CAPITULO 7

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Cuando Julia bajó a la planta de abajo, no había nadie. Por primera vez miró la hora; era muy temprano.

Revisó la sala y la cocina, pero no había señales de vida.

Su estómago rugía, así que decidió hacerse un café. Mientras recogía lo necesario, pensó en hacerle uno a Alex. Para agradecérselo cuando lo viera.

Mientras tanto, Alex estaba en su habitación, a punto de despertarse. Había pasado una noche difícil, los dolores le impedían conciliar el sueño.

Se levantó y se miró al espejo. Estaba en pijama, una camiseta gris desgastada que dejaba ver algunos moretones oscuros en sus brazos y torso, y unos pantalones sueltos que parecían demasiado viejos. Su cabello estaba desordenado, y tenía los ojos hundidos, marcados por el cansancio. Se pasó una mano por el rostro, intentando despejarse.

Inmediatamente pensó en Julia, y se dirigió a la habitación donde ella se quedaba. Tocó la puerta, una vez y luego dos, pero no hubo respuesta. Decidió abrir la puerta, y cuando vio que no había nadie, sintió cómo el pánico empezaba a apoderarse de él.

¿Dónde estaba? ¿Se había marchado?

Bajó corriendo las escaleras, con el corazón palpitando rápidamente y los pensamientos más oscuros pasando por su mente. Alterado, comenzó a buscarla, recorriendo el pasillo, mirando en la sala. Hasta que llegó a la cocina.

Allí estaba ella.

Sentada en la encimera, con una pierna cruzada sobre la otra, mientras sostenía una taza de café en una mano y un libro en la otra. Por un momento, Alex se quedó mirándola desde la puerta, mientras su corazón lentamente volvía a su ritmo habitual. Ella parecía tan tranquila, tan ajena a la tormenta de preocupaciones que había sentido.

Por un momento, pensó que no estaba.

Julia no se dio cuenta de su presencia hasta que escuchó una tos exagerada y poco realista. Levantó la vista del libro y sus ojos se encontraron con los de Alex.

Sobresaltada, dejó el café y el libro rápidamente, y se bajó de la encimera.

Alex la miró. Ella seguía llevando la misma ropa del día anterior: una camiseta suelta. Aunque se veía mejor que la última vez que la vio, aún era evidente que el dolor debía estar presente en cada movimiento.

—Buenos días —dijo Julia, nerviosa, intentando romper el silencio.

Alex asintió y le devolvió el saludo con un tono suave. Julia intentó acercarse a él, sus manos dudaron por un momento, queriendo tocarle la cara, asegurarse de que estaba bien.

—¿Qué te pasó ayer en la casa? —preguntó, con preocupación en su voz.

Pero enseguida recordó el rechazo de semanas atrás. Recordó cómo había intentado acercarse y cómo él la había alejado. No debía confundirse, no debía pensar que podía cruzar esa línea.

A Alex le apenó ver cómo ella retiraba la mano antes de tocarle, pero sabía que se lo había ganado a pulso. Había puesto tantas barreras entre los dos que ahora era difícil derribarlas, y aunque sentía la necesidad de ese contacto, de su cercanía, no podía culparla por ser cautelosa.

Rápidamente retrocedió un paso, y con una sonrisa algo tensa, señaló la cafetera.

—Te he hecho café —dijo, intentando no mostrar su incomodidad. Cogió la taza que le parecía más bonita y la llenó para él—. No sé qué pasó ayer, pero... gracias.

Con la taza entre las dos manos, se la acercó.

Alex no sabía qué decir. Le habían dado una paliza brutal y, aun así, ella tenía una sonrisa para él y se había tomado la molestia de hacerle un café.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora