CAPITULO 6

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JULIA

Poco a poco, empecé a despertar. Primero fueron los sonidos; un silencio roto solo por el débil eco de los pasos en algún lugar lejano. Luego, la sensación de estar envuelta en algo cálido, las sábanas rozando mi piel. Mis párpados pesaban, pero hice un esfuerzo por abrirlos, la luz suave entrando en mis ojos, casi cegándome.

—¿Dónde estoy? —pienso, intentando que la respuesta aparezca de entre las sombras de mi mente.

Todo me duele. Es un dolor sordo, constante, que parece extenderse desde mis extremidades hasta mi espalda. Cada músculo de mi cuerpo se siente magullado, como si hubiera sido arrojada de un lugar alto y me hubiera estrellado sin poder detener la caída. Intento mover los dedos y el leve movimiento provoca una punzada de dolor que me hace apretar los dientes.

Parpadeo lentamente, mis ojos enfocándose poco a poco en el techo que se extiende sobre mí. Reconozco la habitación. He estado aquí antes. Me toma un momento procesar dónde estoy, pero finalmente me doy cuenta de que estoy en la mansión de Alex. Aquel lujo sobrio, los colores oscuros y la atmósfera casi intimidante son inconfundibles.

—¿Alex? —mi voz sale en un susurro débil, apenas un gemido mientras trato de girar la cabeza y miro alrededor, buscando a alguien.

Pero no hay nadie. Estoy sola, y la confusión es casi tan dolorosa como las heridas que marcan mi cuerpo. No puedo recordar qué sucedió. Lo último que viene a mi mente es la mirada cruel de Iván, la amenaza en su voz. Luego hubo disparos, gritos, y después... después todo es negro. No sé cómo llegué aquí. No sé quién me trajo.

Un nudo de miedo se forma en mi estómago, y siento que mis ojos se llenan de lágrimas, una sensación de impotencia que me invade de repente. No sé cuánto tiempo he estado inconsciente, ni lo que ha pasado en ese tiempo. Intento incorporarme, pero el dolor en mi costado me hace detenerme. Mis costillas se sienten como si hubieran sido golpeadas una y otra vez, y cada respiración parece traer una nueva ola de dolor.

—¿Qué pasó...? —murmuro, mi voz quebrándose mientras una lágrima se desliza por mi mejilla.

Con cada movimiento, siento cómo mi cuerpo protesta, el dolor extendiéndose por cada rincón de mi ser. Aun así, consigo levantarme, tambaleándome mientras doy pasos lentos hacia el baño. Necesito saber qué aspecto tengo, confirmar si todo esto es real. Cada paso me hace apretar los dientes, el suelo frío bajo mis pies descalzos es un recordatorio constante de la fragilidad de mi cuerpo.

Cuando finalmente llego al baño, me quedo frente al espejo. Casi tengo miedo de mirarme, pero sé que debo hacerlo. Levanto lentamente la vista y, al ver mi reflejo, un nudo se forma en mi garganta. Apenas me reconozco.

Mi rostro está cubierto de moratones. Un gran hematoma se extiende por mi mejilla izquierda, volviéndola de un tono púrpura y oscuro. Mis labios están partidos y el corte en mi frente aún tiene rastros de sangre seca. Mis ojos, normalmente llenos de vida, ahora se ven apagados, enrojecidos por las lágrimas y el cansancio. Mi cabello, aunque limpio, cae sin vida sobre mis hombros, y las marcas de violencia son evidentes en mi cuello y mis brazos.

Las lágrimas empiezan a caer antes de que pueda detenerlas. Lloro al verme, al reconocer la vulnerabilidad que muestra mi reflejo. Lloro por el miedo, por el dolor, por la impotencia que me hace sentir tan pequeña. Cada moratón es un recordatorio de lo que pasó, de lo que tuve que enfrentar, y cada uno de ellos me duele más que cualquier golpe físico.

Con manos temblorosas, me quito la ropa, notando cómo las marcas se extienden por mi torso y mis costillas. Me siento rota, cada movimiento duele, y la imagen de lo que veo en el espejo me rompe aún más.

Abro la ducha, dejando que el agua caliente caiga sobre mí. Me meto bajo el chorro, dejando que el calor alivie, aunque sea un poco, el dolor en mi piel. Cierro los ojos y dejo que el agua corra, intentando borrar todo, intentando lavar los recuerdos, las sensaciones, el miedo.

Pero no es tan fácil. A pesar del calor del agua y el vapor llenando el baño, sigo sintiendo el frío del miedo dentro de mí. Me abrazo a mí misma, mi cuerpo temblando mientras el agua cae sobre mí, y deseo con todas mis fuerzas que esto acabe, que este dolor y esta pesadilla desaparezcan.

Cuando salgo de la ducha, envuelta en una toalla, noto mi respiración todavía un poco agitada. El vapor cubre el espejo del baño, y siento el calor de la ducha aún aferrándose a mi piel. Camino de vuelta hacia la habitación, y allí, encima de la cama, veo mi ropa limpia, cuidadosamente doblada. La misma ropa que llevaba antes de que todo se convirtiera en una pesadilla.

Me quedo parada, mirándola. Esa ropa tiene recuerdos terribles adheridos a cada fibra.
Recuerdos de cómo aquel chico me acosó fuera de la discoteca, cómo me siguió sin descanso por las calles desiertas. Recuerdos de cómo fui secuestrada, atada a una silla, cómo fui golpeada y torturada, cómo me quitaron toda esperanza de escapar. Esa ropa no es solo tela; es un testimonio de todo lo que he pasado, de cada momento de dolor y miedo.

No pienso ponérmela. No puedo soportar la idea de volver a llevarla encima, de sentirla contra mi piel, de revivir todo aquello.

En lugar de eso, busco la ropa que tenía puesta al despertar. Una camiseta ancha y unos calzoncillos que, sin duda, pertenecen a Alex. Lo sé porque reconozco el olor, el suave perfume que aún está en la tela. Como la última vez que me quedé aquí, cuando él me ofreció refugio. De alguna forma, me hace sentir un poco más segura, como si al llevar algo suyo pudiera mantenerme protegida de todo lo que acecha fuera.

Con la camiseta cubriéndome casi hasta las rodillas y los calzoncillos ajustados, me siento en el borde de la cama. El silencio de la habitación me envuelve, y por un momento, dejo que mis pensamientos vuelvan a Alex.

Todo esto tiene que tener sentido, y la única explicación posible es que él vino a buscarme.

Él vino a salvarme.

Una mezcla de emociones me atraviesa.
Gratitud, alivio, y también algo que no puedo definir del todo. Alex siempre ha estado ahí, siempre me ha protegido. No sé por qué, ni entiendo qué significo para él. Pero sé que si no fuera por Alex, no estaría aquí ahora.

—¿Estará abajo? -—me pregunto en voz baja, mientras me miro en el espejo del baño, todavía empañado por el vapor.

Lo que veo me hace sentir una oleada de vergüenza. Estoy horrible. Mi piel sigue llena de moratones, mis ojos hinchados por el llanto, y mi cabello, aunque limpio, cuelga desordenado alrededor de mi rostro. No es el tipo de imagen que quiero que Alex vea. Él siempre está tan seguro, tan fuerte, y yo, en este estado, me siento rota, débil.

¿Qué pensará de mí?

El miedo a su juicio me hace dudar, pero luego recuerdo algo importante. Él me trajo aquí. Me salvó. Y si lo hizo, es porque le importa, de alguna manera. Seguramente, estoy mucho mejor ahora que cuando me sacó de ese infierno, y él ya me ha visto en mi peor momento. Esas marcas en mi piel son testigos de lo que pasé, pero también son el precio de haber sobrevivido. Y Alex me aceptó incluso cuando estaba destrozada.

Así que, sin pensarlo dos veces, respiro hondo y decido salir de la habitación. Llevo puesta su camiseta ancha y sus calzoncillos, y aunque sé que no estoy en mi mejor estado, al menos estoy aquí, viva. Y eso ya es una victoria.

Con pasos lentos, avanzo por el pasillo y bajo las escaleras, cada paso resonando en el silencio de la mansión. A medida que me acerco a la planta de abajo, el nerviosismo comienza a crecer en mi estómago. ¿Qué le voy a decir? No tengo ni idea de cómo enfrentar esto, pero necesito verlo, necesito sentir que todo esto tiene sentido.

Llego al final de las escaleras y veo la luz tenue que viene del salón. Mi respiración se acelera, pero me obligo a seguir adelante. Él está allí, lo sé. Está esperándome, y aunque no tengo todas las respuestas, estoy lista para encontrar alguna, aunque sea una.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora