Capítulo 7 : El marcapasos del Corazón

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El primer día de clases llegó, y con él, una mezcla de emoción y nerviosismo. Me desperté temprano, mucho antes de que la alarma sonara. El sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana, tiñendo de dorado el horizonte, mientras me preparaba para lo que sería el comienzo de un largo camino.

Frente al espejo, observé mi reflejo con algo de duda. Mi cabello, ahora de un castaño claro, caía suave y liso hasta mis hombros. No estaba acostumbrada aún a este nuevo color, pero de alguna manera, me hacía sentir diferente, quizás más decidida. Me vestí con un conjunto sencillo pero elegante: unos pantalones negros ajustados que se amoldaban a mi figura, y una blusa oscura que caía suavemente sobre mis hombros, dando un contraste perfecto con mi pálida piel. Aun así, no podía evitar sentirme un poco fuera de lugar; la ropa reflejaba una confianza que a veces no sentía, pero sabía que era necesaria.

Caminé hasta el edificio de la facultad, mis pasos resonando en los pasillos casi vacíos. La emoción me envolvía, pero, como había sido durante gran parte de mi vida, también sentía una ligera soledad. En el fondo, siempre preferí la calma y el silencio, pero estar rodeada de tantas personas nuevas me hacía desear, al menos por un momento, compartir ese entusiasmo.

Las primeras clases del día pasaron rápido, fue un torbellino de introducciones y conceptos, cada profesor más entusiasta que el anterior. Comenzamos con "Introducción a la Biología Celular", impartida por la profesora Collins, una mujer de mediana edad con una voz suave pero firme. Habló sobre las células madre y su potencial en la medicina moderna, mientras llenaba la pizarra con gráficos detallados. Luego, la segunda clase fue "Química Orgánica", a cargo del profesor Martin, un hombre joven y enérgico que mantenía a todos atentos con su forma de explicar las estructuras moleculares y su importancia en la farmacología.

A mitad de la tarde, Josselyn era, por supuesto, la antítesis de la soledad. La encontraba riendo y charlando con otros estudiantes, llenando el espacio con su energía. A pesar de eso, siempre encontraba la manera de incluirme, aunque fuera para compartir un par de palabras o un café rápido entre clases. Ella ya había hecho nuevos amigos y yo, aunque disfrutaba de su compañía, todavía me mantenía un poco reservada.

En una de las primeras clases, mientras tomaba apuntes, noté que una estudiante a mi lado parecía nerviosa. Sus dedos se movían inquietos sobre la mesa, y miraba su cuaderno con frustración. Susurró para sí misma, pasando las páginas con rapidez, como si buscar la respuesta en el papel fuera a calmar la inquietud. —No entiendo nada —dijo en voz baja, pero lo suficientemente cerca como para que lo escuchara.

Sin pensarlo demasiado, me acerqué un poco más y, con suavidad, señalé una de las líneas de su cuaderno. —Están hablando sobre la mecánica celular. Básicamente, están explicando cómo las células se comunican entre sí a través de impulsos eléctricos y señales químicas. Es algo así como un lenguaje que las células utilizan para coordinar sus funciones. —Le expliqué mientras trazaba con mi dedo las partes más importantes de la diapositiva proyectada.

Ella me miró con un alivio palpable y dejó escapar un suspiro, como si hubiera estado conteniendo la respiración todo el tiempo. —Gracias, no sé qué habría hecho sin esa explicación. —Sus ojos se iluminaron con gratitud, y me sonrió, sincera.

Justo en ese momento, una punzada aguda atravesó mi pecho, como un latido mal colocado. Parpadeé, intentando ignorarla, pero fue seguida por una presión creciente en mi cabeza, como si algo en mi memoria estuviera tratando de salir a la superficie. Por un segundo, sentí que el aire a mi alrededor se volvía pesado y todo el ruido de la clase se desvaneció.

Con Amor, Hannah.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora