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A lo largo de estos años en el hospital, he aprendido que no solo tratamos cuerpos enfermos; tratamos vidas, historias, y personas que arrastran con ellas todo un mundo que rara vez vemos en su totalidad. Cada turno me trae un nuevo paciente, una nueva vida que toca la mía de alguna manera. Aunque el tiempo que pasamos juntos sea breve, lo suficiente para estabilizar o aliviar su dolor, muchas veces lo que dejan en mí va más allá de lo clínico. Lo que comparto con ellos, y lo que ellos me muestran, a menudo me deja con más preguntas que respuestas, más emociones que diagnósticos.
Hay algo en el acto de escuchar, de observar, que te conecta a un nivel mucho más profundo con alguien. Desde el oficial de policía que aparece con una herida de bala hasta la madre que se debate entre la vida y la muerte, cada uno de ellos deja una marca en mí. Pero lo que realmente me sorprende no son las enfermedades, sino las historias que vienen con ellas, las lecciones no escritas en los libros de medicina.
El hospital nunca dormía, y con cada turno, me daba cuenta de cuántas historias cruzaban esos pasillos. Algunas eran breves, rápidas visitas o chequeos de rutina, pero otras... otras se quedaban conmigo, resonando en mi mente mucho después de que el paciente se había ido. A lo largo de los meses, descubrí que no solo estaba tratando enfermedades, sino también tocando vidas, y eso, de alguna manera, también estaba transformándome a mí.
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Querido lector
Alguna vez te has preguntado qué ocurre cuando miramos a alguien y no vemos solo un paciente, sino una persona con una historia detrás? Porque créeme, hay días en los que lo que nos cuentan sus palabras o sus miradas va mucho más allá de lo que dicen sus exámenes o síntomas. Aquí, en este hospital, los diagnósticos son solo la superficie de lo que enfrentamos cada día.
A veces es fácil olvidar eso. Las prisas del trabajo nos empujan a centrarnos en lo urgente, en lo visible. Pero he aprendido que, si me detengo un momento y observo más allá de los síntomas, puedo ver algo más profundo. En ese breve instante, un destello de humanidad se revela. Y es ahí, querido lector, donde reside la verdadera medicina.
Con esta reflexión comienza la serie de historias que se despliegan en las cartas siguientes, demostrando que, aunque la medicina puede reparar lo físico, es en lo humano donde encontramos lo que realmente importa.
Con Amor, Hannah.
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La bufanda roja
Jaime y yo habíamos visto a esa anciana varias veces. Siempre traía la misma bufanda roja, una que envolvía con tanto cuidado como si fuera lo más preciado del mundo. Tenía la costumbre de ajustarla alrededor de su cuello con dedos temblorosos, como si temiera que, de alguna manera, el calor de su tacto fuera lo único que evitara que se deshiciera. Era una prenda gastada, deshilachada en los bordes, pero había algo en la forma en que la usaba que sugería que no era el desgaste lo que importaba, sino la historia que cargaba con ella.
Hoy, sin embargo, algo era distinto. Mientras la revisaba, noté que estaba más callada de lo normal. Sus ojos, normalmente vivos y atentos, ahora parecían apagados, como si una parte de ella estuviera en otro lugar. Los movimientos de sus manos, tan meticulosos, hoy parecían torpes, casi como si el peso de los años se hubiera duplicado de un día para otro. Su respiración, aunque estable, era más lenta, como si el alma detrás de ella estuviera luchando para mantenerse conectada con el presente.
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Con Amor, Hannah.
Roman pour AdolescentsEn un mundo donde el amor y el desamor son dos caras de la misma moneda, Hannah se enfrenta a un corazón destrozado, marcado por recuerdos de pérdidas y promesas olvidadas. A través de cartas, ella desvela sus pensamientos más profundos y vulnerable...