♡ Capitulo 1 ♡

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Ser la hija del medio de una familia real era algo que al principio me parecía normal. Edward, el mayor de mis hermanos, siempre fue el centro de atención, como correspondía al heredero del trono. Amelia, la primogénita entre las mujeres, al menos tenía la gracia de ser la primera princesa, y cuando finalmente nacieron Charles e Iris, el equilibrio en la corte se inclinó aún más hacia los varones. Yo, Elizabeth, Lissi para los pocos que me conocían realmente, estaba justo en medio. No la mayor, ni la más pequeña, ni siquiera la única niña. Solo una pieza más en el tablero de la realeza, una pieza que con el tiempo se volvió invisible.

Mi infancia no fue terrible, pero tampoco fue lo que esperaba de una vida en la corte. Las atenciones que recibía al principio, cuando todavía era una novedad ser otra princesa en el reino de Draxoria, se esfumaron rápidamente. Ya no había cumplidos ni palabras cariñosas. Mi madre, la reina Margot, se volcaba completamente en mis hermanos varones. Para ella, Charles y Edward eran todo su mundo, sus herederos, el futuro del linaje real que ella tanto se empeñaba en asegurar. Era como si nosotras, sus hijas, no existiéramos. Amelia, Iris y yo éramos simples sombras que caminaban por los pasillos, sin recibir siquiera un "buenos días" al cruzarnos con ella.

Recuerdo esos momentos con una mezcla de tristeza y frustración. El hecho de que las tres tuviéramos que compartir una habitación, aunque grande, solo resaltaba nuestra invisibilidad. Mientras mis hermanos disfrutaban de sus propios espacios privados, llenos de luz y decorados a su gusto, nosotras debíamos convivir en un mismo cuarto, como si no valiera la pena invertir en nosotras individualmente. No es que el cuarto fuera incómodo, pero era más el simbolismo de la diferencia lo que dolía. Nosotras no éramos importantes. Nosotras no teníamos un lugar propio.

Mi padre, el rey Henry, era diferente... o al menos eso creía yo al principio. Aunque no compartía el desprecio abierto que mi madre sentía hacia sus hijas, su presencia era prácticamente inexistente. Siempre estaba ocupado, encerrado en su despacho o atendiendo los asuntos del reino. A veces, en los almuerzos familiares o en las celebraciones, podía sentir su mirada en mí, como si quisiera acercarse, como si quisiera ser un padre presente. Pero ese momento nunca llegaba. Los deberes reales siempre lo absorbían. Así que, aunque no me ignoraba del todo, nunca estaba realmente ahí para mí. Para nosotras.

Pasaron los años, y esa sensación de ser insignificante fue creciendo como una sombra en mi corazón. Lo que en un principio era solo una falta de atención, se convirtió en una clara preferencia. Mientras mis hermanos recibían elogios y se les preparaba para el futuro, nosotras simplemente estábamos. Nadie nos preguntaba cómo estábamos, nadie nos celebraba, y lo más doloroso era que empezamos a aceptar esa realidad como algo normal. Como si fuera nuestro destino.

Pero yo no estaba dispuesta a aceptar eso. No estaba dispuesta a ser invisible para siempre.

El día de mi cumpleaños siempre había sido más significativo para mí que para cualquier otro. Tal vez era porque sabía que no recibiría grandes gestos ni felicitaciones de mis padres, pero mis hermanas, Amelia e Iris, siempre se encargaban de que, al menos entre nosotras, fuera un día especial. Como de costumbre, esa mañana me despertaron con algunos pequeños regalos y sonrisas, su entusiasmo y cariño eran sinceros. Y aunque fueran detalles modestos, significaban el mundo para mí.

—¡Feliz cumpleaños, Lissi! —dijeron al unísono, mientras me entregaban unas pequeñas cajitas envueltas en cintas.

Los regalos de mis hermanas siempre tenían algo de personal. Amelia me había conseguido un broche de oro con pequeños detalles en forma de flores, algo que sabía que me gustaba. Iris, la más joven y creativa, me regaló un pequeño cuaderno de tapas duras para mis pensamientos, porque sabía cuánto me gustaba escribir.

El corazón de una Princesa ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora