Finnian Ascot
Llegué a la mansión cuando el cielo ya había oscurecido por completo. La luz de las lámparas iluminaba los jardines, y el sonido de los cascos de mi caballo parecía resonar en el silencio de la noche. Al cruzar el umbral de la puerta, ya sabía lo que me esperaba.
—¿Dónde has estado, Finnian? —La voz de mi madre me recibió incluso antes de verla. Allí estaba, parada en el centro del vestíbulo, con los brazos cruzados y la expresión severa que había visto tantas veces.
Suspiré, soltando las riendas de mi caballo a uno de los sirvientes antes de darle un asentimiento al mayordomo que se encargó de llevárselo. Sabía que mi madre no se quedaría callada hasta que diera una respuesta, así que me giré hacia ella, sin mucho ánimo.
—No es tan tarde, madre. Solo salí a tomar aire.
—¡¿A tomar aire?! ¿Cómo se te ocurre volver a estas horas sin decirnos a dónde vas? ¡Sabes muy bien que no es propio de alguien como tú desaparecer por horas sin ninguna explicación! —Su tono de voz se elevó, como siempre lo hacía cuando creía tener la razón. Y para ella, eso era siempre.
Mientras mi madre continuaba con su reprimenda, mi padre bajaba las escaleras, caminando con la calma que lo caracterizaba. Nos miró a ambos, con su usual expresión tranquila, y simplemente me saludó con un gesto leve.
—Buenas noches, hijo.
Le respondí con una inclinación de cabeza, agradecido de que al menos él no estuviera dispuesto a prolongar el sermón. Mi padre siempre había sido comprensivo, y aunque no era de muchas palabras, sabía que me entendía mejor de lo que mi madre jamás podría.
—No quiero discutir, madre. No esta noche. —Mi voz sonó más firme de lo que esperaba, pero estaba cansado, tanto física como mentalmente.
—¡Ah, claro! ¡El señorito Finnian no quiere discutir! Pues déjame decirte que si discuto es porque te fuiste sin avisar, ¡eso es lo que me molesta! —Mi madre levantó las manos al aire, exasperada. Parecía que no iba a soltar el tema.
La ignoré, con un leve gesto de frustración que no me molesté en ocultar. No estaba de humor para pelear, y mucho menos para escuchar otro de sus discursos sobre el deber y el linaje.
—Buenas noches. —Me di media vuelta sin más, y me dirigí hacia mi habitación. Podía escuchar a mi madre murmurar indignada detrás de mí, pero me negué a prestarle atención.
Cuando llegué a mi cuarto, cerré la puerta con un suspiro de alivio. La habitación estaba en completo silencio, el único lugar en toda la casa donde realmente podía encontrar paz. Me dejé caer sobre la cama, boca arriba, con la mirada fija en el techo.
Y fue entonces cuando mi mente volvió a ella.
Elisabeth.
Era difícil sacármela de la cabeza. Esa chica, tan inesperada como interesante, había aparecido en mi día justo cuando más lo necesitaba. Recordé su cabello, los destellos de luz en sus ojos cuando me hablaba, su voz suave cuando me pidió ayuda para bajar del árbol… aunque claramente no la necesitaba.
No pude evitar sonreír ante el recuerdo. Era astuta. Había visto esa chispa en su mirada, una mezcla de determinación y curiosidad que me había atrapado desde el principio. Y aunque apenas habíamos hablado durante nuestra caminata junto al río, sentí como si hubiese algo más en ella, algo que me intrigaba de una forma que no había sentido en mucho tiempo.
ESTÁS LEYENDO
El corazón de una Princesa ✔
Fantasía"El corazón de una princesa" es una historia de valentía, amor y la búsqueda de la verdadera identidad en medio de las tensiones y complejidades de la vida real. Es el viaje de una mujer que, pese a haber nacido en la realeza, descubre que el verdad...