que ser ya!

La levanté con todo el cuidado posible, aunque dentro de mí sentía que mi mundo entero estaba colapsando.

—Julia, aguanta, por favor —susurré, mientras la levantaba en mis brazos, sintiendo su cuerpo débil. La sangre manchaba mis manos, su respiración era cada vez más suave, casi imperceptible. Sentía que el tiempo se me escapaba entre los dedos, como si cada segundo fuera una sentencia.

Dante me gritaba, pidiéndome que me diera prisa, pero todo a mi alrededor era un eco distante. Lo único que me importaba en ese momento era ella. Julia, la mujer que había logrado despertar algo en mí que pensé que estaba muerto. Y ahora, todo eso parecía estar desmoronándose.

El amor en mi mundo es una maldición, siempre lo supe. Pero verla así, sabiendo que ella pagaba el precio por estar a mi lado, me desgarraba por dentro.

—No puedes dejarme, Julia... —murmuré, apretando los dientes con furia y desesperación—. No puedes.

Corrí hacia el coche con ella en brazos, mientras Dante ordenaba a los hombres que despejaran el camino. Esta vez, no podía perder. Esta vez, no podía permitir que la oscuridad que siempre me rodeaba se llevara a la única luz que había tenido en años.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora