CAPITULO 21

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ALEX

Llevaban ya 22 minutos dentro. Me sentía como si hubiera pasado una eternidad. La inquietud era insoportable; trataba de concentrarme en mi teléfono, pero cada vibración del móvil me hacía saltar, y cada vez que alguien pasaba por la puerta de la consulta, mi corazón se aceleraba. Me removía en la silla, cambiaba de posición cada pocos segundos, miraba el reloj con una frecuencia absurda. Cada minuto que pasaba, mi paciencia se desgastaba más y más. El nerviosismo era como una sombra que no podía sacudir.

El teléfono sonó, y vi que era Dante. Suspiré antes de contestar.

—Diga.

—Alex, necesitamos que vengas al pabellón. Hay temas que tenemos que zanjar y no pueden esperar —dijo Dante, con el tono firme de siempre.

Me pasé la mano por el cabello, mi mirada aún fija en la puerta de la consulta. Todo lo que podía pensar era en Julia y en qué le estarían diciendo los médicos.

—No puedo ahora, Dante. Estoy en el hospital, ya sabes por qué. En cuanto pueda, voy para allá —respondí, mi tono más tenso de lo que pretendía.

—Entiendo, pero no tardes demasiado. La situación en el pabellón se está complicando —replicó, pero no insistió más.

—En cuanto pueda, estaré allí. Aguanta hasta entonces —respondí, y colgué.

Finalmente, después de lo que se sintió como una eternidad, la puerta de la consulta se abrió y vi a Julia salir. Me levanté inmediatamente, mi corazón latiendo con fuerza mientras la veía acercarse hacia mí en silencio. Su rostro estaba pálido, y sus ojos evitaban encontrarse con los míos.

Me quedé quieto, observándola, intentando descifrar lo que había sucedido allí dentro. Mi mente se llenó de preguntas, pero no me atreví a decir nada al verla así, tan frágil. Solo quería saber que estaba bien, que había algo que pudiera hacer para ayudarla.

Cuando finalmente estuvo a unos pasos de mí, nuestras miradas se cruzaron por un segundo, y pude ver el brillo de las lágrimas en sus ojos. Sentí un nudo formarse en mi garganta. No sabía qué decir, no sabía si debía preguntar o si debería esperar a que ella hablara primero. Me quedé quieto, esperando, tratando de darle el espacio que necesitaba.

—Julia... —comencé, mi voz saliendo más suave de lo que pretendía, como si temiera romper el delicado equilibrio de ese momento.

Ella solo asintió, sin decir nada, y entonces dio un paso más hacia mí. Sin pensarlo, estiré los brazos hacia ella, y cuando ella se acercó, la envolví en un abrazo suave, intentando transmitirle algo de calma, aunque no sabía si eso era posible. Sentí cómo se apoyaba contra mí, su respiración irregular, y en ese momento supe que lo que había sucedido ahí dentro no había sido nada bueno.

—¿Qué ha pasado? —pregunté, intentando mantener la calma, aunque por dentro la preocupación me estaba consumiendo.

Julia no respondió. Simplemente se separó de mí, sus ojos se alzaron hacia los míos por un momento y vi la tristeza que se reflejaba en ellos. Parecía tan vulnerable en ese instante que algo dentro de mí se rompió un poco. Sus mejillas estaban pálidas, y los rastros de lo que parecían ser lágrimas todavía se podían ver en su piel. Sus ojos enrojecidos y ligeramente hinchados eran una clara señal de que había estado llorando.

Sin decir nada más, asentí, entendiendo que no era el momento de presionarla. Necesitaba tiempo y espacio, y yo estaba dispuesto a dárselo.

—Te llevo a casa —dije con suavidad, intentando que mi voz sonara tranquilizadora.

Ella simplemente asintió, sin mirarme directamente, y se giró para empezar a caminar hacia la salida. Me quedé unos segundos más observándola antes de seguirla, sintiendo una mezcla de impotencia y dolor. Sabía que algo andaba mal, pero también sabía que, por mucho que quisiera ayudarla, había cosas que Julia debía procesar sola. Todo lo que podía hacer era estar ahí para ella, llevarla a casa y esperar a que, en algún momento, estuviera lista para compartir lo que estaba pasando.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora