♡ Capitulo 9 ♡

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Finnian Ascot

Habían pasado días desde que la abuela de Lissi la castigó, dejándola encerrada en su casa. Cada vez que pasaba por allí, sentía un vacío en el estómago. La verdad es que extrañaba verla, hablar con ella, y simplemente saber que estaba bien. Su ausencia me dolía más de lo que me gustaría admitir. Sabía que no podía acercarme sin generar problemas, así que tuve que ser más cuidadoso.

Opté por enviarle cartas, una cada día, asegurándome de que llegaran a sus manos a través de un mensajero de confianza. Aunque no tenía la certeza de que ella las leyera o si siquiera llegaban a su habitación, era la única manera de mantenernos en contacto, de alguna forma, sin exponerla más. Cada carta llevaba una parte de mí, mis pensamientos y el deseo de hacerle saber que no estaba sola.

Le contaba sobre mis días, cómo entrenaba a los más jóvenes en el cuartel, sobre los rumores en la ciudad y cómo la lluvia había dejado el camino al río completamente embarrado, el mismo camino por el que la había llevado días atrás. Pero más que todo, intentaba hacerla reír, le dejaba notas sobre recuerdos de la noche que pasamos juntos, y cómo, a pesar de no haber hecho nada mal, sentía que me había llevado algo invaluable: su compañía.

Cada vez que pensaba en esa noche, en cómo la había sostenido entre mis brazos y en cómo se había relajado finalmente para quedarse dormida a mi lado, una sonrisa me invadía. Era algo que jamás había experimentado antes, esa sensación de estar completo solo por tenerla cerca. Le había hecho promesas silenciosas esa noche, promesas que no necesitaban ser dichas en voz alta, pero que mi corazón sabía que cumpliría.

En una de mis cartas le escribí sobre mi futuro, sobre mis deseos de formar una familia algún día. Tal vez, sin darme cuenta, le estaba lanzando indirectas, queriendo saber si ella podría imaginarse ese tipo de vida conmigo. Era algo que me rondaba la mente desde que la conocí, pero nunca lo había dicho en voz alta. No del todo. Sin embargo, cada palabra que plasmaba en esas cartas llevaba ese subtexto, esperando una respuesta, aunque fuera silenciosa.

Hoy, mientras enviaba la última carta, me quedé más tiempo del usual junto al mensajero.

—¿Crees que las lea? —pregunté, incapaz de ocultar la duda en mi voz.

El hombre, un anciano de mirada tranquila, sonrió bajo su barba canosa.

—Las lee, joven. Créame, cada vez que dejo una, la muchacha espera hasta que me voy para recogerla. Está muy interesada en lo que tiene que decir.

Esa respuesta fue suficiente para alimentar mi esperanza.

Ese mismo día, después de enviar la carta, me dirigí al cuartel. Como teniente, tenía varias responsabilidades, y una de las que más disfrutaba era entrenar a los más jóvenes. Era una oportunidad para moldear a futuros soldados y enseñarles disciplina, algo que yo había aprendido con rigor desde que me alisté.

El entrenamiento de hoy consistía en ejercicios físicos básicos. Mientras supervisaba a los chicos, uno de ellos, Mark, intentó hacerse el gracioso al bromear sobre lo "aburrido" del entrenamiento. No pude evitar sonreír de lado, aunque sabía que debía mantener la disciplina.

—Bien, caballeros —dije levantando la voz para que todos me escucharan—. Parece que algunos tienen demasiada energía. Todos, al suelo. Quiero cincuenta lagartijas. Y que sean bien hechas.

Los muchachos protestaron en voz baja, pero sabían que no tenían opción. Se alinearon en el suelo y comenzaron a hacer las lagartijas, maldiciendo en silencio a Mark por haberlos metido en esa situación. Yo, mientras tanto, caminaba entre ellos, observando que todos mantuvieran el ritmo.

El corazón de una Princesa ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora