12

757 62 9
                                    

"Quién fuera bombero para mojarte con mi manguera"




Hace una semana y algo, Kellin no podía encontrar trabajo, esperaba y esperaba llamadas, pero nada pasaba. Quería darse por vencido, no se sentía a gusto de ese modo, quizá porque estaba muy acostumbrado a su vida, casi, antigua, o quizá porque necesitaba un nuevo cambio en su vida, quién sabe. La visita al hogar no variaba mucho, pero ya no era el mismo ánimo de siempre, muchos niños se iban, otros llegaban, extrañando viejas caritas, sonrisas y miradas, sin embargo, la triste de Sofí seguía ahí, mirando y conociendo a nuevos compañeritos, Kellin la miraba de lejos, aquel viernes por la tarde, pensando en qué hacer, no solo en ella, sino que también en qué hacer con su vida, el trabajo, el sustento y el hogar, por sobre todo este último, no podía dejarlo, por más que habían algunas donaciones, para él no era suficiente.

— ¿Señor Quinn? —Se le acercó un joven de, más o menos, diez años.

— Hola —saludó, mirando al pequeño de cabello rizado y marrón, usaba lentes y una polera azulada—. ¿Qué pasa? —preguntó, de la manera que hablaba siempre con ellos, suave y amable.

— ¿En este hogar hacen paseos o algo? —preguntó tímido, escondiendo la mirada hacia el suelo. Kellin sintió un jalón en el pecho ¿cómo iba a responder? No podía romper los sueños de un niño, por más insignificante que se viera.

— ¿Sabes? Estaba pensando en eso —le sonrió, el pequeño lo miró ilusionado, con los ojitos brillantes y con una nueva sonrisa en los labios—. Pero antes de decidir cualquier cosa, hay que ver que les gustaría hacer y dónde, así vemos cómo hacerlo

— A muchos nos gusta la playa. Sería bacán poder ir, jugar a la pelota y bañarse con los cabros —dijo muy emocionado. Kellin asintió, torciendo el gesto.

— Bueno, hay que ver. ¿Tú por qué no haces de encuestador y en dos semanas más hablamos?

— Sí, sí. Yo manejo a los cabros. Ay, que bacán.


[...]


— Dime dos cosas que no sepa de ti.

— ¿Dos?

— Sí, dos.

— Mmm, la primera; ahora me gusta el azul

— ¿En serioh?

— Sí. La segunda ehh... ah sí, me gusta alguien —llevó las manos a las caderas, muy "fuck yeah bitch"

— ¿A si? —el otro asintió—. ¿Lo conozco? —le negó. Se extraño, quizá porque su intensión era demostrar que lo conocía por completo, pero falló—. ¿Quién es?

— Un niño. No puedo decirte nada. Primero que nada, tengo que saber si me da la oportunidad —sonrió.

— ¿Cómo es eso? ¿Y desde cuándo? Si a voh solo te gusta que te den la pasah

— Pucha Jaimesito, si yo eh cambiado mucho. Me llegó el amor, las mariposas y esas hueás cursis que siempre dicen las mujeres —amplió la sonrisa. Jaime lo miró alzando una ceja.

— Y yo pensando que el tiempo y la distancia no nos afectaría —ambos rieron. Se habían visto aquel fin de semana en el asado de la casa de Jaime, pero aún así, el contacto era poco—. ¿Y cómo van las cosas en tú casa? —estaban sentados en una banca de una placita pequeña, había uno que otro par de familias con los cabros chicos y otros niños solos, jugando y ensuciándose con el polvo.

— Todo bien. Mi viejo llega mañana, dijo que iremos al sur dónde mi lela por el fin de semana —Vic tenía la mirada tranquila, no se veía preocupado ni tampoco apurado, había acordado quedar con Jaime en aquel lugar, tenía el resto del día libre, y no era porque el restaurante se lo hubiera dado o que tuviera licencia médica, había sido injustamente despedido ¿por qué? por el simple hecho de un reclamo hecho por una cliente, no le había gustado una de las canciones que había interpretado y dejó un reclamo que parecía testamento, diciendo que pasaba sobre el derecho de la  mujer y el respeto, que incitaba a la violencia y al sexo. Y no es que también al jefe le hubiese gustado la idea, pero las amenazas de esa mujer eran demasiadas insistentes. No faltaban.

Kellic A La Chilena ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora