CAPITULO 23

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ALEX

Julia se estaba desahogando, soltando todo, todo lo que llevaba dentro. Al llegar y verla así, borracha, me había enfadado, pero ahora entendía que detrás de eso había mucho más, algo profundo y oscuro que la había llevado a este punto. Todo lo que me había dicho resonaba en mi cabeza, y mi ira se transformaba lentamente en preocupación.

Me acerqué a ella, manteniendo la distancia suficiente para no agobiarla más. Podía ver el dolor en sus ojos, el cansancio en su rostro. Quería decir algo que la calmara, algo que la ayudara a encontrar algo de consuelo, pero no podía. No tenía las palabras que pudieran solucionar lo que estaba pasando.

—Beber no es la solución, Julia —dije, mi tono suave, tratando de sonar menos duro—. Mañana, cuando estés mejor, hablamos. Te lo prometo.

Ella me miró, sus ojos llenos de lágrimas y desesperación, pero también de un cansancio absoluto. Todo en su expresión me decía que estaba agotada, que ya no podía con todo el peso que llevaba cargando sola. Di un paso hacia ella y puse una mano en su hombro, suave, sin presión.

—Por favor, descansemos por hoy —le dije—. No quiero que te hagas más daño. Mañana hablamos de todo esto, de lo que sea que necesites decirme. Solo quiero que estés bien.

—¿Me has dicho que me quieres? —dijo Julia, su voz seria, sus ojos mirándome fijamente, como si quisiera asegurarse de que no me retractara.

Me quedé mirándola, sin saber cómo reaccionar. Sí, le había dicho que la quería, pero las circunstancias, todo lo que estaba pasando, me abrumaba. Julia repitió las palabras, pero esta vez con una sonrisa suave en los labios, una sonrisa que me hizo sentir un nudo en el estómago.

—¿Me has dicho que me quieres? —esta vez, su tono era más suave, más ligero, mientras se acercaba lentamente hacia mí.

No sabía qué decir, no lo había pensado antes de soltarlo. Mi mente estaba llena de un torbellino de emociones que no podía controlar. Verla así, tan vulnerable, tan sincera, me dejaba sin palabras.

—Si mañana se me ha olvidado todo, quiero que me lo recuerdes, ¿vale? —dijo mientras se acercaba un poco más, y yo solo podía quedarme quieto, viéndola acercarse.

—Yo... no... —intenté hablar, pero las palabras no me salían. Todo lo que pensaba parecía estancarse en mi garganta.

Ella seguía acercándose lentamente, sus ojos brillando, con ese atisbo de esperanza que me rompía el corazón.

—Julia, estás borracha, muy borracha —la advertí, intentando detener lo inevitable. Sabía que no debía hacerlo, que ella no estaba en un estado para tomar decisiones de este tipo, pero parecía no escucharme.

—Me has dicho que me quieres... —repitió, y antes de que pudiera reaccionar, posó sus labios en los míos.

El beso fue suave, tierno, y por un momento, por solo un instante, me permití responder. Era lo que había estado deseando durante todo el día, lo que había estado reprimiendo desde que llegué y la vi allí, intentando olvidar todo su dolor con una botella de licor.

Pero entonces la realidad me golpeó de nuevo, y recordé que ella estaba borracha, que no podía tomar en serio lo que estaba sucediendo ahora. La aparté de inmediato, con una mezcla de frustración y preocupación en mi interior.

—Tienes que dormir, Julia —dije, mi voz temblando un poco mientras intentaba mantener la calma.

Ella me miró, sus ojos un poco confusos, como si no entendiera por qué la estaba alejando. Aún tenía esa sonrisa en sus labios, una sonrisa que me partía el alma.

—Por favor, ve a dormir —le repetí, intentando no mostrar la lucha interna que estaba teniendo. Sabía que no estaba listo para aceptar lo que había dicho, para enfrentar mis sentimientos completamente, y mucho menos para dejar que ella lo enfrentara en su estado actual.

Julia asintió lentamente, sus ojos perdiendo un poco del brillo mientras se giraba hacia la habitación. La observé irse, sintiendo un peso enorme en mi pecho. Quería estar ahí para ella, quería protegerla de todo, incluso de sí misma.

—¿Habéis escuchado, chicas? ¡¿Me quiere?! —gritó Julia, con una risa infantil y llena de emoción antes de meterse en la habitación.

Una sonrisa se me escapó sin que pudiera evitarlo. Estaba tan borracha que le hablaba a sus gatas, como si ellas pudieran realmente entender lo que estaba pasando. Vi cómo se tambaleaba hacia la puerta, y por un momento la escena me pareció tan entrañable y tan dolorosa al mismo tiempo. Julia era fuerte, luchaba con tanto cada día, y verla así, celebrando ese pequeño momento de felicidad, me hizo sentir algo que no podía explicar del todo.

Sabía que no estaba bien, sabía que mañana, cuando la resaca se hiciera presente y los recuerdos regresaran, todo sería más difícil. Pero verla así, aunque fuera por un segundo, llena de esa alegría genuina, me hizo sentir que quizá, solo quizá, podía haber un momento en el que las cosas estuvieran bien entre nosotros.

Suspiré profundamente y me apoyé contra la pared, mirándola desaparecer en la habitación. Mañana sería un día difícil, pero por ahora, al menos ella se había ido a dormir con una sonrisa. Y eso, para mí, era suficiente por esta noche.

Me metí en el despacho para ponerme al día con los informes y contestar correos. Había uno de Lucas, informándome de que había estado organizando todo lo relacionado con Marcos. Aunque Julia me había pedido tiempo, yo no olvidaba tan fácilmente las traiciones. Tanto yo como mis hombres estábamos deseando verle muerto; nos había traicionado, y en mi mundo, las traiciones no se perdonan.

Le respondí a Lucas, dándole instrucciones claras. Le pedí que sobornara a toda la gente que pudiera: personal en estaciones de tren, de autobuses, de aeropuertos. Quería que Marcos no tuviera ni una sola vía de escape. Le adjunté una lista de los puntos más importantes, los lugares en los que podría intentar huir. Le había dado unos días a Julia para que intentara arreglarlo con su amiga, pero no iba a ceder más de eso. Mi autoridad no podía ser desafiada sin consecuencias, y nadie podía traicionarme y salirse con la suya.

Terminé de revisar algunos documentos más, delegué tareas y aseguré que todo estuviera en orden antes de cerrar el portátil. Me sentía agotado, pero no podía evitar sentir que había algo más que hacer, algo más que asegurar. La situación era complicada, y el estrés me estaba empezando a pasar factura, pero no había lugar para debilidades. No ahora.

Me levanté del despacho, apagando la luz, y caminé hacia las escaleras. Antes de subir, me detuve un momento frente a la puerta de la habitación de Julia. Abrí la puerta despacio, asegurándome de que ella estaba en la cama. Y allí estaba, durmiendo profundamente, con una expresión de tranquilidad que no veía en ella desde hacía mucho tiempo.

La miré por un momento, con un nudo en el estómago. Había algo en ella, algo que hacía que mi instinto protector se despertara, algo que me hacía desear mantenerla a salvo de todo, incluso de mí mismo. Pero sabía que el mundo en el que vivía no se lo iba a permitir.

Cerré la puerta con cuidado, dejando que el silencio de la noche llenara el pasillo. Me dirigí a mi propia habitación, intentando dejar de lado todos esos pensamientos, sabiendo que mañana tendría que enfrentarme a todo lo que había dejado sin resolver.

SUSURROS EN LA OSCURIDAD|| 2 FinalizadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora