♡ Capítulo 27 ♡

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Era una noche oscura, acompañada por una tormenta que parecía no tener fin. La lluvia golpeaba con fuerza las ventanas, y los truenos resonaban como si el cielo mismo estuviera por desplomarse. No podía dormir, cada trueno me sobresaltaba y hacía que mi corazón latiera con fuerza. Finn no estaba, y su ausencia solo hacía que el eco de la tormenta sonara más fuerte en mi cabeza.

Me giré en la cama, intentando encontrar una posición cómoda, aunque ya sabía que el sueño no llegaría esa noche. Fue entonces cuando escuché unos golpes suaves en la puerta, seguidos por la voz de uno de los sirvientes.

—Señora, disculpe que la moleste a esta hora —dijo con un tono preocupado—, pero hay un muchachito en la puerta. Está todo empapado y parece que está en mal estado. Insiste en verla.

Me senté de inmediato, mi corazón dio un vuelco. ¿Un muchachito? ¿Quién podía ser a estas horas y bajo esta tormenta?

—¿Le diste algo para el frío? —pregunté, ya poniéndome una bata encima.

—No, señora, no quise actuar sin su permiso —respondió el sirviente.

—Dale una cobija y haz que se acerque al fuego, que entre en calor. Bajaré enseguida —le dije, mientras trataba de no dejarme llevar por la angustia.

El sirviente asintió y cerró la puerta con cuidado, mientras yo me apresuraba a salir de la cama. Mi mente comenzó a correr con posibilidades, preguntándome qué podría haber sucedido para que un niño estuviera afuera en una noche tan horrible. Algo debía estar terriblemente mal.

Cuando bajé las escaleras, el sonido de la tormenta afuera era casi ensordecedor. Los truenos aún retumbaban en la distancia, pero en la sala el calor del fuego llenaba el aire. Vi al muchachito, Nicolás, agachado cerca de la chimenea, tapándose con una cobija que apenas parecía suficiente para quitarle el frío. Su cuerpo se encogía como si intentara volverse invisible, pero las marcas en su rostro eran imposibles de ignorar. Tenía los ojos bajos, su cabello aún goteaba agua, y aunque su rostro estaba parcialmente cubierto por las sombras, se notaba la hinchazón y el enrojecimiento de su piel.

Al sentir mi presencia, Nicolás se puso de pie apresuradamente, tambaleándose un poco. Bajó la cabeza, nervioso, y empezó a disculparse de inmediato.

—Lo siento mucho, señora —dijo con una voz temblorosa—El señor  Finnian... él me dijo que podía venir... que podía venir cuando ya no aguantara más de estar con mi padre. Pero... no quería molestarla, de verdad...

Su mirada no se atrevía a encontrarse con la mía, y sus manos temblaban ligeramente mientras apretaba la cobija con fuerza.

—No te preocupes, Nicolás —le dije suavemente, acercándome un poco más—. Finnian ya me había hablado de esto, y no me opongo en lo absoluto. Estás a salvo aquí.

Los hombros del muchacho se relajaron apenas un poco, pero seguía manteniendo la mirada baja, como si temiera causar más problemas.

—¿Tienes hambre? —le pregunté, viendo lo agotado y delgado que estaba.

Nicolás dudó un momento, pero asintió tímidamente, su estómago rugiendo levemente. Se frotó la nuca nervioso.

—Sí, señora, pero... no quisiera molestar...

—No es ninguna molestia —le dije con una sonrisa amable—. Te traerán algo de comer.

Llamé a una de las sirvientas, que apareció rápidamente.

—Prepara algo de comer para Nicolás, por favor —le pedí. La sirvienta asintió y se dirigió a la cocina.

—Ven conmigo —le dije a Nicolás, invitándolo a seguirme—. Vamos a la cocina para que puedas comer tranquilo.

El corazón de una Princesa ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora