CAPITULO 15

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JULIA

Alex me estaba besando y derrepente se apartó, deteniendo el beso. Mantuvo su frente contra la mía, sus ojos cerrados, su respiración acelerada.

—Por el bien de los dos... paremos...si quieres vemos esa película -susurró, su voz ronca, llena de una emoción contenida.

Lo miré, aún sin aliento, con el corazón latiendo a mil por hora. Me sentía confundida.
No quería que esto parara. No entendía por qué se detenía cuando todo dentro de mí gritaba por más.

Sin pensarlo, lo atraje hacia mí de nuevo, agarrándolo con una fuerza que no sabía de dónde sacaba. Quería sentir sus labios sobre los míos otra vez, quería que ese momento no se desvaneciera. Lo besé con urgencia, con el deseo que llevaba tanto tiempo reprimiendo, y él respondió al beso al principio, pero luego volvió a separarse, con dificultad.

-Julia, esto... se está yendo de las manos - dijo, su voz cargada de esfuerzo, como si luchara por mantener el control, por detener lo inevitable. Su mirada me decía que quería seguir, pero parecía que estaba intentando contenerse, como si aún dudara de lo que estaba ocurriendo.

Pero yo no quería parar, no quería que se contuviera, no quería ninguna barrera entre nosotros. Lo miré, con mis ojos llenos de deseo, y volví a atraerlo hacia mí, susurrándole en los labios:

—Quiero esto... quiero todo.

Parecía que esas palabras, esa declaración sincera, lograron derrumbar las últimas barreras que él tenía. La tensión que había en su cuerpo se desvaneció, y su mirada se volvió oscura, cargada de deseo. Sin más, me besó con pasión, con una urgencia que casi me dejó sin aliento. Ya no era un beso suave, ya no había dudas, era el resultado de toda la atracción acumulada, de todos los sentimientos que habían estado ocultos.

Sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo, con una seguridad y una intensidad que me hicieron estremecer. Pude sentir el calor de sus manos en mi cintura, subiendo por mi espalda y acercándome aún más a él. Sus dedos se deslizaban por mi piel, dejando un rastro de fuego dondequiera que tocara. Era como si estuviera explorando cada centímetro de mí, como si quisiera conocer cada detalle, y yo no podía evitar sentir cómo todo mi ser
respondía a su toque.

Alex se detuvo por un segundo, sus ojos llenos de deseo mientras me miraba.

-Subamos arriba —dijo, su voz baja, cargada de una promesa.

Todo lo que pude hacer fue asentir, con un gemido suave que salió de mis labios, sin poder articular palabras. No había vuelta atrás.
No quería que la hubiera.

Sentí cómo Alex subía las escaleras conmigo en brazos, sus manos firmes sosteniéndome como si no pesara nada. La facilidad con la que me llevaba me hacía sentir ligera, vulnerable, y al mismo tiempo deseada de una manera que nunca había sentido. Pero la paciencia no era algo que pudiera mantener en ese momento. Solo quería sentir su piel contra la mía, sin nada que nos separara, así que comencé a tirar de su camiseta, intentando quitársela.

Alex se rió contra mis labios, y el sonido era profundo y ronco, lleno de diversión y deseo.
Esa risa me hizo estremecerme.

-Eres impaciente... -susurró, con un tono que parecía mezclar ternura con pasión.

Pero no me importaba. Quería verlo, quería sentir cada parte de él, sin barreras. Con una determinación que ni siquiera sabía que tenía, me solté de sus brazos y bajé de un salto, quedando frente a él en las escaleras. Sin pensarlo dos veces, le quité la camiseta del pijama, deslizándola por su torso hasta dejarla caer al suelo.

Por un segundo me quedé allí, mirándolo, sin poder apartar la vista. Su torso era impresionante, cada músculo perfectamente definido, moviéndose con cada respiración.
Sus pectorales, los abdominales que se marcaban con cada movimiento, y las cicatrices que salpicaban su piel, dándole un aire de peligro y experiencia. Pasé las manos por su torso, recorriendo cada línea, sintiendo el calor de su piel bajo mis dedos, mientras mi respiración se volvía más rápida.

Mis manos se detuvieron en la herida de su costado, y levanté la mirada, mis ojos llenos de preocupación. No quería hacerle daño, no quería que este momento fuera algo que tuviera que lamentar después.

Él me miró desde un escalón más abajo, y una sonrisa suave apareció en sus labios, tratando de tranquilizarme.

—Tranquila, no duele —dijo, su voz baja, calmante.

Lo miré a los ojos, y de repente una valentía que no sabía que tenía se apoderó de mí. Todo el miedo, toda la inseguridad, se esfumó. Lo único que quedaba era el deseo de estar completamente con él, sin reservas.

Lentamente, deslicé mis dedos hacia la parte inferior de mi camiseta y me la quité, dejándola caer al suelo.

Pude ver cómo sus ojos se oscurecian, recorriéndome de arriba a abajo, como si quisiera memorizar cada centímetro de mi piel.

Alex estiró su mano hacia mí, y sus dedos comenzaron a seguir el mismo recorrido que los míos habían hecho por su cuerpo. Sentí sus manos recorrer mis desnudos pechos, acariciándolos con una mezcla de ternura y deseo, y luego bajar lentamente por mi abdomen, despertando cada centímetro de mi piel. Cuando sus dedos se detuvieron en mi cicatriz, la de la operación, sentí un nudo de vergüenza formarse en mi estómago. Por un instante, la inseguridad me invadió, y sentí el impulso de cubrirme, de esconder esa parte de mí que siempre había considerado como un defecto.

Pero entonces vi su rostro, y me di cuenta de que no había nada de rechazo o asco en sus ojos. Al contrario, su mirada era suave, llena de cuidado, y el deseo seguía presente, intacto.

Alex me miraba como si no hubiera nada más que quisiera que estar conmigo en ese momento, y eso me dio la fuerza para dejar de lado la verguenza y entregarme a lo que estábamos viviendo.

—Tranquilo, no duele —le dije, esbozando una sonrisa, tratando de tranquilizarlo, mientras mis dedos rozaban los suyos sobre mi cicatriz.

Él me devolvió la sonrisa, una sonrisa que apenas levantó las comisuras de sus labios, pero que estaba cargada de significado.

Luego, bajó sus dedos lentamente, deslizándolos hasta mis pequeños pantalones, y me miró fijamente, buscando alguna señal en mis ojos. Yo asentí, dando mi permiso sin palabras, y él, con movimientos decididos pero cuidadosos, comenzó a bajármelos.

Sentí el frío del aire en mi piel al quedar completamente desnuda ante él. Alex estaba de rodillas frente a mí, su mirada fija en mi cuerpo, mientras yo me quedaba allí, vulnerable, expuesta, pero extrañamente empoderada. Podía sentir la fuerza de sus ojos recorriéndome, podía ver cómo su respiración se volvía más pesada, y algo en su manera de mirarme me hacía sentir hermosa, deseada, como nunca antes me había sentido.

Alex me miraba, y en sus ojos vi una pregunta, una petición silenciosa. Había un anhelo y una necesidad de saber si estaba bien continuar, si yo realmente quería esto tanto como él. Lo miré y, sin palabras, le hice saber que en ese momento era suya, que queria entregarme por completo a lo que estábamos viviendo.

Con la mirada fija en mí, Alex llevó una de sus manos hacia sus labios, humedeciéndola suavemente antes de deslizarla con cuidado hacia mi parte más íntima. El contacto fue lento, explorador, y tan pronto como sus dedos me tocaron, un escalofrío me recorrió, haciendo que tirara la cabeza hacia atrás mientras un suspiro escapaba de mis labios.

De repente, Alex se inclinó hacia adelante, y sentí su aliento cálido acercarse. Antes de que pudiera procesarlo, una oleada de placer me invadió, su contacto era tan intenso que tuve que agarrarme a la barandilla para no perder el equilibrio. Mi cuerpo respondió instantáneamente, mis piernas temblaban y mis ojos se cerraron, mientras el placer se extendía en oleadas.

De un momento a otro, la sensación se volvió demasiado intensa, como una ola arrolladora que me arrastraba sin piedad. Un gemido escapó de mis labios, fuerte y claro, sin que pudiera contenerlo. Sentí una mezcla contradictoria: quería apartar su cara de mí para poder respirar, y al mismo tiempo, quería que se hundiera aún más entre mis piernas, sentirlo aún más cerca. Esa dualidad me abrumaba, pero Alex no me dio opción.

Sentí cómo mis piernas cedían, y con un gran gemido, me dejé caer, el placer haciendo que mis fuerzas desaparecieran.

Alex lo notó y, sin dejar de cuidarme ni un momento, me sostuvo, sus manos firmes evitando que cayera. Me posó suavemente en las escaleras, apoyándome con cuidado, como si fuera algo delicado que no quería romper. Yo respiraba entrecortadamente, mi cuerpo aún vibrando por el intenso placer, mientras nuestros ojos se encontraban, llenos de un deseo sin palabras, de una conexión que ninguno de los dos podía ignorar.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora