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Querida Hannah,
Llegaste a esta ciudad con una maleta repleta de sueños y una convicción inquebrantable de lograr lo que tus padres no pudieron. Te propusiste salvar vidas y dejar una huella en un mundo que parecía tan indiferente.
Tu cabello morado y tu estilo único, esa mezcla entre lo gótico y lo adorable, siempre destacaron en medio de un mar de uniformes y rostros serios. Era como si cada prenda que llevabas, cada destello de color, fuera un grito silencioso, un recordatorio de tu individualidad en un entorno que a menudo aspiraba a la uniformidad.
Tu habilidad para sanar, esa destreza que tanto elogiaban, se convirtió en tu refugio y tu identidad. Sin embargo, aunque tus "manos mágicas" eran capaces de curar cuerpos, ningún halago logró atravesar las barreras que levantaste alrededor de tu corazón.
Te entregaste al trabajo con una dedicación que muchos nunca entenderían, como si el sacrificio fuera el precio a pagar por cada vida salvada. Ni siquiera aquel doctor que, en la intimidad de los pasillos del hospital, te robaba besos y suspiros logró derribar esa muralla. Había algo en su mirada que te hacía sentir especial, pero sabías que, aunque esos momentos fueran dulces, el amor no ocupaba un lugar en tu vida; tu carrera estaba en primer lugar, y todo lo demás quedaba a un costado. Fue así como decidiste dejarlo ir, tan rápido como empezó, como una hoja llevada por el viento.
Nunca te interesaste en nadie más. Incluso cuando todos a tu alrededor te emparejaban con ese compañero que veían como el indicado, lo único que sentías por él era un cariño fraternal. Pero en su mirada encontraste algo más: miedo. Un miedo que se manifestaba en la forma en que evitaba el contacto visual y cómo su voz temblaba al hablar. Fue ese miedo lo que hizo que tu corazón se abriera, no por amor, sino por la necesidad de protegerlo, de salvarlo de una manera que nunca pudiste expresar con palabras. Pero había una línea invisible que nunca debiste cruzar, y sabías que tu compromiso con la medicina te exigía mantener cierta distancia.
Y entonces llegó Lucas, el oficial con la sonrisa que iluminaba el día y el cabello blanco que siempre parecía estar fuera de lugar. Con él, tu corazón por fin comenzó a latir de una manera distinta, como si cada latido resonara con una nueva melodía. Sus risas eran como un bálsamo para tu alma herida, y sus ojos parecían entender tu dolor sin que tuvieras que decir una sola palabra. Sin embargo, no te diste cuenta a tiempo.
El destino, cruel e impredecible, te lo arrebató antes de que pudieras confesar lo que sentías. Las palabras que te dejó, "Lamento nunca haberte invitado a salir", se convirtieron en ecos que retumban en tu mente, dejándote con una sensación de pérdida que nunca habías imaginado experimentar.
Y ahí te quedaste, rota, viendo cómo el brillo de tus propios ojos se desvanecía junto con él. Los días que siguieron fueron como una niebla espesa, donde cada paso se sentía pesado y cada respiración se tornaba más difícil. Te aferraste a tu trabajo con más fuerza, intentando olvidar, intentando anestesiar el dolor que te consumía. Cada paciente que tratabas se convertía en una distracción, un alivio momentáneo que solo te recordaba lo que habías perdido.
Por un momento pensaste que tal vez podrías tener otra oportunidad, que su presencia era una señal para seguir adelante, como un faro en la oscuridad. Te aferraste a esa posibilidad, a ese ángel que parecía haber sido enviado para ofrecerte un escape de tu propio sufrimiento.
Sus palabras eran como música suave, y su atención te hacía sentir especial nuevamente. Sin embargo, sabías que, por mucho que intentaras, tus ojos seguían buscando a alguien que ya no estaba, como si el recuerdo de Lucas estuviera grabado a fuego en tu alma.
Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, te encontraste sola otra vez. Sola en la ciudad que alguna vez te prometió un futuro brillante, con el remordimiento de no haberte despedido de quienes realmente importaban, de haber ocultado tu corazón detrás del trabajo, por miedo a que se rompiera.
El eco de las risas que habías compartido con Lucas resonaba en tus oídos, y cada rincón del hospital parecía recordarte lo que habías perdido. Pero ahora, incluso el destino parecía haber dejado en claro que esas cosas no estaban hechas para ti, como si el universo se estuviera burlando de tus anhelos.
Hoy, con tus manos temblorosas, intentas convencerte de que mereces estar donde estás. Luchas contra la sombra de la duda que se cierne sobre ti, tratando de ignorar las miradas de tus compañeros, el vacío que dejó Lucas, y sigues adelante, aunque los recuerdos sigan atormentando. Hay días en los que te preguntas si alguna vez serás capaz de abrir tu corazón de nuevo, si el amor volverá a encontrar su camino hacia ti.
Pero Hannah, algún día tendrás que aceptar que eres más que tu trabajo, que mereces ser feliz y que el amor, aunque esquivo, puede encontrar un lugar en tu vida.
Las cicatrices son parte de ti, pero no son lo que defines. Aprende a llevarlas con orgullo, como símbolos de tu fortaleza. Porque, a pesar de todo lo que te han quitado, sigues aquí, de pie, enfrentando un futuro incierto. La vida puede ser dura, pero también puede ser hermosa, y nunca es tarde para encontrar tu lugar en el mundo.
Con Amor, lo que queda de ti.
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Con Amor, Hannah.
Teen FictionEn un mundo donde el amor y el desamor son dos caras de la misma moneda, Hannah se enfrenta a un corazón destrozado, marcado por recuerdos de pérdidas y promesas olvidadas. A través de cartas, ella desvela sus pensamientos más profundos y vulnerable...