♡ Capitulo 33 ♡

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Finnian Ascot

Habían pasado varios días desde aquella terrible noche en que el padre biológico de Nicolás irrumpió en nuestra casa. Ese incidente, aunque traumático para todos, sirvió como razón suficiente para meterlo finalmente tras las rejas. Y hoy, por primera vez desde entonces, me encontraba yendo al cuartel, pero con un propósito claro en mente: quería verlo. Quería asegurarme de que ese hombre jamás volviera a acercarse a mi familia.

Después de una corta reunión en el cuartel, me dirigí directamente a la prisión. El aire pesado de aquel lugar, cargado de humedad y un leve hedor a suciedad y desesperanza, me recibió con la misma frialdad que las paredes de piedra. Caminar por los pasillos oscuros de la prisión siempre tenía un efecto particular en uno, como si cada paso fuera arrastrado por las cadenas invisibles de los que estaban condenados allí.

Cuando llegué, me encontré con la escena que, aunque sabía que era común en ese lugar, no dejaba de causarme una mezcla de disgusto y satisfacción. Al hombre lo estaban bañando a baldazos, como era costumbre para los presos. El agua sucia le caía sobre el cuerpo magullado y ennegrecido, sus moretones brillaban bajo la luz débil de la sala. Lo que alguna vez fue un semblante arrogante y desafiante, ahora no era más que un hombre quebrado, física y mentalmente.

Desde donde estaba, lo observé en silencio, mis manos apretándose en puños mientras revivía los recuerdos de esa noche. Cada marca en su piel, cada moretón que lo cubría, era el reflejo del castigo que le había dado. Recordé cómo se había atrevido a entrar en nuestra casa, cómo había levantado la mano no solo contra Lissi, sino también contra Nicolás. Y peor aún, había estado a punto de lastimar a nuestro bebé, el hijo que Lissi y yo esperábamos con tanta ilusión.

Vi cómo lo llevaban de vuelta a su celda, sus pasos vacilantes, su cuerpo frágil por la paliza que le había dado yo mismo. Casi pude oír de nuevo el sonido de sus gritos cuando mis puños golpearon su rostro una y otra vez, sin ninguna piedad. Esa noche, la furia me había cegado, y todo lo que podía pensar era en proteger a los míos, en castigar a quien había osado lastimarlos. Todavía sentía el peso de mis golpes, la fuerza con la que había descargado mi rabia sobre él. Había sido un castigo justo, y aunque no me enorgullecía de lo que había hecho, tampoco me arrepentía.

El hombre, ahora casi irreconocible bajo los golpes, se tambaleó hasta llegar a su celda, donde lo dejaron caer sobre el suelo de piedra. El sonido de la puerta cerrándose detrás de él fue un recordatorio de que, por fin, estaba donde debía estar: apartado de nosotros, de Lissi, de Nicolás. Sabía que ese monstruo no volvería a poner un pie en nuestra vida.

Me quedé allí, en silencio, observando cómo el padre biológico de Nicolás se acurrucaba en la esquina de su celda, encogido sobre sí mismo. Aquel hombre que había sido un peligro para mi familia ahora no era más que un reflejo de su propia violencia y desgracia.

Pero mientras lo miraba, no pude evitar que mi mente volviera a esa noche. El pánico en los ojos de Lissi cuando él la atacó, el dolor en el rostro de Nicolás después de que lo golpeó, el miedo de perder todo lo que amaba. Había reaccionado como un animal acorralado, y aunque sabía que mi violencia había sido necesaria en ese momento, el recuerdo de todo aquello aún me quemaba por dentro.

Finalmente, di media vuelta y salí de aquel lugar, con la certeza de que no volvería a verlo jamás.

Después de pasar todo el día en el cuartel, entrenando tanto para mejorar mis propias habilidades como ayudando a los jóvenes reclutas a fortalecerse, finalmente regresé a casa. La nieve caía suavemente, cubriendo todo con una capa blanca y brillante. El aire era frío y fresco, y el cielo ya estaba oscureciendo. A lo lejos, se podían ver las luces cálidas de las casas, un recordatorio de que la Navidad estaba a la vuelta de la esquina.

El corazón de una Princesa ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora