Capítulo 21 : El arte de Observar

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Decidí dejar que el tiempo pasara, como las olas del mar que vienen y van, arrastrando inquietudes y desilusiones a su paso. En medio de esta agitación emocional, comencé a observar las actitudes de las personas a mi alrededor, evaluando sus comportamientos y lo que realmente significaban para mí. Aunque mi relación con Marcus se volvía cada vez más incómoda, trataba de mantenerme firme en mi posición. Era un juego de espera, y no estaba segura de cuán largo sería.

En la rutina frenética del hospital, donde el sonido de los pasos apresurados y el murmullo constante de conversaciones se entrelazan como una melodía familiar, descubrí que el arte de observar era una habilidad que me permitía adentrarme en el complejo entramado de relaciones humanas que me rodeaban. No se trataba simplemente de mirar, sino de prestar atención a los matices y a las sutilezas que a menudo pasaban desapercibidas. Cada gesto, cada sonrisa, cada pausa en la conversación contenía un mensaje oculto, una historia esperando a ser contada.

La luz que se filtraba a través de las ventanas del hospital creaba sombras que danzaban sobre los rostros de los que trabajaban a mi alrededor. Desde la distante mirada de una enfermera que lidiaba con el peso de su carga emocional, hasta las risas compartidas entre los médicos en la sala de descanso, cada interacción me proporcionaba una pieza del rompecabezas humano que intentaba entender. Observaba a mis compañeros de trabajo, sus gestos y palabras, y comenzaba a entrever sus sueños, miedos y frustraciones.

Andrea, la secretaria del hospital, se había convertido en una figura importante en mi vida. Desde el primer día que crucé las puertas del hospital, ella había estado allí, ofreciendo su apoyo y sus consejos sobre cómo navegar en ese mundo lleno de estrés y exigencias. Con su belleza y su gran figura, atraía miradas a su paso, pero era su amabilidad lo que realmente dejaba una impresión duradera. Recuerdo una de nuestras primeras conversaciones, en la que, mientras organizaba documentos, me dijo con una sonrisa cómplice:

—No dejes que te engañen. Aquí todos tienen una historia, y a menudo, no es tan bonita como parece.

Desde entonces, nuestras charlas se llenaron de risas y chismes sobre el personal del hospital. Andrea se deleitaba al compartir las anécdotas que recogía a lo largo del día. Una vez, me contó sobre un médico que había olvidado su bata en la sala de operaciones y había tenido que hacer un recorrido improvisado para recuperarla, bajo la atenta mirada de todos. Nos reímos juntas, su risa vibrante llenando la sala mientras me decía:

—Créeme, en este lugar, nunca hay un día aburrido.

A medida que nuestra amistad crecía, Andrea se volvió más cercana. Compartimos no solo risas, sino también inquietudes que nos preocupaban. Ella, con su aguda capacidad de observación, comenzó a hacerme notar las interacciones entre Marcus y otras empleadas del hospital, sutilmente revelando detalles que habían pasado desapercibidos para mí.

—¿Has notado cómo siempre busca excusas para hablar con las internas nuevas? —me preguntó un día mientras revisábamos unos papeles. Su tono era ligero, pero había una chispa de seriedad en su mirada.

—No, no lo había pensado. —respondí, tratando de ocultar el nudo que se formaba en mi estómago.

Andrea sonrió de manera comprensiva, como si hubiera visto a través de mis defensas. La realidad que comenzaba a vislumbrar me inquietaba. Mientras ella hablaba, mis pensamientos volaban hacia la relación cada vez más complicada que tenía con Marcus, una relación que parecía estar llena de ambigüedades y silencios, y que comenzaba a pesar sobre mí.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora