CAPITULO 16

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Mientras Alex y Julia disfrutaban de la calma tras el tumulto de emociones vividas, en un callejón oscuro de la ciudad, Dante aguardaba. Había quedado allí con un hombre llamado Ernesto. La tensión se respiraba en el aire; las calles parecían estar hechas de sombras más densas esa noche, como si la misma oscuridad estuviera expectante. Las luces titilaban, y el frío viento nocturno cortaba, llevando consigo murmullos lejanos de la ciudad que nunca duerme. Los edificios se alzaban como gigantes vigilantes, y los pocos transeúntes apresuraban el paso, evitando cruzar miradas. Dante, sin embargo, permanecía firme, aunque sus dedos tamborileaban ligeramente contra su pierna, delatando sus nervios.


Finalmente, la figura de Ernesto apareció al otro extremo del callejón, emergiendo de la penumbra. Vestía un abrigo largo, y sus ojos se movían inquietos, escrutando cada rincón antes de acercarse. Dante se enderezó, observándolo con recelo. Ernesto no perdió tiempo; ni siquiera saludó.


—¿Qué tienes para mi? —preguntó, con la voz baja pero firme.


Dante pregunto, y Ernesto frunció el ceño, mirándolo de arriba abajo.


—Primero el dinero —exigió.


Dante metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un sobre. Sus ojos nunca se apartaron de Ernesto mientras extendía la mano, entregándole el sobre. Ernesto lo recibió y lo abrió de inmediato, contando los billetes uno a uno bajo la luz tenue de una farola parpadeante. Pareció satisfecho, porque cerró el sobre y se lo guardó bajo el abrigo.


Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Iván observaba la situación desde un sitio mucho más cómodo. Sus ojos se clavaban en el mapa extendido sobre la mesa, sus dedos acariciando suavemente los bordes como si estuviera a punto de mover piezas de un tablero. Sus pensamientos giraban en torno a un plan audaz: un ataque simultáneo, tanto en la mansión como en el pabellón. Sabía que el elemento sorpresa era clave, y los recientes movimientos de Alex y los suyos habían empezado a irritarlo. Era el momento de mostrar su mano y ponerlos a la defensiva, antes de que fuera demasiado tarde.


La habitación se iluminó suavemente con la luz del día, los primeros rayos de sol colándose a través de las cortinas entreabiertas. La calidez de la mañana llenaba el espacio, revelando la escena que se desarrollaba en la cama. Alex y Julia estaban allí, acostados juntos, sus cuerpos descansando tras una noche que los había dejado sin aliento.


Alex había llevado a Julia en brazos desde las escaleras hasta la habitación, después de que el deseo entre ellos se desbordara, incapaz de ser contenido por más tiempo. Con el corazón todavía acelerado y las emociones a flor de piel, los dos habían entrado en la habitación, y sin decir ni una palabra, Alex la había depositado suavemente sobre la cama. Ambos se habían tumbado juntos, sin necesidad de más explicaciones, sin necesidad de más palabras. Todo había sido dicho en los besos, en las caricias, en los suspiros que compartieron.

Ahora, mientras la luz del sol iluminaba sus rostros, se podía ver a Julia descansando contra el pecho de Alex, sus cuerpos entrelazados de manera natural, como si pertenecieran el uno al otro. Julia estaba acurrucada contra él, su rostro suave y relajado, como si todos los miedos y las preocupaciones del mundo se hubieran desvanecido al menos por esa noche. Su brazo descansaba sobre el torso de Alex, en un gesto casi protector, mientras su respiración era lenta y regular.


Alex estaba de lado, con un brazo rodeando los hombros de Julia, sus dedos ligeramente enredados en su cabello. Parecía como si, incluso en sueños, no quisiera soltarla, como si el simple contacto con ella fuera lo único que lo mantenía en paz. Su expresión, habitualmente tensa y controlada, ahora mostraba una suavidad que rara vez se veía, sus labios apenas curvados en lo que parecía ser un intento de sonrisa.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora