CAPITULO 24

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Esa noche, mientras tanto, Laura se encontraba en su oficina, rodeada de papeles y archivos esparcidos por su escritorio. Había estado revisando durante horas todos los documentos de Logísticas Moretti que habían recibido tras la solicitud oficial. Sin embargo, lo que tenía frente a ella no era ni la mitad de la información que habían solicitado. La excusa había sido problemas técnicos en el sistema, pero Laura sabía que era una mentira, otra más en la larga lista de obstáculos que los Moretti ponían para entorpecer la investigación.

Casi había perdido los papeles esa mañana, allí delante de Alex Moretti y su mano derecha, Dante. Esa sonrisa cínica de Dante, su mirada de satisfacción mientras le explicaban los "problemas técnicos", le sacaban de quicio. Siempre parecía que estaban metidos en todo y a la vez no había nada con lo que se les pudiera atrapar. Siempre tenían la excusa perfecta, y eso la frustraba hasta el límite.

Laura se llevó una mano al rostro, frotándose los ojos en un intento de aliviar el cansancio. Llevaba demasiadas horas trabajando, pero no podía permitirse parar. Necesitaba encontrar algo, alguna pista, algo que le permitiera comenzar a unir hilos y desentrañar la red de ilegalidades que rodeaba a los Moretti.

Su compañero, Javier, se acercó al escritorio, con los ojos cansados y una expresión de fastidio.

—Laura, es tarde. Deberíamos irnos ya, llevamos horas aquí —dijo, con un tono que reflejaba tanto cansancio como frustración.

Laura levantó la mirada hacia él, su expresión tensa.

—Si quieres irte, vete. Yo me quedo —respondió, sin intentar ocultar la obstinación en su voz.

Javier suspiró, levantando las manos en un gesto de rendición.

—Está bien, me voy. Pero de verdad, necesitas descansar. No vamos a resolver todo esto en una sola noche.

Laura no dijo nada, simplemente asintió y bajó la mirada de nuevo a los documentos. Javier la observó por un momento, viendo la determinación en sus ojos, y finalmente se dio la vuelta, cogió su abrigo y se marchó, dejando a Laura sola en la oficina.

Cuando escuchó la puerta cerrarse, Laura suspiró, apoyándose contra el respaldo de la silla. Sabía que Javier tenía razón, que necesitaba descansar, pero no podía. No después de lo que había visto hoy. Dante, con esa sonrisa arrogante, esa mirada que dejaba claro que se sentía intocable, como si supiera que ella no encontraría nada. Y Alex, con su actitud fría y calculadora. Todo en ellos la irritaba, pero lo que más la enfadaba era esa sensación de impotencia, esa sensación de que siempre estaban un paso por delante.

"No. No esta vez", pensó mientras volvía a inclinarse sobre los documentos. Iba a encontrar algo, lo que fuera, y cuando lo hiciera, los Moretti sabrían que no eran intocables. Laura era tenaz, y no se rendiría hasta ver caer a aquellos que creían estar por encima de la ley. Así que se quedó allí, en la oficina vacía, con la luz del escritorio iluminando su espacio de trabajo, decidida a seguir hasta que encontrara lo que necesitaba.

A muchos kilómetros de allí, en el pabellón central, Dante seguía con el interrogatorio. La luz de una lámpara colgaba sobre la cabeza del hombre capturado, proyectando sombras marcadas sobre su rostro hinchado y ensangrentado. Ramiro, el informante de los Delgado, estaba atado a una silla, sus manos detrás de su espalda y su cuerpo exhausto tras horas de interrogatorio.

Dante se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre los brazos de la silla, su rostro muy cerca del de Ramiro. La mirada de Dante era fría, llena de determinación, mientras intentaba encontrar una grieta en la resistencia del hombre.

—Voy a preguntarlo una vez más, Ramiro. ¿Dónde está Iván? ¿Dónde se esconde? —dijo Dante, su voz baja y amenazante.

Ramiro levantó la mirada, sus ojos apenas abiertos, con el esfuerzo evidente en cada respiración. No dijo nada, mantuvo los labios sellados, aunque sus pupilas reflejaban el miedo y el agotamiento. Dante apretó la mandíbula, con un gesto de frustración. Se enderezó y caminó alrededor de la silla, sus pasos resonando en la habitación vacía.

—¿De verdad crees que puedes seguir callado y que todo acabará bien? —dijo Dante mientras se detenía detrás de Ramiro, acercando su rostro al oído del hombre—. Sabes tan bien como yo que esto no tiene un buen final para ti, Ramiro. Así que, cuanto más hables, más rápido podrás dejar de sufrir.

Dante se apartó, mirando la expresión vacía de Ramiro, como si no estuviera dispuesto a ceder. Dante apretó los puños, tratando de mantener la paciencia. Dio un golpe con la mano en la mesa junto a ellos, haciendo que el sonido fuerte resonara en la pequeña sala.

—¡Dímelo, joder! —exclamó Dante, el enfado empezando a filtrarse en su tono.

Pero Ramiro seguía en silencio. Apenas un susurro de dolor escapaba de su boca, su rostro mostrando los efectos de las horas de maltrato, pero sus labios no se movían. Sus ojos miraban al frente, tratando de no encontrarse con los de Dante, como si su única manera de resistir fuera desconectar de la realidad.

Dante se quedó en silencio un momento, observando la situación, tratando de pensar en la mejor forma de hacer que Ramiro hablara. Sabía que, tarde o temprano, todos los hombres se quebraban. Y él no tenía problema en esperar. Pero la paciencia no era su fuerte, y la actitud desafiante de Ramiro estaba empezando a colmarla.

—Está bien, Ramiro. Podemos seguir con esto toda la noche si es necesario —dijo Dante, con una calma forzada mientras volvía a su posición frente a él—. Pero créeme, voy a conseguir lo que quiero de ti. Porque lo que tú sabes es lo único que me separa de acabar con Iván de una vez por todas.

El silencio del hombre fue la única respuesta que obtuvo. Dante respiró hondo, intentando mantener el control. Sabía que necesitaba ser más inteligente, más persuasivo. Pero también sabía que había otras formas, más dolorosas, de conseguir respuestas. Y si Ramiro no hablaba pronto, no dudaría en utilizarlas.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora