Capítulo 2 : Dragones

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Un día, cuando tenía nueve años, la lluvia golpeaba con fuerza las ventanas de la escuela, creando un suave tamborileo que se mezclaba con el murmullo de las conversaciones de mis compañeros. Era uno de esos días en que el sol parecía haberse olvidado de nosotros, y el cielo estaba cubierto por un manto gris. El maestro había decidido que, debido al mal tiempo, no podríamos salir al patio de recreo, lo que causó un alboroto entre mis compañeros.

Los grupos se formaron rápidamente. Algunos niños se reunieron para jugar entre ellos, otros comenzaron un juego de construcción con bloques, y un par de ellos se sentaron a compartir sus juguetes. Yo, en cambio, observaba desde una esquina, sintiéndome más invisible que nunca. Mientras ellos se reían y discutían sobre quién tenía la mejor carta o el mejor juguete, yo me senté en una mesa apartada, con un libro en las manos.

El título brillaba en la portada: "Los Dragones de Eldoria".

En el mágico reino de Eldoria, un grupo de amigos se unió para cumplir una antigua profecía que hablaba de un dragón poderoso, dormido durante siglos.

Los héroes eran un guerrero valiente, una hechicera talentosa, un ladrón ingenioso y un sanador compasivo. Juntos, enfrentaron desafíos y criaturas mágicas en su búsqueda.

Aunque a veces discutían, siempre encontraban la manera de apoyarse mutuamente. Cuando finalmente encontraron al dragón, decidieron no pelear, sino compartir su historia y lo que habían aprendido sobre la aceptación.

Conmovido por su valentía, el dragón se unió a ellos, y juntos protegieron Eldoria, demostrando que la verdadera magia reside en la amistad.

Mientras leía, mis ojos se iluminaban con cada página. Imaginaba a los personajes, sintiendo una mezcla de emoción y esperanza, no podía evitar sonreír; una chispa de valentía encendió mi corazón.

Pasaron unos minutos, y de repente, noté que algunos niños me miraban. Sus risas se apagaron un instante, y pude escuchar un murmullo que hizo desaparecer aquella chispa y me hizo sentir pequeña. Una niña con trenzas se acercó a mí, una expresión de burla en su rostro.

—¿Siempre estás leyendo, Hannah? —preguntó con desdén—. No puedes ser parte de la diversión si te la pasas con esos libros aburridos.

Mi corazón se hundió. No sabía cómo defenderme; las palabras se me enredaban en la garganta. Solo respondí con un ligero encogimiento de hombros y seguí mirando las páginas de mi libro, aunque mi mente estaba distante.

Poco después, la niña llamó a sus amigos, y juntos comenzaron a reírse. —Mira su cabello rubio, parece un almohadón —dijo uno de los niños, mientras otros estallaban en carcajadas. —Y esos ojos azules, ¡parecen dos canicas! —añadió otro, señalando mi rostro.

Sentí que el calor de las lágrimas me subía a los ojos, pero me esforzaba por no dejar que salieran. Los murmullos y risas resonaban en el aula, y en lugar de encontrar un refugio, me sentía más sola que nunca. En ese momento, comprendí que no encajaba, que para ellos era solo la "rara de la clase".

No entendía por qué se reían de mí, ni qué era lo que había hecho para merecerlo. Mi garganta se cerró, incapaz de articular una respuesta. Las risas se convirtieron en un eco hiriente que resonaba en mi mente, y, sintiendo que el calor de las lágrimas subía, decidí que no podía quedarme más allí.

Sin pensarlo, me levanté y salí de la sala, buscando un escondite en el pasillo. Mis pies me guiaron hacia un rincón oscuro, donde el ruido de la clase se desvaneció. Me acurruque contra la pared, sintiendo cómo la tristeza se apoderaba de mí.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora